San Ignacio Briantchaninov, Abril 30

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

Etimológicamente significa “amante, cariñoso”. Viene de la lengua griega.

Cuántas veces te habrán contado que muchas personas, tras sufrir una grave enfermedad, ven las cosas de otro modo distinto. Es una realidad que se constata cada día en la vida y, sobre todo, en los centros hospitalarios.

Algo de esto le  pasó al joven Ignacio. La vida de juergas y jaranas le iba dejando el corazón cada vez más vacío, aunque había recibido una magnífica  educación en su familia y después en la Escuela del Genio militar de san Petersburgo.

Contó entre sus amistades con el que sería más tarde el emperador Nicolás I. Con motivo de su enfermedad, cambió su vida mundana por la vida religiosa.

Para darle consistencia a lo que Dios le pedía, entró en un monasterio, el san Alejandro de Svir.

Las enfermedades y su salud muy debilidad no le dejaron tranquilo, pero nunca perdió la calma ni la paciencia. Todo lo sobrellevaba de una manera diversa a como le había ocurrido anteriormente.

Se dedicó a visitar monasterios para dar a los monjes un nuevo aliento espiritual, teniendo siempre en cuenta que somos humanos y, por tanto, la debilidad nos acecha en cualquier momento.

Le nombraron superior general de todos los monasterios de la zona de san Petersburgo.

El calvario le aguardaba. Poco a poco se fue ganando la enemistad de algunos monjes y de miembros de la alta sociedad.

Y la enemistad provenía porque les echaba en cara la relajación de costumbres, indignas de todo ser humano que se precie de tal.

Fue durante este tiempo cuando escribió tres hermosos comentarios sobre “La oración de Jesús”. En esos escritos transmitió la enseñanza de los Padres de la Iglesia relacionando muy bien la vida ascética con la vida contemporánea. Nombrado obispo de Stavropol, gastó todas sus fuerzas para revitalizar la diócesis. El final de sus días los pasó en un monasterio, en el que murió el año 1867.

 

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

“Trata de poner en la obediencia tanta dignidad como en el mandar” (Chauvilliers).