Meditación diaria Bíblica

Fiesta del Corpus Christi

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB 

 

 

“EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


Ningún día mejor que esta Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, para centrar nuestra oración en torno a la presencia personal y real de Jesús en el Sacramento de la Eucaristía. Si fuese posible sería bueno exponer el Santísimo o colocarlo, aunque fuese sin exponer, en medio del grupo. Nuestra oración deberá ser, hoy más que nunca, adorante y agradecida.

'El pan que yo os daré...'.

En el Evangelio, Jesús se nos presenta como el verdadero alimento, el pan que da la vida, el pan que sacia para siempre...

En Jesús Dios se nos hace pan.

En Cristo, Dios ha querido saciarnos por completo. Dios conoce nuestras hambres, todas, incluso las más profundas, aquellas que no se satisfacen con pan: el hambre de vida, el hambre de verdad, de belleza, de libertad, de dignidad, el hambre de bondad, de felicidad...

Y sabe que, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, estamos hambrientos de El; que tenemos hambre de Dios. Por eso se nos da él mismo como alimento.
¡Oh inmensa bondad de Dios! Preséntale a Dios tus 'hambres', y las de toda la humanidad. Y pídele no estar nunca harto.

'Formamos un solo cuerpo...'

La Eucaristía nos invita a la solidaridad. Nunca un cristiano podrá desentenderse de la suerte de sus hermanos, porque todos comemos del mismo pan.
Que en nuestra oración de hoy encuentre un lugar especial toda la iglesia.
Y que lo encuentre también toda la humanidad, especialmente los más necesitados, los que más sufren, los más olvidados, los que nadie escucha, porque no tienen voz.
Que no salgamos de nuestra oración sin el compromiso de ser un poco más solidarios.

'La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza' (Ecclesia de Eucharistia, 1, Juan Pablo II).