Hacen falta samaritanos

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 




Hola Jesús

Soy joven. Lo sabes muy bien. Me cuesta mucho acercarme al mundo del dolor. No soy un buen samaritano. Me gusta ir a lo mío y que los demás se aguanten con su pena. Ya me tocará a mí algún día. Por ahora la veo lejanísima. Sé, por otra parte, que para descubrir la realidad de mis amigos, y ser capaz de verte a ti en ellos, me hace falta más plegaria, es decir, llevar una vida en la que vea las cosas y a los otros con tus propios ojos.

Muchas veces, Señor, la palabra oración me sabe a cosa de monjas y curas. No logro meterme en su corriente bienhechora. Sé, leyendo libros, que la plegaria es mucho más que hablar contigo o que recitar de memoria Padrenuestros o Avemarías. Cuando un joven se pone en actitud de oración, sabe que tiene que implicarse en el análisis de la realidad y de la confrontación, y hacer una lectura cristiana de los hechos.

La ciudad de Jericó, entregada como la mía a la diversión barata, necesaria pero un tanto sucia e inmoral, fue el lugar en el que te encontraste con los sacerdotes, el levita y el buen samaritano. Los primeros no podían ayudar a nadie por sus leyes(no podían tocar sangre ni entrar en contacto con un desconocido. De haberlo hecho no podían tomar parte en el culto). Los segundos, equivalentes a nuestros sacristanes, respetaban escrupulosamente las mismas leyes. Tuvo que ser el samaritano, el menos creyente (según los judíos) pero el más humano, el que se detuviera para socorrer al herido por culpa de unos bandidos. Sintió misericordia ante su situación en el camino. “Se le conmovieron las entrañas”. Y, cuando esta mañana leo este texto evangélico, me sorprendo de su actualidad. El samaritano no se queda simplemente en un sentimiento de lástima como los sacerdotes y el levita. Se lanza a ayudarle y a llenar la pobreza del corazón de su hermano herido. No le entrega cosas admirables. Le da lo que tiene: su propia persona. “Se acerca a su lado y le aplica aceite y vino”.

Además, lo lleva a la posada u hotel y le entrega al recepcionista el dinero equivalente a dos jornales. Pero lo fundamental es que siente misericordia por él, una actitud opuesta a la lástima hipócrita y lacrimógena . Pero que no va más allá.

Hoy existen muchos heridos tendidos en los caminos de la pobreza y marginación. Hacen falta más samaritanos que presten su ayuda material y espiritual. No basta con entregarles algo de lo que te sobra. Eres tú quien debe entregar lo que tienes y eres. ¡Ah, pero esto es pedir demasiado! ¡Que lo hagan otros! ¡Yo estoy bien tranquilito con lo que tengo! ¡Que me dejen en paz! ¡Siempre están pidiendo los curas y las monjas!

Jesús alaba la misericordia del samaritano. Y es duro cuando le dice al maestro: ”Vete y haz lo mismo”. No le dice: Ve y aprende lo que has oído”... Jesús habla de acción, porque el Evangelio no son datos ni relatos bonitos, sino la vivencia de la misericordia y de la ternura.

Una vez más, Señor, me dejas “pasmado”, pero me encanta tu valentía. 

Gracias sinceras de Fernando, 16 años