Postal a los jóvenes

Pasión de N.S. Jesucristo según san Marcos.

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

 

Is 50,4-7:“No me tapé el rostro ante los ultrajes”
Sal 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Flp 2,6-11: Himno cristológico primitivo incorporado por Pablo a su carta

Mc 14,1-15,47: Pasión de N.S. Jesucristo según san Marcos.

Pido disculpas a quienes busquen un comentario «normal». Este año voy a tratar de hacer un comentario diferente, pensando en aquellas personas que se sienten mal en medio de ese conjunto de conceptos bíblico-litúrgicos propios de la Semana Santa, que se repiten y enlazan indefinidamente, sin salir de ese ambiente en el que muchos de nosotros -que pensamos como personas normales, de la calle- sentimos que casi nos asfixiamos.

En efecto, muchos comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias bíblicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica particular diferente, y que están de antemano inmunizadas contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser recibido sin discusión, sin espíritu crítico, y «con fe». Los que tenemos una fe crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»? ¿Otra semana santa es posible?

Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se la encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «redención». Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la redención... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la redención, para redimir al ser humano que está en desgracia de Dios desde aquel «pecado original», por la infinita ofensa que le infligió a Dios.

Esa redención consistió en la «venida de Dios al mundo», encarnándose en Jesús, para asumir así nuestra representación y «pagar» por nosotros a Dios una reparación por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «repararla», redimiendo y rescatando de esa forma a la Humanidad, consiguiéndole el perdón de Dios. Ésa es la interpretación, la «teología» sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones que se hacen durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten francamente mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a otro mundo, y como a otro tiempo, tal vez a la Edad Media, o una edad mitológica, que nada tiene que ver ni con el mundo real de hoy día. ¿Hay alguna otra forma de entender la Semana Santa, que no sea viéndose obligados a transitar por el mundo manido de esa teología en la que muchos ya no creemos?

¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente, se puede no creer en tal teología. Porque tal teología no es ningún «dogma de fe» (aunque se tratara, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una elaboración interpretativa del misterio de Cristo, debida a la genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo bastante bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos y e iba a perdurar hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda: fue un pensador que marcó el pensamiento religioso occidental cristiano para varios siglos.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone el abandono o al menos la superación de la interpretación de la significación de Jesús más allá de la redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar ya no se apoyan en la «redención». El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por la «sustitución penal satisfactoria» del pecado original, con los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús... Desaparecen estas referencias, y cuando alguna vez se escuchan, suenan extrañas, incomprensibles, o suscitan incluso un contenido rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que vehiculaba inconscientemente, imagen que, evidentemente, hoy no sólo no es creíble sino que invita vehementemente al rechazo. Ese Dios, y esa teología hoy son ya impresentables.

¿Y cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por la misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, de ciertas cofradías, de las meditaciones las siete palabras y las horas santas que retoman las mismas categorías teológicas de la «redención» del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en un siglo XXI...

Debajo de la semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a otra cultura, y de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como re-actualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... (Cfr MAERTENS, Fiesta en honor de Yavé). Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó absolutamente dominada bajo la interpretación jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury..

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos», y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»...

No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir esta pretensión doble: aliviar a los que tal vez se sentían culpables por no sintonizar con un lenguaje religioso periclitado, por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa.