Postal a los jóvenes

Un invidente al encuentro de los jóvenes

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

        

Lorenzo se he quedado ciego a los 19 años. No se queja nunca. Al contrario, va al encuentro de los jóvenes para transmitirles su fuerza y su alegría de vivir.

Cincuenta chicos de 15-16 años del Centro Escolar D. Bosco de Remou –Champs están sentados en el círculo en la sala del Centro Espiritual de Farnières. Frecuentan la enseñanza profesional. Como coresponde a su edad, son agresivos y faltos de afecto en muchas ocasiones.

Lorenzo frecuentó la misma escuela hace pocos años. Y ahora se encuentra viviendo una vida de absoluta novedad. Nada extraordinario en mí. Era un alumno como los otros. Cuento en mi haber- eso sí- con un premio a la perseverancia y al valor al final de mis estudios de Ciencias sociales. Después me inscribí en el estudio de Asistente Social.

En el plano de la fe, me he imbuido del clima y atmósfera de lo que veía y se respiraba en familia. Cuando estaba en la escuela primaria, me interesé mucho por las parábolas de Jesús y por su vida. Ya en la escuela secundaria, participaba en la catequesis.

Al vivir en Banneux, cerca de Lieja- lugar de peregrinación de los enfermos, ayudaba a los que iban en sillas rodantes.
A mis 19 años, obtuve el carné de conducir. Sufrí un accidente. Fue entonces cuando se me presentaron ante mí dos opciones: ver al oculista y comprar mi coche. Este lo compré en seguida, pero el médico me dijo: “sufres una enfermedad genética, una degeneración del nervio óptico. El otro ojo lo perderá también pronto.

FRENESÍ POR VIVIR

Me entraron unas ganas inmensas de vivir. Participaba en todo cuanto podía: bailes, terrazas, encuentros con los amigos, viajes a Grecia y apenas tenía en cuenta a Dios en mi vida.

Hasta que un viernes por la tarde, me quemé en un fuego. Me di cuenta porque un coche tocaba el claxon. Pasé una jornada terrible. A los tres días, el doctor me dio un papel en el que decía: “Discapacitado.”
Fue la prueba más difícil. Pero reaccioné pronto. Dejé mis estudios, aprendí el sistema braille, a caminar con una perra blanca de guía, empleando un ordenador adaptado e incluso aprendí a cocinar. Mis amigos y mis padres me ayudaban en todo.

Cuando llegaban los domingos, me entraba una fuerte depresión. Sentía en mí una necesidad intensa de comenzar a encontrarme con Dios en la oración. Le pedí perdón por haberlo abandonado durante tanto tiempo.
Tras una temporada, empecé a estudiar Asistente Social y entré en un lugar de Acogida para drogadictos. Mi madre, que es catequista, me animó un día a que entusiasmara a los chicos durante un fin de semana. Me gustó mucho Durante el tiempo de la oración y de las celebraciones, tomé conciencia de la fuerza de una comunidad que reza. Me dije: Voy a orar con ellos.

Esta experiencia me abrió los ojos de la luz de la fe. Cuando tuve que dejar el grupo porque tuve que hacer unas prácticas, frecuentaba la misa todos los domingo. Me di cuenta de que no había jóvenes y que se cantaba mal. Descubrí que los mayores tienen una experiencia de la oración que me falta a mí. 
No veo el lado negativo de los acontecimiento, ya que eso me separa de la vida y de la fe. Continúo cerca de Dios. Cierto que la vida no es fácil todos los días, pero la recibo como un regalo que me hace crecer y madurar. Ahora busco trabajo y mientras tanto voy al encuentro de jóvenes por las escuelas y por todos sitios para animarlos.

Por eso, con esta postal a los chicos y a las chicas, quiere transmitir que la experiencia de Dios es, de verdad, la que da sentido a todo. Y que no aguarden a quedarse ciegos o discapacitados. La vida se vive en cada momento como un regalo.