Postal a los jóvenes

Levantaos, ¡vámonos de aquí!

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

 

Juan 15,1-8: Levantaos, ¡vámonos de aquí!

«Levantaos, vámonos de aquí» (Jn 14,31). Ésta es la frase del evangelio de Juan inmediatamente anterior al capítulo 15, donde encontramos la perícopa de este domingo. Si leemos los capítulos 13 y 14, nos daremos cuenta de que Jesús está despidiéndose de sus discípulos y prometiéndoles la venida del Espíritu y la paz. Por tanto, esta frase (14,31) es una invitación a ponerse en pie y seguir adelante, a que los discípulos hagan lo que tienen que hacer y no se queden allí sentados, sin hacer nada. ¿Qué tienen que hacer cuando Jesús ya no esté con ellos físicamente? Jesús lo revela en la alegoría sobre la vid verdadera, escrita en el capítulo 15. Como Jesús, han de estar en el mundo y en él han de dar fruto.
Jesús dijo: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre, el viñador» (Jn 15,1). La vid o viña era, en el Antiguo Testamento, el símbolo de Israel como pueblo de Dios. De este modo, Jesús quiere afirmar que él es la vid verdadera, el verdadero pueblo de Dios, formado por la vid con sus sarmientos. No hay más pueblo de Dios que el que se construya a partir de Jesús. Y, como en el Antiguo Testamento, es Dios, el Padre de Jesús, quien ha plantado esta vid. Él mismo la cuida (cf. Is 5,1-7), demostrándole su amor.

«A todo sarmiento mío que no da fruto, lo corta...» (15,2a). Jesús explicita aquí lo que tienen que hacer sus discípulos, la comunidad que le sigue. Él revela la misión que les ha entregado: producir fruto. Todo sarmiento que esté vivo tiene que dar fruto, es decir, todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. Si un sarmiento no produce fruto, el Padre se encarga de podar su viña. ¿A qué se refiere ese fruto? Al final del capítulo 15, Jesús habla explícitamente de la misión que los discípulos tienen que cumplir, del mandamiento que les ha dejado: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (15,12). El amor es el fruto y a la vez la misión y mandamiento que Jesús dio a sus discípulos. El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu, no responde al Amor que Jesús predica a través de sus palabras y obras.

«...al que produce fruto, lo va limpiando...» (15,2b) Quien practica el amor, tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo posibilitado por la limpieza que el Padre realiza. Su actividad es positiva (va limpiando) y elimina factores de muerte, haciendo que el sarmiento o el discípulo sea cada vez más auténtico, más libre. Le da mayor capacidad de entrega y aumenta su eficacia. La intención del Padre es que aumente el fruto, en la correlación que éste contiene: fruto de amor en el discípulo, fruto de nueva humanidad.

Y ¿qué quiere decir "limpio"? (15,3) En la Cena, en respuesta a la mala interpretación de Pedro, explicó Jesús a los discípulos que no les lavaba los pies para purificarlos, pues ya estaban limpios (13,10-11). La purificación la produce la opción por el mensaje de Jesús, que es el del amor. Éste separa del mundo injusto y quita, por tanto, el pecado. El mensaje, al mismo tiempo, se identifica con el Espíritu, que es el que opera el dinamismo del amor. Quien, dócil al Espíritu, toma el amor activo por norma de vida (14,21: los mandamientos) está puro y la actividad de su amor lo purifica cada vez más.

«Permaneced en mí...; el sarmiento no puede dar fruto por él mismo...» (15,4) Jesús exhorta a los discípulos a renovar su adhesión a él, en función del fruto que han de producir. La unión con Jesús no es algo automático ni ritual: pide la decisión del hombre, y a la iniciativa del discípulo responde la fidelidad de Jesús (Yo me quedaré con vosotros). Esta unión mutua entre Jesús y los discípulos será la condición para la existencia de su comunidad, para su vida y para el fruto que debe producir. Su comunidad no tendrá verdadero amor al hombre sin el amor a Jesús (14,15: si me amáis, cumpliréis mis mandamientos), y sin amor al hombre no hay fruto posible.
El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con Jesús significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad. La ausencia de fruto delata la falta de unión con Jesús.

«... Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca» (15,5-6). Jesús pasa a considerar el caso contrario: la falta de respuesta. El porvenir del que sale de la comunidad por falta de amor es «secarse», es decir, la carencia total de vida. Quien renuncia a amar renuncia a vivir. La alegoría termina describiendo la suerte de los sarmientos cortados; son un desecho: los recogen, los echan al fuego y se queman. El final es la destrucción. La muerte en vida acaba en la muerte definitiva, opuesta a la vida definitiva del que se asimila a Jesús (6,54).

«En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre...» (15,8) La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los discípulos, que siguen trabajando a favor del hombre (cf. Jn 9,4). El versículo está hablando de la experiencia que tiene el grupo en la misión.