Postal a los jóvenes

¿Eres conductor o pasajero de tu vida?

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

"Corro hacia la meta, para llevar el premio de la vocación celeste de Dios en Jesucristo"(Filipenses 3,14).

Un día, oí a un sacerdote declarar que en la vida existen tres clases de personas: las hay que aguardan algo que ocurre, las que hacen de modo que esta cosa llega y las que se preguntan lo que acaba de ocurrir. El mundo es conducido por los que provocan las circunstancias en el lugar de esperarlas.
Estas personas, que rechazan el statu quo, prefieren correr el riesgo de tropezar antes que no intentar evitarlo, eligiendo ser actores cuando la mayoría se contenta con ser espectador de la vida.

Los pasajeros de la vida aguardan a un liberador que venga a sacarlos de la situación en la que se encuentran. No quieren tomar la responsabilidad de cambiar las cosas. Son excelentes observadores que conocen todos los fallos de los demás. Son a menudo críticos respecto a los que se atreven y si no hubiera nada más que ellos, nada se hubiera realizado nunca. No actúan porque se sienten impotentes y desarmados, ignorando que Dios les ha dado todo en Cristo.

En la iglesia local, es fácil reconocerlos pues son personas que aguardan todo de los otros, hacen estrictamente lo mínimo y esperan que los demás vayan a pagar el premio para que puedan aprovecharse de él. Se quejan sin cesar de la manera cuyos líderes dirijan, pero no quieren o no pueden tomarlo con el robo.

A menudo, se encuentran excusas para justificar su elección y su condición.
Pero al dejar los riñones (esfuerzos) a la existencia de los demás, los pasajeros de la vida olvidan que son ellos mismos los arquitectos de su destino.

Por ejemplo, si no hay músico en la iglesia, serán críticos, pero no tomarán cursos de música para ser la respuesta al problema. Siguen espectadores y esperan que algún otro dé la solución, al rechazar la idea que ellos mismos pueden utilizarse por Dios para cambiar las cosas.

A menudo decepcionados por la vida, el lamento es el sentimiento oculto que llena su corazón en el momento de su salida para la patria celeste.
A la inversa, los conductores no son ni los mejores, ni más capaces que los pasajeros. Simplemente han comprendido que no es ni por el poder, ni por la fuerza, sino que es por el Espíritu de Dios con quien todo es posible.

Han admitido que son el producto de su pasado, pero han elegido el hecho de hacerse prisioneros del pasado. Entienden el grito de la creación que suspira aguardando su manifestación.
Se hacen disponibles en manos del dueño y terminan siempre por desmarcarse de los demás. El mundo los cree fuertes, pero ellos se consideran débiles.
Los conductores son a menudo incomprendidos en su inicio, pero al fin, su visión termina siempre por hablar en su favor y cerrar la boca a sus detractores.

El mundo los aplaude por sus hazañas, pero ellos dan siempre Gloria a Dios.
No son realmente mejores que los demás, han elegido contestar a la invitación de sentarse a la mesa del Rey (Luc 14,16-17). A cause del respeto que le testimonian cuando le responden a su llamada, Dios los honra, los cuida y los distingue entre sus hermanos. Marcan su época y transmiten el enlace a las generaciones futuras. Y cuando comparezcan ante el tribunal de Cristo para rendirle cuentas, oirán decir "está bien, bueno y fiel servidor, entra en la alegría de tu dueño".
Y tú, en dónde te sitúas? ¿Qué actitud eliges? ¿Prefieres dar excusas o asumir la responsabilidad de tu destino? ¿Quedarse en el pasado o correr hacia el futuro?

¿Tomas las riendas de tu destino a pesar de las dificultades, o dejas a los demás que te lleven a donde no quieres ir porque no quieres dar cuenta?
¿Quedarse en la estación de parada del fracaso lamentando tu suerte o remontar con esfuerzo a tu destino?
Una cosa es cierta: la decisión te pertenece. Dios te espera desde la resurrección de Cristo, y la creación también aguarda tu manifestación.¿Qué elección haces?

UNA ORACIÓN PARA HOY

Padre Santo, concédeme la gracia de que no me deje llevar por ningún otro, salvo por tu Espíritu. No me dejes comportarme como espectador mientras que tú me exiges que luche como un soldado bueno de Jesucristo. Haz que mi
actitud te glorifique. En el nombre de Jesús, amén.