Postal a los jóvenes

Romper la espiral del mal

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB         

 

       Oyes a tu derredor quejas como éstas: el mundo va de mal en peor. Los fanatismos religiosos han destruido las Torres Gemelas, la organización del mal contra el bien es una plaga que está sacudiendo a nuestra sociedad.

          Cuando escucho quejas de este tipo, me acuerdo siempre de François Mauriac: <<¡ Si encontráis a alguien que os explique el origen del mal, enviadme esa persona para que la estrangule!>>.

          Hay gente que se come el coco especulando con el problema del mal. Lo que te interesa no es especular, sino romper esa espiral del más allá donde, considerando que el mundo es malo, las personas terminan por creer que Dios no existe; y cuanto más se dicen los hombres que Dios no existe, peor se vuelve el mundo. Es un circuito terrible, y hay que romperlo por medio de esa apertura del corazón que permite a Dios entrar en su creación: si las personas se abren libremente a Dios, entonces las energías divinas (energías de bondad, de amor, de verdadera fuerza creadora) podrán brotar en el mundo.

          El que está más excluido, más olvidado, más desconocido, es Dios. El mira y se pregunta si hay corazones que libremente se abandonen y se abran a él. Ahora bien, si él puede entrar en el mundo por medio de ellos, el mundo cambiará. De ahí la importancia del monaquismo, pues los monjes son quienes abren las fuentes de donde puede brotar ese flujo de  luz, paz y amor.

          Hacer que brote ese flujo es la misma vocación de la Iglesia. Ella es <<misterio de comunión>>. Este misterio de comunión es primeramente el misterio trinitario. Dios es comunión: él es uno y es también el misterio del otro, de manera que hay en él la pulsación del amor. El ser humano está hecho a imagen de Dios, y por ello está llamado a realizarse en una libre comunión. Y es en Cristo en quien podemos esbozar esta comunión. La Iglesia es pues una comunión, es incluso la comunión por excelencia, esa diversidad respetada y al mismo tiempo esa unidad en Cristo. Y el indicativo se convierte en imperativo: la Iglesia es comunión, y también debe llegar a ser comunión, pues a veces se aleja de ella.

          De nosotros depende recordar que cada vez que se estropea, hay que <<cavar>>: si <<cavamos>>, no encontramos la nada, sino a Cristo resucitado que nos resucita; no es la nada, sino esa inmensidad, ese océano de amor, ese <<océano de luz>> como dicen los místicos siriacos. No es un océano de luz a la manera de los hindúes, sino un océano de luz que irradia de un Rostro. La comunión se ofrece, la comunión existe en profundidad, pues Cristo está ahí en la profundidad.

          Este es el camino para que el mal desaparezca. No ha otra solución.