El Pan de tu Palabra
Mt 16,13-23

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Jesús plantea la pregunta fundamental, sobre la cual se decide el destino de todo hombre: ¿Quién soy yo?”. Decir que es Jesús es colocar la propia existencia sobre un terreno sólido.
La respuesta de Pedro es decidida y segura. Pero su discernimiento no deriva de la “carne” y de la “sangre”, esto es, de las propias fuerzas, sino del hecho que ha acogido en sí la fe que da el Padre.
Jesús constituye a Pedro como roca de su Iglesia: la casa fundada sobre la roca (cfr 7,24) comienza a tomar su verdadero significado.
No está fuera de lugar preguntarse si Pedro era plenamente consciente de lo que se le había revelado. Notamos el fuerte contraste entre esta profesión de fe seguida del elogio de Jesús: "Feliz, Simón…"es la incomprensión del v. 22: "...Aléjate de mi, demonio. Me sirves de escándalo porque hablas según los hombres y no según Dios".
Este contraste evidencia la diferencia entre la fe aparente y la verdadera: no basta profesar la mesianidad de Jesús. Hace falta creer y aceptar que el proyecto del Padre se realice a través de la muerte y la resurrección del Hijo.
Pedro recibe las llaves del reino de los cielos. Las llaves son signo de soberanía y de poder. Pedro recibe la plena autoridad sobre el reino de los cielos. Ejerce su autoridad en la tierra y no funciona como portero del cielo, como se piensa ordinariamente. En calidad de transmisor y garante de la doctrina y de los mandamientos de Jesús, cuya observancia abre al hombre el reino de los cielos, él vincula a su observancia.
Los escribas y los fariseos, en cuanto detentores de las llaves hasta qué momento, habían ejercido la misma realidad. Pero, rechazando el evangelio, no hacen nada más que cerrar el reino de los cielos a los hombres. Simón Pedro les quita el puesto.
Si se considera atentamente esta contraposición, resulta que el deber principal del que se encarga Pedro es el de abrir el reino de los cielos. Su encargo se describe en sentido positivo.
No se podrá identificar la Iglesia con el reino de los cielos.. Pero en este relato del evangelio ofrece la oportunidad de reflexionar sobre su propia relación. A la Iglesia, como pueblo de Dios, se le confía el reino de los cielos (cfr 21,43). En ella viven los hombres destinados al reino. Pedro asume el servicio en la Iglesia en cuanto que invita a recordarse de la doctrina de Jesús, que permite a los hombres la entrada en el Reino.
En el judaísmo, los equivalentes de legar y elegir tienen el significado específico de prohibir y permitir, en referencia a los pronunciamientos doctrinales. Al lado del poder de magisterio se pone el disciplinar. En este campo los dos verbos tienen el sentido de cortar la comunicación.
Este doble poder se le asigna a Pedro. No es el caso de separar el poder de magisterio del disciplinar y se refiere uno a 16,19 y el otro a 18,18.Pero no es posible negar que en este versículo 19 el poder doctrinal, especialmente en el sentido de la fijación de la doctrina, está en primer lugar.

Pedro es presentado como maestro supremo, sin embargo con una diferencia no transferible al judaísmo: el ministerio de Pedro no está ordenado a la ley, sino a la directiva y a la enseñanza de Jesús.
Los dones dados a Pedro se reconocen en el cielo, esto es, las decisiones de carácter doctrinal tomadas por Pedro se confirman en el presente de Dios. La idea del juicio final es más lejana incluso aunque se introduzcan decisiones disciplinares.
En el evangelio de Mateo, Pedro es presentado como el discípulo que da ejemplo. Y este se lo transmite a todo discípulo. Esto vale para sus virtudes y defectos. Pero a Pedro se le entrega una función exclusiva y única: es y seguirá siendo la roca de la Iglesia del Mesías Jesús. Pedro es el garante de la tradición de Cristo.
En su oficio suplanta a los escribas y fariseos, que hasta ahora han llevado las llaves del reino de Dios. Le toca a él hacer valer la enseñanza íntegra de Jesús con toda su fuerza.
Después de haber mandado a sus discípulos que no dijeran que él era Cristo, porque su concepción del Mesías no era todavía adecuada, Jesús da un paso adelante en su vida: anuncia que va unida a la hora de su pasión, muerte y resurrección.
La declaración de Jesús constituye una auténtica tentación para Pedro que protesta y grita a Jesús. Esta idea de un Mesías sufriente es insoportable para Pedro. En vez de aceptar la revelación del Padre (v.17) o pensamiento de Dios (v. 23), él proyecta sobre Jesús la propia concepción del Mesías: pensar como los hombres y no como Dios.
No es por nada casual la presencia en el mismo relato de dos aspectos muy opuestos: la profesión de fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús, l autoridad confiada a Pedro y la reprobación que Jesús le dirige.
El evangelista subraya intencionalmente este contraste para indicarnos que Pedro funda su Iglesia no por sus cualidades naturales, sino por la gracia y por elección divina.