El soldado romano

Autor: Padre Francisco Baena Calvo

 

 

 Y dijo el soldado romano: No puedo olvidar jamás aquel día. Un grupo de soldados romanos estábamos en el patio y nos mandaron a un pobre hombre que era ajusticiado por blasfemo, impostor, enemigo de Roma y traidor de las tradiciones judías.

Le golpeamos, como manda la ley romana, dejándolo destrozado y roto. Y luego la burla cruel de nuestras bromas le pusimos una corona de espinas, una caña por cetro y un paño viejo como capa real.

Y en esta situación jugábamos con él, tapándole los ojos y dándole golpes, para luego preguntar: “Adivina quién te ha pegado”.

Después de aquel vergonzoso espectáculo lo llevamos a crucificar por las calles estrechas de Jerusalén hasta el Calvario, fuera de la ciudad. Le clavamos en el madero con gruesos clavos que cosimos a su cuerpo.

Y luego tuvimos que custodiar su tumba por orden del Sanedrín, temiendo que robaran su cuerpo.

Ahora, soy uno de los suyos, y sigo al maestro, tremendamente vivo y misteriosamente presente.

Y en este momento actual, el reo se convierte en juez y es presentado como el Kyrios de la historia y el Señor de los secretos.