Meditación diaria Bíblica

“No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo”

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 


Jesús ha puesto la luz en medio de las gentes. Ha colocado el perfume para que el buen olor inunde toda la casa. Ha besado toda situación de dolor y de frustración con el amor del Padre. Ha sembrado en el campo una semilla de gratuidad. Sal hoy a la calle y contempla la luz de los rostros de la gente. Hay muchas transparencias de Dios escondidas en la espesura de la vida. ¡Descúbrelas!

Tu luz, Jesús, me hace ver la luz. Gracias por los que ven la luz. Que nunca se cansen de ser luz. Quiero ser testigo de tu luz. Ayúdame.

Jn 12,44-50: “No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo”

Estos versículos que cierran el capítulo 12 del evangelio de Juan son una bella síntesis de todo su contenido. Creer en Jesús es creer en el Padre. Jesús se declara como Luz del mundo; y queda claro que la finalidad de la Encarnación no es juicio y condenación, sino salvación y vida plena. A manera de epílogo, Jesús declara la fidelidad de su palabra a la Palabra del Padre.

Queda abierta la puerta para que el creyente acepte o rechace la oferta salvífica del Padre por medio de su Hijo. Ahí radica el juicio y condenación. Dios no condena; siempre ofrece salvación y amor. Los seres humanos estamos en plena libertad para aceptar o rechazar este maravilloso ofrecimiento. Es indudable que la aceptación de la oferta salvífica tiene consecuencias y genera compromisos. La salvación es gratuita, pero no barata; por más que parezca paradojal.

Una vez que alguien se ha decidido por Jesús, hay que aceptar con libertad y gozo todas las implicaciones que ello implica: éticas, sociales, políticas, religiosas... Abrirse a la luz produce deslumbramiento, pero en forma progresiva se va asimilando el torrente luminoso. Aceptar a Jesús, Luz del mundo, es dejarse penetrar por sus rayos vitalizadores y, al mismo tiempo, convertirse en luz para los demás