Entre las diversas figuras que la Biblia nos presenta, Moisés se
sitúa en una muy particular. Él es, según la historia de su vocación
(Éxodo 3,1-12), el primero en haber comprendido hasta qué punto Dios
está cerca de los humanos. Su vida cambia cuando comprende que Dios
conoce los sufrimientos de su pueblo que vive en la esclavitud en
Egipto y que Dios les quiere abrir un nuevo futuro. Entonces es
cuando toda la historia de la salvación se abre y viene hacia
nosotros. Dios pide a Moisés caminar con su pueblo y sacarlo del
país de la esclavitud. Y parten, primero atraviesan el Mar Rojo, y
después el desierto, para ir hacia una tierra prometida por Dios
donde podrán conocer la vida plena, ellos y sus descendientes.
A lo largo de todo este camino de liberación, Moisés ora y conversa
con Dios como con un amigo, nos dice la Biblia. Un día Moisés le
pide: «Dame la gracia de ver tu gloria.» Moisés quiere ver toda la
realidad de Dios. Las dificultades del viaje y las resistencias del
pueblo para perseverar son abrumadoras. Pero comprende que Dios
quiere un bien muy grande para los humanos, y comprende que Dios no
renuncia a realizarlo a pesar de todos los obstáculos, todo ello
ofrece a Moisés una apertura mayor hacia Dios mismo. De hecho,
¿quién es este Dios a la vez tan cercano y tan misterioso? Moisés
quiere ver.
¿Cómo los acontecimientos de nuestra vida, las responsabilidades que
llevamos, nos cambian y pueden abrir mejor nuestra existencia a
Dios?
La respuesta de Dios (33,19) evoca a la vez su belleza y su
misericordia. Dios es admirable, de una belleza infinita y es bueno,
de una manera que le pertenece en esencia. Dios dice que pasará
delante de Moisés sobre la montaña, ¡pero que Moisés le podrá ver
solamente de espaldas y no de cara! Caminando continuamente detrás
de Dios por el camino que ha abierto, mirando a Dios de espaldas,
por así decirlo, es como Moisés verá a Dios. Dios está de veras ahí,
en el camino que nos conduce hacia la vida libre y plena.
¿Dónde vemos las huellas de la belleza y la bondad de Dios?
¿Está Dios verdaderamente presente en el camino que él abre delante
de nosotros? ¿Qué luz aporta esta intuición sobre mi vida?