El Pan de tu Palabra
Lc 8,415

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

¡Ten piedad de mí, Señor, que soy pecador!

Después del tiempo de Cuaresma y Pascua y de las grandes solemnidades de la Santísima Trinidad y del Cuerpo y la Sangre de Jesús, celebramos hoy el X Domingo del tiempo Ordinario y retomamos la lectura del Evangelio de Mateo.

La primera parte del Evangelio de hoy es el relato de una vocación. "Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él se levantó y lo siguió". La narración se reduce a lo esencial, que podemos resumir en cinco puntos: la iniciativa la tiene Jesús que elige a quien quiere; el que es llamado tiene oficio de publicano; su nombre es Mateo; es llamado mientras ejerce su profesión; responde con total prontitud. En el relato de esta vocación los tres Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) coinciden en todo, excepto en el nombre del que es llamado. En los otros dos Evangelios se llama Leví. Marcos especifica aun más: "Leví, hijo de Alfeo". En el Evangelio de Mateo hay una intención particular en la afirmación de que el nombre del publicano a quien Jesús llama es Mateo.

¿Cuál es esta intención? Lo que el autor quiere acentuar es que entre los doce apóstoles de Jesús había un expublicano. En efecto, cuando detalla la lista de los doce apóstoles, sólo este Evangelio subraya esa circunstancia: "Mateo, el publicano" (Mt 10,3). Si continuamos la lectura comprenderemos por qué el autor acentúa esa circunstancia: "Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos". Jesús come con publicanos y pecadores, pero lo hace para que se conviertan, como ocurre con Mateo, que llega a ser uno de sus doce apóstoles.

De improviso aparecen otros actores: «Al verlo los fariseos decían a los discípulos: "¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?"». La respuesta obvia es: "Porque quiere hacer que se conviertan". Pero el que responde es Jesús y él va más allá. Su respuesta es la que puede dar el único que no tiene pecado: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal... no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". En la percepción de Jesús da lo mismo comer con un publicano que con cualquier otro hombre, pues ante él todos son pecadores y necesitan de él para salvarse. Sólo se exceptúa la Virgen María que fue preservada inmune de todo pecado por singular privilegio.

En la percepción de Jesús, entre todos los hombres, los más pecadores son los que piensan que pueden salvarse por su propio esfuerzo y prescinden de Cristo; son los que se consideran sanos y no recurren al médico; son los que se tienen por justos y condenan a los demás.

Aquí, en un hecho de la vida real, se destaca el contraste entre fariseos y publicanos. Jesús puso al descubierto la realidad profunda de ambas actitudes por medio de una parábola específica: la del fariseo y el publicano que suben al templo a orar. El fariseo se considera justo; el publicano se reconoce pecador. La conclusión es que éste bajó justificado y aquél no (cf. Lc 18,914).