El Pan de tu Palabra

Lc 10,25-37

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Para entender esta parábola se debe saber que en el siglo I judíos y samaritanos se odiaban mortalmente. Los segundos fueron excluidos del culto de Jerusalén, se les echa en cara "que no cumplen ni un mandamiento, ni aun los residuos de un mandamientos, y en la práctica se les trata como a paganos [50,20lsl. De modo que la comparación de Jesús, tras hacer ver la dureza de corazón del sacerdote y del levita, en la obra de misericordia del samaritano expone el amor efectivo y práctico al prójimo. El samaritano recoge a aquel hombre indefenso sin tener en cuenta para nada límites nacionales o religiosos. Su amor no conoce fronteras, y en ello se corresponde con el amor de Dios, al que alude Jesús para fundamentar su precepto de amar al enemigo: amad a vuestros enemigos, Dios lo hace también, hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,44par).

Con su pregunta: ¿Quién es mi prójimo? el escriba quiere saber cómo se debe entender, según Jesús, el precepto veterotestamentario del amor (Lev 19,18), qué límites tiene, a quién se debe tratar como prójimo y a quién no. ¿A quién debo considerar objeto de mi amor? Detrás de esta pregunta late la idea (evidente tanto entonces como hoy) de que el precepto del amor obliga al hombre en una ordenación diríamos concéntrica de importancia: hay una progresión gradual en vistas, por ejemplo, a los connacionales, a los familiares, a los vecinos; los que están ya lejos y los enemigos quedan excluidos, fuera de este círculo.

La parábola de Jesús "fuerza" otra concepción: se sitúa al lado del asaltado por los bandidos, y mira con los ojos del molido a palos; al oyente, se le exige un fundamental cambio de perspectiva. La pregunta final se corresponde con el planteamiento: ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de salteadores? De modo que Jesús no acepta una pregunta acerca del objeto del amor que aparte de este objeto, una pregunta así ha sido ya convertida en imposible de una vez para siempre. Jesús trata del sujeto (que ama o que, precisamente, rehúsa amar): ¿quién se ha comportado como prójimo? -Para quién soy el prójimo? Y tal pregunta, sometida a tal transformación, pone muy en claro que la exigencia de amar me afecta incondicionalmente; nada tiene que ver con ella el hecho de que el prójimo me parezca merecer o no merecer mi amor. Soy yo quien debo convertirme en prójimo incluso para mi enemigo. Lo cual no me está mandado, sino narrado en la parábola como una posibilidad estimulante y fuente de vida auténtica.

La ética de Jesús no es, radicalmente, una ética imperativa, sino una ética narrativa. La peculiaridad de su exigencia no radica en el contenido, la cosa es clarísima (incluso el precepto del amor a los enemigos se documenta en el antiguo testamento, y fuera del cristianismo), sino en la coordinación complexiva de la palabra y la obra de Jesús con una forma verbal y una estructura que las relacionan dentro de su contexto. Jesús rodea a sus oyentes con historias que pintan y describen lo que exigen, e incluso encarrilan aquello de que hablan. El que oye es atraído, es inducido a identificarse, se contempla a sí mismo, sin intermediarios, en la escena, y se ve confrontado con el papel que te ofrecen; este papel le libera y le acucia hacia una conducta nueva; la narración le da el lugar y el tiempo necesario para ello.

Así la ética narrativa está en situación de preservar la secuencia y el paralelismo de indicativo e imperativo, y no tornarse así "legalista". En la parábola del buen samaritano, por ejemplo, se narra siempre en este sentido como posibilidad real una posibilidad que ha fallado repetidamente. Aquí no hay ni imperativo ni un duro "tú debes". Aquí hay estímulo y atracción. La parábola presupone una posibilidad y le da alas: no pretende mandar amar, sino describir el amor como cosa posible y con ello hacerlo verdaderamente posible.

En último término lo que ocurre en el camino de Jerusalén a Jericó es el gozo del seguimiento al que llama Jesús, es la respuesta a la experiencia de la bondad infinita de Dios, es la fiesta del amor cumplido al prójimo.