Postal a los jóvenes

Bautismo del Señor

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

 

Mc 1,7-11: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”


El evangelio de Marcos presenta a Jesús como el Mesías esperado. Este Mesías va a responder a la iniciativa providente de Dios mediante una vida de obediencia perfecta. Su fidelidad realizará definitivamente la salvación; da comienzo al tiempo del Espíritu. En la visión de Marcos, al aceptar el bautismo, Jesús recibe oficialmente la investidura mesiánica; el Espíritu desciende sobre él porque en él encuentra un terreno adecuado y fecundo, una persona totalmente entregada a la Causa de la Utopía («el Reino» dirá él). Para la reflexión teológica de los primeros cristianos, que están elaborando el evangelio, Jesús ya “era” antes que Juan Bautista.


El bautismo de Jesús inaugura su vida pública y contiene en potencia todo el itinerario que deberá recorrer. Parece un dato histórico cierto: Jesús, como tantos otros jóvenes de su tiempo, se siente conmovido por la predicación de Juan, y acude a recibir su «bautismo», con un rito de «inmersión» en las aguas del Jordán, un rito casi universal que significa una decisión radical de entrega a una Causa, por la que uno se declara ya decidido a dar la vida, a morir incluso. Jesús, con la coherencia de su vida, hará homenaje a su decisión de hacerse bautizar por Juan.

Todo seguidor de Jesús está llamado a hacer suya esa coherencia de vida y esa radicalidad de decisión, que se expresa y anticipa en el rito del bautismo, y se debe hacer realidad todos los días.

Muchos son los que en la Iglesia Católica y fuera de ella reconocen que la práctica bautismal típica de los tiempos de cristiandad, el bautismo masivo de niños, como praxis generalizada y oficial -téngase en cuenta que la ley oficial prohíbe a las diócesis establecer el bautismo de adultos como forma preferencial- necesita una revisión. Para la significación de la admisión de los niños/as en la comunidad puede hacerse cualquier otro tipo de celebración «bautismal», pero si creemos realmente la seriedad y radicalidad de lo que decimos que el bautismo significa, parece incoherente que la legislación insista tercamente en cerrar la puerta incluso a los que quieren intentar una praxis más coherente, más racional, y también más evangélica, al estilo de Jesús y de la primitiva comunidad cristiana.

No deberíamos dejar de señalar un hecho grave, absolutamente novedoso: el pequeño pero a la vez creciente y signficativo movimiento de solicitudes de anulación de bautismo que se dan en el ámbito de las Iglesias europeas. Es cierto que muchas de tales solicitudes, más que de «anulación de bautismo» son «solicitud de baja administrativa en la Iglesia». Lo común es que las personas no tienen en realidad quejas contra el bautismo como decisión religiosa humana radical (¿quién negaría su valor y su dignidad a semejante decisión?) sino contra el hecho de que es registrado y contabilizado estadísiticamente como incorporación a la Iglesia.

Es importante señalar que, aunque mínimamente, este fenómeno ha comenzado a darse también en algunos países latinoamericanos: es un problema «estrictamente europeo».

El bautismo no sólo se sitúa en el camino de la propia aventura espiritual, sino que implica una responsabilidad para con los demás, una misión universal: la construcción de un mundo nuevo, la edificación, aquí y ahora, de la Utopía («el Reino», como la llamaría Jesús). El bautizado cristiano, como «seguidor», como inspirado por el Jesús que se hizo bautizar por Juan muy conscientemente, muy adulto, está llamado a ser, con él, salvador de la humanidad y de la creación, del planeta, puesto en riesgo grave por las políticas antiutópicas de la civilización capitalista industrial ecológicamente irresponsable.