Postal a los jóvenes

El cuerpo y la Biblia

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 



El lenguaje de la Biblia esté repleto de imágenes corporales muy fuertes. Los riñones se asocian al corazón para evocar la conciencia moral. En ella se aprende que las entrañas pueden alegrarse o padecer dolores, el hígado puede segregar una bilis amarga, el corazón sufrir un infarto, agitarse o endurecerse, a menos que no se funda como la cera o no se convierta en piedra.

Y la Biblia habla también del deseo sexual y de los atributos masculinos o femeninos.
La sexualidad que Dios evoca con frecuencia a propósito de sus relaciones con su pueblo, no es una realidad degradante en la Biblia.
En cuanto a Jesús, es judío en su cuerpo. Ha conocido el hambre y la fatiga, el sueño y la vigilia, las lágrimas y la exultación.

Ante las miserias humanas, “las ha sentido en sus entrañas”. Siempre habla con ternura de las realidades terrenas: bodas y funerales, enfermedades y alegrías...
De hecho, no es nuestro cuerpo el que nos tiende trampas a pesar nuestra, sino nuestra misma libertad que se compromete o se embrolla.

La Biblia decía que el envilecimiento del hombre no proviene de su cuerpo, sino de su corazón.
Y cuando san Pablo denuncia la carne, no es al cuerpo a quien condena, sino al entendimiento, es decir, la voluntad y el corazón cerrados a Dios.

El peligro es la autosuficiencia como medida de todo, no el cuerpo.
Pues el verdadero infierno es la ausencia de los demás, la cerrazón ante los otros.
Y nuestra gran tentación es la posesión, la apropiación de las cosas y también de los demás.

Por otra parte, el lenguaje de la Biblia no se equivoca: “poseer a alguien es tratarlo como un objeto, no como una persona. Utilizarlo para nosotros.
Y todo se viene abajo cuando queremos poseer a los otros, su cuerpo y también su libertad.
Es entonces cuando todo marcha mal, pues la libertad de una persona no está hecha para la esclavitud. Escapa cuando se la quiere encerrar, molestarla o impedir que tenga la propia iniciativa de sus movimientos y de sus elecciones.

El mensaje evangélico recuerda que Dios rechaza el encerramiento egocéntrico, la crispación sobre sí mismo.
Pues Dios es ante todo y sobre todo comunicación sin repliegue, sin barreras. Y por supuesto El no es nunca dominio.

El amor nos hace descubrir que si el otro/a no puede ser nunca un objeto poseído, todo encuentro se convierte en una apetura a una comunión de corazón en la verdad y en la palabra que vivifica el espíritu.

Lo aparente muere o se marchita. Tan sólo el lenguaje que proviene del interior no muere nunca. El amor no puede vivir desencarnado. Hay que alimentarlo cada día con una profunda entente espiritual e intelectual, al mismo tiempo que de caricias, besos, placeres. El deseo del otro/a como llamada al amor en la realidad de cada día permite comprender que el clima de amor es esencial a la calidad humana.

Para madurar es preciso que los tres elementos de nuestra personalidad camine armonizados: el cuerpo, el corazón y el espíritu.