Postal a los jóvenes

S.O.S

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

        

Esperaba a José a las 9 de la mañana. Habíamos decidido trabajar juntos. Suena el timbre. Será José, pensaba. Iba a abrir a mi visitante, dispuesto a acogerlo con unos buenos días cariñosos cuando me topé cara a cara con un joven con su saco de dormir y papeles.

Busco a Jen Claude, me dice.
Aquí no vive nadie con ese nombre, pero al menos entra. No te quedes en la puerta.

Su nombre era Pascal. Entró con su mochila. Tenía el aspecto de estar desorientado. Los primeros minutos fueron dubitativos hasta que tomó la palabra:” Tengo 16 años y me he ido de casa de mis padres. Llevo así tres días; no he ido al colegio; he dormido en donde he podido. No aguantaba más porque noto que mis padres no me entienden y van contra mía. No quieren que vaya con mis amigos. Por eso he dicho adiós a la casa. Y mientras hablaba así, las lágrimas le caían por las mejillas.

Entretanto había llegado José. Fue una ocasión propicia para tomar una taza de café. Para Pascal, pensaba, no es sólo una tormenta lo que le acaba de estallar en sus relaciones con sus padres.

Me pareció evidente hacerle comprender que lo mejor sería que volviera con sus padres y al colegio. Pero sufría porque no sabía cómo podía ayudarle.

Lo dejé tranquilo en el salón y me entretuve con José porque era a él a quien yo esperaba.
Después de una hora de conversación con él, volví a Pascal. Volvió a hablar con más calma:” Voy a volver a casa, pero quiero intentar explicaros.

¿Era preciso proponerle su vuelta a casa? No sabía demasiado cómo hacerlo.
Pascal se levantó con aire dubitativo. “No telefoneéis a casa, me las arreglaré yo solo”.
Sencillamente le rogué a Pascal, antes de que nos separáramos, que me telefoneara para saber de él y también para ver la forma en que se había insertado en su casa tras esta aventura de tres días.

En el papel que traía con el nombre de Jean Claude, escribí el mío y mi número de teléfono.

Al día siguiente, al final de la tarde, Pascal me telefoneó, manifiestamente feliz de haber vuelto con los suyos.
La vuelta: no la he pasado tan mal como creía”. Mañana, decía, comienzo a ir de nuevo al colegio como si no hubiera pasado nada.

Y con palabras emotivas me dijo: “Muchas gracias”.

Amigo, tu amistad fue para mí la salvación. Prestaste atención a este joven que , en el fondo, llevaba en su corazón inscrito con letras desgarradoras un S.O.S.

El hecho de haberme acogido en casa, haberme hablado, tomado café, presentarme a tu amigo han sido los impulsos que me hicieron ver que lo mejor era lo que acabo de hacer: volver al hogar en donde sentiré el amor de mis padres.

Pero jamás olvidaré que, al dejar mi casa, en la tuya encontré a alguien que me hizo darle vueltas al tarro. Gracias a ti, ahora vivo.

Si los jóvenes fueran todos como tú y tu amigo José, no habría necesidad de cometer las locuras de ciertos jóvenes que dejan la casa para vivir- como yo- el desarraigo de la soledad y de la falta de cariño sincero.