Inocencia: mi tesoro

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB




Hola Jesús

Me da, Señor, cierta vergüenza y reparo en hablarte de mí mismo. He leído las cartas de mis colegas jóvenes. Te confieso que me han gustado. En ellas se respira nuestro aire y ambiente interior. 

Normalmente, la gente tiene miedo o reparo en hablar de ti abiertamente. Se habla de chicas, de chicos, de deportes, de exámenes... De cosas fuera de nosotros mismos. Pocos son los seres humanos, con los que trato, que hablen de sus valores interiores.

Hoy vengo feliz y contento a hablarte de mi inocencia y de mi sinceridad. Que te conste que no lo hago por vanidad o para pavonearme ante los otros -as. Ni mucho menos. Sencillamente escribo esta carta para que los lectores sepan que hay gente joven que lucha por ser, en medio de tanta dificultad, inocentes, transparentes, diáfanos y sinceros como las aguas del lago de alta montaña. Conozco mis fallos, mis faltas y mis limitaciones. Si no, sería un vanidoso y un estúpido. Pero tú bien sabes, Señor, que la inocencia la conservo como el mejor tesoro de mi vida. Inocencia equivale a ver todo como tú lo harías. Inocencia ante las personas bellas que pones ante mis ojos. Gozo viendo chicas guapas. No soy ningún anormal. Pero puede más en mí, a base de confianza en ti y de un combate diario, la virtud que encierra cada una de ellas que su mera apariencia externa. No soy un santo ante tu presencia. Lo sé. Pero, con mi corazón humilde y mi contacto diario contigo y con la gente, suelo salir airoso de todo envite.

Amo inmensamente la vida. Me arrastra la bondad que veo reflejada en cada criatura tuya. Me gusta que la gente joven de mi edad tenga paz en su corazón. Es curioso que cuando hablo con ellos, los noto turbados por muchas cosas. Han querido llenar su corazón con droga, sexo sin consideración, alejamiento de valores éticos y morales y, al fin, muchos terminan siendo una piltrafa de personas. Siento pena por ellos.

Quiero, en mi plena juventud, que la felicidad que me inunda nunca la pierda por cosas pasajeras. Me gusta “interior y exteriormente” sentirme bueno.

Esta idea, Señor, me vino estando en Taizé. Al contemplar los rostros de aquellos hermanos, que se han consagrado a ti de por vida, me llamó mucho la atención su mirada clara. Son, para muchos jóvenes, espejos en los que se ve reflejada la alegría de su inocencia y el bello y, a veces, el mal entendido lenguaje de la libertad.

Quiero terminar esta carta viviendo en este instante en que te escribo, las palabras de tu libro de los Salmos: ”Camino en la inocencia; confiando en el Señor no me he desviado...tengo ante los ojos tu bondad, y camino en la verdad. Lavo en la inocencia mis manos... Camino en la integridad; sálvame, ten misericordia de mí”.

Te doy un abrazo sentido, Antonio, 19 años