Postal a los jóvenes

La era de la prisa

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 



En esta sociedad, damos la sensación de ir siempre corriendo y con prisas. Tenemos muchas cosas que hacer, nos comprometemos en mil asuntoss, vamos siempre mirando la hora para no llegar tarde...¡Nos falta tiempo! Es curioso cuando alguien llama para solicitar una entrevista. Casi siempre hace alusión al “mucho trabajo que tendrá usted”, al “perdone usted que le moleste con estas nimiedades con lo mucho que tendrá usted que hacer”...

Lo decía el poeta Juan Ramón Jiménez:”¡No corras, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo!”

EN LA ERA DE LA PRISA

En nuestros días, hemos pisado el pedal del acelerador al máximo. Vamos todos a gran velocidad. Los coches son diseñados para correr, cada vez más, a mayor velocidad. Desde hace pocos años hemos cambiado el concepto de velocidad y espacio. La técnica ha reducido enormemente el tiempo para recorrer grandes distancias.

Hoy el correo electrónico hace que prescindamos del fax. Enviamos un correo por internet y en breves segundos podemos tener respuestas que nos llegan de la otra parte del mundo. Esta velocidad no la podían imaginar ni Colón, ni Fernando Magallanes, ni Juan Sebastián Elcano. Somos hoy, hijos de la inmediatez, navegamos por internet, cocinamos en microondas, consumimos sopas instantáneas...

PERO...LA GESTACIÓN DE UN NIÑO SIGUE DURANDO NUEVE MESES

El problema surge cuando a menudo pretendemos aplicar ese mismo ritmo y velocidad a nuestras relaciones sociales y comunitarias. Buscamos el éxito en seguida; nos cuesta esperar y consideramos que perdemos el tiempo cuando aguardamos unos resultados en asuntos y en situaciones que requieren su ritmo; nos impacienta la lentitud de nuestro caminar en la madurez; nos cansa tener que empezar, una y otra vez, el camino emprendido y abandonado otras tantas veces. No se da en nosotros la humilde paciencia de san Agustín para recomenzar cada día, olvidando el “comienzo de nuevo”, que logró llevar al santo de una vida licenciosa a la santidad.

Somos impacientes. Y sin embargo, un pollito sigue tardando 21 días para romper la cáscara del huevo que le aprisiona pero que le defiende; las estaciones son las mismas, las hojas del calendario caen cada mes como siempre y los días duran, como hace siglos, 24 horas, aunque nos gustaría que, unas veces, fueran más deprisa y otras, más despacio.

LA VIDA PIDE CALMA

Como todas las cosas importantes, la vida humana, la madurez, la vida comunitaria nos piden saborearlas y disfrutarlas. Para eso hay que cuidarlas con miles de detalles que requieren paciencia y serenidad ya que tienen su propio ritmo y no se pueden acelerar. Todo lo que es valioso en la vida humana, exige procesos bien orientados, a veces lentos en su crecimiento y en su desarrollo.

No se puede pretender una disculpa rápida por parte de quien nos ha estorbado u ofendido. Fracasaría el intento de cambiar a un chico o chica de irresponsable en formal y correcto con una sola intervención educativa.

Es estúpido aplicar a la evolución de los acontecimientos la “r” de “rapidez”, convirtiéndola en “revolución”. Las revoluciones no han llevado nunca a la madurez por su precipitación y su escasa preparación. Cuando uno tiene excesiva prisa, no escucha, no atiende, deja las cosas a medias, pierde los nervios fácilmente o entra en ansiedades irracionales. Las prisas engendran descuido, mal uso de las cosas por apresuramiento, ansiedad e irritación fácil ante lo que no se acaba, falta de reflexión y de renovación pudiendo caer en una rutina mecánica y sin vida. Los asuntos importantes requieren calma y tranquilidad. Como dice el refrán “hay que dar tiempo al tiempo”. Cuando alguien actúa con prisas no se detiene en los detalles, se irrita demasiado y no tiene tiempo ni ganas de sonreír...

Particularmente en las relaciones comunitarias hemos de ir con mucho cuidado para actuar maduramente. Sobre todo porque cada uno tiene su propio ritmo y, a veces, pretendemos que todos sigan nuestro paso y respondan pronto a nuestras peticiones y que reaccionen fácilmente a algo que les presentamos y que nosotros tenemos muy claro.
Incluso, en ocasiones, nos conformamos con muy poco: simplemente deseamos que los demás reaccionen a nuestros requerimientos. Cuando los demás no reaccionan como nosotros queremos, nuestra irritación y malestar pueden subir de tono. Nos encontramos realmente incómodos, agresivos, descontentos, desanimados. Parece que no hay nada que hacer.

Todo esto no son más que indicadores de una falta de madurez por parte nuestra. No hemos aprendido a respetar el ritmo de cada uno. Nuestro papel es sembrar y esperar. Reaccionamos impacientemente porque somos inmaduros y algo pretenciosos. Nos olvidamos del consejo de Cristo:” No arranquéis la cizaña, dejad que crezca y cuando llegue el verano se podrá separar del trigo... Si lo hacéis ahora podríais arrancar, al mismo tiempo, el trigo y estropear la buena cosecha...¡Tened paciencia!

Actuar maduramente, con amor, en la vida hay que ser paciente. “El amor es paciente”, escribe Pablo a los Corintios. Las prisas distorsionan la realidad. La sabiduría de las personas sencillas lo ha sabido expresar con claridad:”El que espera, desespera y el que viene, nunca llega”... Cuando se aguarda algo o a alguien y nos domina la prisa, los minutos nos parecen horas y las horas, días enteros.
El Señor “no está ni en el huracán ni en el viento impetuoso, sino en la brisa y en la calma de la tarde”.
Obrar con tranquilidad y serenidad da mejores resultados que la precipitación y la celeridad. Lo decimos pero no nos convencemos...y, a pesar de que sabemos que la velocidad se cobra muchas vidas en las carreteras, cuado nos interesa, pisamos fuerte el acelerador.