Meditación diaria Bíblica

Sábado santo

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 


Prepara este día con mimo, como prepara el hortelano la tierra antes de sembrar las semillas. No necesitas muchas cosas, más bien te conviene dejar algunas de las que llevas y que no te hacen ninguna falta.
Deja el ruido de la calle, de la casa, del trabajo; al menos por un día. Busca un lugar tranquilo y apartado, donde puedas estar a solas, largo rato. Una vez allí, deja fuera los ruidos que te habitan por dentro. Te será más difícil que lo anterior, pero con un poco de esfuerzo lo lograrás. Silencia también tus pasiones, tus rebeldías, tus culpabilidades. No te asustes de tu silencio. Lo que pasa es que rara vez lo visitas y por eso lo desconoces.

El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio, por una vigilancia atenta, por una espera esperanzada. Las posibilidades inéditas de Jesús germinan en el silencio, en una soledad que barrunta rumores de aguas vivas a lo lejos; ahí, en el silencio, van apareciendo con toda su frescura y belleza los gestos sencillos de Jesús, tan concretos; ahí, en el silencio, Jesús te comunica sus palabras de amor tan cercanas, tan de amigo.

Busca el silencio y la soledad, ten alerta el corazón, donde se escucha la voz el Espíritu. Tu corazón puede ser hoy el lugar de la espera, donde se levantan las esperanzas malheridas por la muerte y se pone en pie la alegría.
El silencio de este día es muy hondo, pero no es un silencio triste. Jesús viene a desencadenar toda alegría, a poner en marcha de nuevo gestos concretos, a hacer que el amor sea amor cercano.

¡María! Vive este día con Ella. Saborea su silencio, su vacío, su soledad. No puede vivir sin Jesús. Lo han echado fuera de la tierra de los vivos y Ella lo busca con el amor de su alma. La Iglesia se une a María en su espera, únete también tú a Ella.

¡Qué bueno que esperes con María al Amado que atisba ya por las ventanas, que viene jadeante al encuentro! Ya se oye su voz, ¡qué dulce es su voz en la oscuridad!: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía! ¡Ven a mí! La muerte ha sido vencida para siempre. Los inviernos que intentaban paralizar la vida de la humanidad ya han pasado; ahora asoman ya los brotes de la viña, cantan las aloyas y el perfume de las flores se extiende por el valle”.

Al atardecer, ponte en camino; la alegría no la puedes celebrar a solas. La sed encaminará tus pasos hacia el manantial, para que te inunde el agua viva del bautismo. De la soledad ponte en camino hacia la comunidad, para entrelazar tus manos con las manos de muchos hermanos y hermanas y cantar con ellos: “Todas mis fuentes están en ti” (Sal 86).

Las dudas, que han puesto polvo en tus pies, se lavarán al confesar, con toda la Iglesia, tu fe y tu amor en Jesús vivo.
Entra en la Noche Santa con tu cirio para encenderlo en el fuego de Cristo. Lleva preparados tus vestidos de fiesta para danzar con María, con la humanidad, con toda la creación, la música universal del amor.

Encuéntrate con Jesús, lleno de luz y belleza, que viene a tu encuentro. Abrázate a Él, es el amor de tu vida. Dile, en el colmo de tu asombro: ¡Todo lo has hecho bien!.