El Pan de tu Palabra
Mt 19,16-22. Sermon del monte

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Se afana el hombre en buscar la felicidad y la alegría. Cristo la ofrece en la práctica del amor; en el Sermón del Monte, define la felicidad, la bienaventuranza. Jesús propone un estilo de vida que llega con el Reino; da un mensaje de esperanza, una palabra de aliento; comunica la verdadera felicidad fundamentada en el desinterés y el amor a la justicia que es la voluntad de Dios:

Bienaventurados los compasivos, los pacientes, los pacíficos, los limpios de corazón porque vuestro es el Reino de Dios. … Alegraos y saltad de gozo, porque os espera una gran recompensa” (Mt 5,1-12; Lc 6,20-23).

La salvación se encuentra en el amor. Lo decisivo es la actitud de amor hacia los más pequeños (oprimidos); lo que se hace con ellos se hace con Jesús, es la solidaridad recíproca. Serán llamados benditos y entrarán junto al Padre los que han vivido en el amor:

Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del Reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis en vuestras casas, anduve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y fuisteis a visitarme; estuve en la cárcel y fuisteis a verme.
Entonces preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer o sediento y te dimos de beber?… "En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con alguno de esos mis hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo (Mt 25,34-46).

Dios envió al Hijo para que el hombre pueda salvarse. Por amor, el “Verbo se hizo carne” y, por amor, nosotros lo tenemos, lo conocemos y alcanzamos la vida eterna; Dios hace la oferta de la vida, que debe ser aceptada en la fe, la vida eterna representa el Reino:

Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).

La salvación se encuentra en el amor; la perfección se manifiesta en el desprendimiento, en la pobreza y en el seguimiento de Cristo. Se ha de atesorar amor; la ambición debe estar en la posesión de grandes cantidades de amor. Al joven rico que le pregunta por la vida eterna, le dijo:

«Cumple los mandamientos: «No matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falso testimonio, honrar padre y madre y amar al prójimo como a uno mismo (Ex 20,12-16; Dt 5,16-20; Lev 19,18)»
«Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que posees y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y luego ven y sígueme». Cuando el joven oyó esta respuesta, se fue triste, porque era muy rico (Mt 19,16-22; Mc l0,17-27; Lc 18,18-27).

Sólo el amor es el único saldo que interesa, las demás ataduras son nocivas:

No tengáis deuda con nadie; solamente el amor os lo deberéis unos a otros, pues el que ama al prójimo ha cumplido con toda la Ley (Rm 13,8). Haceos esclavos unos de otros por amor (Gl 5,13).

El Himno a la caridad de S. Pablo, brillante y perfecta pieza literaria y de un profundo lirismo, es el himno del amor al prójimo, que parangona con la fe y esperanza. Este amor es también caridad teológica, superior a todos los dones y virtudes, porque todos desaparecerán con la muerte, mientras que la caridad es eterna. Todos los prodigios, todas las magníficas obras humanas no son nada, nada valen, de nada sirven, si no se tiene caridad. Su fuente está en Dios que es el origen del amor, que entregó a su Hijo por salvarnos y nos hizo sus hermanos y coherederos. La caridad es el vínculo de la perfección (Col 3,14). La práctica del amor da el verdadero sentido moral (Fil 1,9s) y abre al hombre al conocimiento espiritual del misterio divino, del amor de Cristo que supera todo conocimiento (Ef 3,17-19):

Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tuviera caridad soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviese el don de profecía y conociese todos los misterios y toda la ciencia y aunque tuviese tanta fe que trasladase las montañas, si no tuviera caridad, nada soy. Y aunque distribuyese todos mis bienes entre los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, si no tuviera caridad, de nada me sirve.
La caridad es paciente, es servicial, no es envidiosa, no se pavonea, no se engríe; la caridad no ofende, no busca el propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; la caridad no se alegra de la injusticia, pero se alegra de la verdad; todo lo excusa, lo cree todo, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no pasa jamás (1 Cor 13,1-8).










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