Postal a los jóvenes

Hemos encontrado al Mesías

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

 

Mar de Galilea
Lecturas: 1º Samuel 3, 3b-10.19; Salmo 39; 1ª Corintios 6,13c-15ª.17-20

Evangelio: Juan 1, 35-42

“En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípu*los y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: Este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra prime*ro a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)”.

“Hemos encontrado al Mesías”. El hombre es un buscador, un caminante, un nómada en busca de fuentes para su sed. Esto, que presenta una cara de belleza, tiene otra marcada por el riesgo y a menudo la humillación. En todas las épocas de la historia, también en la nuestra, hombres y mujeres se ponen en camino, en las pateras que cruzan Estrechos, buscando una vida mejor, soportando el estigma de ser llamados y señalados como inmigrantes. Es éste un aspecto que, como orantes, nos conviene tener en cuenta.

Y no estaría mal que también tuviésemos en cuenta nuestra condición de peregrinos que buscan al Señor. Y para esto ¡qué importante es cultivar el deseo como antesala del encuentro y hacernos preguntas que nos ponen en camino hacia lo esencial! Detrás de los hombres y las mujeres más fecundos siempre se encuentran deseos y preguntas que han tocado las raíces de su ser y que han necesitado toda una vida para ser respondidos y colmados.

¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Es san Pablo quien nos hace esta pregunta. El se encontró en el camino con este regalo del Espíritu y vivió toda su vida envuelto en el asombro. Por eso, no es de extrañar que ahora nos haga una pregunta dolorida, como si no entendiera que podamos vivir al margen de lo más bello que hay en nosotros. Necesitamos pararnos un poco y rumiar esta pregunta. Somos cuerpo, no sólo mente, o sentimientos, o recuerdos. Si “lo que embellece el desierto es que en algún lugar esconde un pozo” (Principito), lo que le da una belleza y una dignidad impresionantes a nuestro cuerpo es que en su interioridad habita el Espíritu. De aquí a entender que la espiritualidad, o vida en el Espíritu, tiene que salirnos por todos los poros del cuerpo, no hay más que un paso. Y de aquí a descubrir que la vida de cada hombre y cada mujer son algo sagrado, no hay más que otro paso. Pasos, sin embargo, que hay que arriesgarse a dar.

¿Qué buscáis? Otra pregunta. Esta nos la hace Jesús. A Jesús le gustaba enseñar preguntando. Preguntar era su forma de inquietar y de acompañar a las gentes hacia su verdad. No es ésta una pregunta para responder con rapidez. Es bueno que resuene en el silencio de la oración, y no una vez sino muchas. Hasta que se dé en nosotros un auténtico encuentro con Cristo, que nos lleve a tomar la vida agradecidamente. Un gran buscador, Agustín, decía: “Por fuera te buscaba... y Tú estabas conmigo... Exhalaste tu perfume, gusté de ti, me tocaste, y me abraso en tu paz”. Y otro gran enamorado, Juan de la Cruz, gemía: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?... Buscando mis amores iré por esos montes y riberas”.

Lo llamó: Samuel, Samuel. Samuel que estaba acostado en el templo del Espíritu, a la escucha, pudo oír la voz del Señor. Samuel, que buscó una y otra vez, identificar esa voz, terminó diciendo: “Aquí estoy”. El es un modelo para nosotros, los orantes. Con Samuel, con María, con todos los que han mostrado su disponibilidad ante el Señor, decimos “Aquí estoy”, aunque a las primeras de cambio estas palabras no nos salgan del todo verdaderas, tampoco sale limpia el agua cuando excavamos un pozo, y sin embargo llega un día en que sale transparente y calma la sed.

Hemos encontrado al Mesías. Quien ha encontrado un tesoro, lo comunica a todos con alegría y gratuidad. Esto sucede a los orantes: del encuentro gozoso con el Señor van al encuentro gozoso y comprometido con los hermanos para intercambiar con ellos los dones recibidos. La experiencia de Dios no es nunca propiedad privada, sino don para todos.