Pautas de la Homilia

Misa de Medianoche, Ciclo C, Lc 2,1-14

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

INICIO.

Queridos todos, hermanos y hermanas en Cristo, ¡Feliz Navidad!: “El Niño que nos ha nacido y el Hijo que se nos ha dado es la expresión del amor de Dios”.

Navidad significa que Dios se ha enamorado de los hombres y es una invitación a entrar en el Misterio religioso desde la categoría del amor, porque Dios es “amor”.

DESARROLLO:

El hombre es el “animal con capacidad de amar y ser amado”, de ahí que lo verdaderamente significativo en su vida será el amor. ¡Será el amor lo que realmente nos eleva y nos hace participar de Dios!

No será el poder sino el amor; no será el tener, sino el amor; no será el vencer, sino el amor, lo que nos hará cada vez más personas y nos adentrará en una cultura cada vez más integradora y sin exclusiones, cada vez más justa y sin discriminaciones, cada vez más libre y sin desigualdades.

Desde siempre la humanidad, envuelta en sus sombras, ha buscado la luz. La cultura de los pueblos antiguos es testigo tanto de la sombra sufrida como de la luz deseada. Y entre ellos es especialmente significativa la historia de Israel, una historia de sombra y de luz.

También nosotros, hoy, envueltos en sombras y en oscuridades, se nos invita a buscar la luz.

¡Cuántas oscuridades existen en nuestro mundo que necesitan ser iluminadas!

¡Cuántas sombras y huecos existen en cada uno de nosotros que necesitan ser clareadas por la luz del Niño que nace en Belén!

El profeta Isaías presenta el nacimiento de un niño y nos narra la entronización del infante como rey y las consecuencias de su reinado para el pueblo.

El pueblo que vive en las tinieblas de la ocupación extranjera, en medio del caos y de la muerte, ve nacer una luz en medio de él. La luz trae consigo la alegría del nuevo futuro, una alegría sencilla y elemental.

La luz y la alegría surgen por tres motivos: la opresión, las cargas injustas han sido quebrantadas por Dios mismo; la guerra y las consecuencias de ésta han desaparecido de la tierra, devoradas por el fuego; y el nacimiento de un niño dado por Dios al pueblo. En él se hace realidad y se actualiza la promesa hecha a David. Él es el consejero que gobernará al pueblo de forma admirable; es el guerrero que defiende valientemente a su pueblo; el padre que acoge y cuida a su pueblo como a un hijo; el príncipe que con su gobierno instaura la paz para el mundo.

Este oráculo de Isaías adquiere su plenitud en Cristo en quien los Santos Padres lo veían cumplido: “Él es admirable en su nacimiento, consejero en la predicación, Dios en el perdón, fuerte en la pasión. Padre en la era futura, Príncipe de la paz en la felicidad eterna” (San Bernardo).

Lo que fue anuncio y expectación se hizo realidad en Belén. Lo que sucedió fue un acontecimiento humilde y en cierto modo lejano, desconcertante y lejos de la gran historia de ese momento, pero cargado de futuro y capaz de dar un vuelco a la historia de siempre y a la pequeña de todos los días.

Verdaderamente la mirada de la fe ilumina la vida en toda su totalidad. La mirada de la fe mira lo mismo pero de otra manera.

El creyente mira el sufrimiento como los demás pero mira más allá del mero dolor que llena de desesperanza el caminar del hombre, y lo descubre como una oportunidad para madurar como personas y “completar lo que falta a la pasión de Cristo”.

El creyente mira la pobreza como los demás pero mira más allá de la mera miseria que ensombrece la dinámica de los pueblos, y la descubre como una oportunidad para compartir con los que menos tienen sus bienes, y lo ve a los ojos del “Cristo pobre”.

Verdaderamente la mirada de la fe ilumina la vida en toda su totalidad. La mirada de la fe mira lo mismo pero de otra manera.

San Pablo, en su carta a Tito, nos invita a no equivocarnos ni dejarnos engañar sobre el sentido y el alcance de la Navidad: Dios se hace conocer por su gracia y ésta alcanza su culmen por el don de Jesús; en el nacimiento de este niño se manifiesta “la gracia salvadora”, el don gratuito de Dios. De la misma manera que Jesús muere y resucita por nosotros también nace por nosotros; toda la vida es una manifestación de la gracia salvadora.

San Pablo pone en relación el misterio pascual con el nacimiento de Jesús. De la Navidad sólo se puede hablar a partir de la Pascua. El interés de este pasaje es poner de relieve que la existencia humana de Jesús está concentrada, desde el primer instante, en la entrega de una vida que culminará en la cruz, medio por el que Dios realizará efectivamente su voluntad de salvación para todos.

El Judaísmo pensaba que la nación y sus miembros podían ser purificados de su mal por los sacrificios rituales. Pero sólo Jesús ofrece el sacrificio que el Señor espera: la entrega de sí mismo por amor.

La manera de vivir cristiano tiene un origen: Jesús ha venido (“ha aparecido la gracia salvadora”, en pasado); Jesús volverá en gloria (“aguardamos la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios”, futuro). Hay, pues, que vivir como personas sensatas (respeto de uno mismo), justas (con relación a los demás), religiosas (con relación a Dios).

A nosotros, hoy, igual que a Tito, se nos invita a vivir como personas sensatas, de sentido común; como personas justas en nuestra relación con los demás; y como personas religiosas que vivan con coherencia su relación con Dios.

Navidad cristiana es cuidar la oración y la solidaridad en nuestra vida, demasiada cargada de excesos y gastos sin medida.

Navidad cristiana es descubrir la austeridad y la limosna en nuestra vida diaria, demasiado repleta de insolidaridad y falta de “mirada” a los pobres.

Navidad cristina es dar la acogida a cualquier prójimo, especialmente al más necesitado, en nuestro caminar diario, demasiado cargado de individualismo y falta de sensibilidad al otro.

Navidad cristiana es decir no a todo aquello que a menudo contrasta con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana, en ocasiones tan aireadas por los medios de Comunicación Social y por nuestra sociedad de consumo!