El Pan de tu Palabra
Lc 6,27-38

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

La parábola de Jesús describiendo la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente
cada día, ignorando al pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una
«exageración oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta. Un
puñado de países obsesionados sólo por su propio bienestar sigue su marcha abandonando a
las dos terceras partes del mundo en el hambre y la miseria más inhumana.
«Los 22 países mas ricos de la Tierra no cumplen sus promesas. La última década ha sido
una de las más prósperas que se recuerdan, pero la ayuda a los «países del hambre», lejos de
crecer, está disminuyendo. El resultado es desolador. Más de 10 millones de niños mueren
cada año por el hambre y la falta de higiene. Cerca de 149 millones están mal nutridos.
Millones de niños y niñas viven atrapados por la explotación laboral, la esclavitud y la
prostitución. Más de dos millones han muerto en los conflictos armados de esta última
década.»1
¿Cómo podemos seguir soportando por más tiempo nuestro cinismo e hipocresía? ¿Cómo
podemos seguir hablando de «progreso», de «valores democráticos», de «defensa de las
libertades»? ¿Dónde están las Iglesias? ¿Dónde los cristianos? El Mundo del Bienestar es, en
buena parte, de cultura cristiana. Los que durante siglos venimos explotando a los países más
pobres de la Tierra o abandonándolos en la miseria y desesperación somos pueblos que dicen
creer en Dios. Pero, ¿qué Dios es éste que no es capaz de sacarnos de nuestra increíble
ceguera?
No es ciertamente el Dios proclamado por Jesucristo, un Dios Padre para todos. No es lo
mismo creer en Dios o creer en un Padre que sólo quiere el bien, la dignidad y la dicha de
todos sus hijos e hijas. Los hombres se destruyen unos a otros en nombre de Dios pero nunca
podrían hacerlo en nombre de un Padre que ama a todos. Los creyentes satisfechos del
Primer Mundo hacen sus rezos a su Dios mientras niegan su solidaridad a los hambrientos de
la Tierra, pero no podrían ni por un momento dirigirse al Padre de todos sin sentirse llamados
a luchar por una vida más digna para sus hijos e hijas que mueren de hambre y miseria.