San Juan María Vianney, Agosto 4

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB    

           

          Etimológicamente significa “Dios es misericordia”. Viene de la lengua hebrea.

          Cada verano, cuando voy a Taizé, me acuerdo de este santo. Al pasar de Lyon hay una indicación en la autopista del Sol a París, que indica el  pueblo de Ars, como se suele conocer a Juan María.

          Ahí nació el 8 de mayo de 1786. Sus padres eran pobres pero de una recia honradez y de una profunda fe cristiana. Desde los nueve años tenía la ilusión de ser  sacerdote, pero no sabía nada de letras. Por más señas, ni siquiera existía en el pueblo un maestro.

          Le costó Dios y ayuda entrar en el seminario. Era poco inteligente. No sabían los superiores que a veces la inteligencia no es el único valor para llegar a ser un buen sacerdote.

          Y en un mar de dudas consintieron que fuera ordenado. Su destino fue Ars. Aquí echó a volar con las alas de su santidad. Se entregó a la catequesis y al trabajo de ayudar a los pobres.

          La labor por la que se le conoce mundialmente fue la confesión. Se tiraba catorce horas sentado en el confesionario. A él acudían sacerdotes, obispos, cardenales, gente sencilla y noble en busca de una orientación humana y espiritual.

          Dejemos aparte a los psicólogos. No existían. Hoy, a medida que crece el poder económico, desciende el amor y el aprecio por las cosas del alma.

          Durante su trabajo repetía a menudo esta jaculatoria (una breve exclamación para mantenerse unido a Dios):<< Nuestro hogar es el cielo>>.

           O esta otra:<<En la Tierra somos como viajeros que viven en un hotel. Cuando se está fuera uno está siempre pensando en el hogar>>.

          Por causas de la revolución y por el analfabetismo recibió la primera comunión clandestinamente. Hoy en día van cada año más de cien mil peregrinos para escuchar una palabra de consuelo. Murió a los 74 años en 1859. 

          ¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los sacerdotes! 

          Es mejor persuadir, logrando un compromiso, que ganar un pleito” (J.M Tobar).