Maltratan tu creación

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB


Hola Jesús

Buenos días , Señor. Te escribo esta carta para decirte que tu amada naturaleza no se trata como es debido. El hombre, tu criatura, en lugar de cuidarla y mimarla, la está destrozando en la tierra, en el cielo y en el mar. La palabra polución está de moda en nuestros días. Tú lo sabes muy bien. Como todo. Pero tienes la paciencia de respetar la libertad del hombre a toda costa.

“Es admirable tu creación”, proclama la gente de boca. Pero en la realidad concreta, no la quiere. Se aprovecha de ella, la destruye y despìlfarra sus tesoros inauditos.

Yo, como sabes, soy un enamorado de la naturaleza. Amo los ríos, el mar, las fuentes, los árboles, las nubes y todo cuanto me rodea.

He estado una semana en Taizé, ese lugar de espiritualidad ecuménica que tanto atrae a la gente joven. He hablado, trabajado, divertido y orado mucho durante esos ocho días. De entre todo lo oído, la frase que se me ha quedado más grabada en la mente y el corazón ha sido ésta: “En cada cosa de la naturaleza aletea el espíritu de Dios”. Tras la semana en Taizé he pasado un mes en la isla de Palma de Mallorca. Cada día iba a la mar para , en ella, apreciar tu grandeza. He mirado muchas veces con ojos de eternidad el ir y el venir cadencioso de las olas junto a mi cuerpo, tendido en la orilla. 

He sentido su alegría bullanguera cuando, airosas, besan la arena reseca y caliente de la playa. La he hecho propia en mi meditación diaria. Tú me has visto cómo hacía oración mientras mis brazos y mi cuerpo entero se deslizaban por el agua clara y transparente del Mediterráneo.

Sin caer en la doctrina budhista, en la que todo es divinidad y confusionismo, me identifico, Señor, con tu naturaleza. En ella siempre te veo a ti.

Me doy cuenta de que me apasiona el frescor del viento, el revuelo de los aviones que sobrevuelan el cielo de Palma durante todos los días del año y, sobre todo, en verano. Estando en la playa veo su salida, la compañía a la que pertenecen y siento muy adentro tu bendición de paz serena.

Cuando por la tarde he terminado la cena, me fascina la puesta de sol. Tu bondad no tiene límites. Has alumbrado a un hemisferio y, como quien no quiere, te ocultas entre las rocas y las figuradas montañas, para darle vida al otro hemisferio. ¡Cómo me admira que siempre estés dando luz a todo el universo! Pero, eso sí, con tu sabia medida. Mientras unos trabajan, otros duermen dulcemente el sueño de la espera de un nuevo día.

Como ecologista cristiano, me atrae la imagen virgen de tu invisible presencia, hecha visible en tu huella, la creación preciosa y bonita que tenemos ante nuestros ojos.

Te contemplo en las estrellas, tu firma de mil rasgos iluminadores. Muchas veces me paro ante la noche estrellada para contemplarte. Y me digo como Miguel Magone, el alumno de san Juan Bosco: ”Todo el cielo es pura armonía. Todo está perfectamente colocado en su sitio y cada estrella obedece al Creador. Tan sólo yo, un crío de 15 años, me atrevo a desobedecerle. Siento pena, Señor por mi culpa”.

Pretendo con el estilo de mi fe descifrar cuanto hay a mi derredor. Le entrego todo mi amor para que, en su contacto, mi vida recobre la prístina hermosura de tu creación. Mediante ella, no me cuesta mucho trabajo hacer oración contigo.

Me vienen a la memoria tus palabras: ”Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado”. Y en seguida me pregunto: ¿quién soy yo para que tenga esta facilidad en ver al Señor directamente en su obra, aunque a él no lo pueda mirar directamente? Me lleno de santo orgullo porque, a través de tu obra, “ te acuerdas del hombre”.

Señor, soy un átomo joven en esta configuración de tu lindo universo. Desde la contemplación he llegado comprender mejor la belleza de mi cuerpo. Sé que está formado por millones de células y de nervios. Es una sinfonía celeste. Como tu cielo. Digo más: más que tu universo. Le has dado a mi cuerpo un alma inmortal.

Señor, sonrío ante tu obra por excelencia. Todos mis amigos, amigas y familia son un murmullo, un susurro y un eco de tu presencia invisible. Tú, Señor, me invitas a que disfrute de todo según tu divina voluntad. No a mi capricho. Esto es fácil. Y la facilidad nunca engendra ni produce verdaderas personalidades.

Perdona , Señor, si he sido largo en mi carta. Con la ecología tengo más facilidad para hablar contigo y para acercarme a ti. Gracias por tu obra creadora.

Con afecto, 

Chema, 16 años