El Pan de tu Palabra

Lc 10,1-12.17-20

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

Este relato de evangelio nos quiere recordar que también los discípulos han sido encargados y enviados por el Señor a anunciar el reino de Dios. El número 72 recuerda los pueblos de la “mesa de la naciones” en el libro del Génesis; capítulo 10, en práctica todos los hombres de la tierra.

Los misioneros de cristo van de dos en dos para dar mayor crédito a su predicación, porque en el testimonio de dos o tres está la garantía de toda verdad (cfr Dt 17,6; 19,15).

Respecto a la extensión del campo y de la cosecha que se anuncia, el número de los operarios del evangelio es siempre exiguo. Hace falta ir con urgencia a todos, Los verbos están en imperativos: "orad" e "andad" (v. 3).

La misión de los enviados no es fácil, como no lo fue para Jesús. Los mensajeros del evangelio son por definición portadores de buenas noticiase (cfr Is 52,7-9). Jesús los compara con corderos, símbolo de la mansedumbre, que deben ir en medio de lobos, es decir, hombres violentos y asesinos. Su deber es el de llevar a todos, casa por casa, la bendición y la paz.

Jesús manda a sus discípulos como el Padre le ha mandado a él (cfr Jn 20,21). La misión nace del amor del Padre por todos sus hijos y termina en el amor de los hijos por el Padre y entre ellos.

El inicio de este  relato nos invita a dos cosas grandes: "La mies es mucha" (v. 2), es decir, toda la humanidad espera de nosotros el alegre anuncio que Dios es Padre y quiere que todos los hombres se salven. Quien conoce el corazón del Padre es solícito por todos los hermanos.

A la vuelta de los 72 discípulos, que había mandado en misión, Jesús revela el sentido último de la actividad misionera. No es solamente victoria sobre el mal y vuelta al paraíso terrenal, sino que es sobre todo inscripción en el libro de la vida, en el elenco de aquellos que forman parte de la familia de Dios, en el estado de familia de Dios. Todos los que acogen la palabra de Dios participan en la relación inefable del Hijo de Dios con el Padre. No son sólo llamados hijos de Dios, sino que lo son realmente (cfr 1Jn 3,1). Jesús dice a sus discípulos: "Alegraos", porque han entrado juntos con él en el son del Padre y pueden decir con toda verdad: "Abbà", papá, papaíto. Este es el fin último de la misión.

El hombre está hecho para la alegría, porque está hecho por Dios. Diversamente es triste hasta detestar la vida. ¿Pero dónde puedo encontrar la alegría verdadera? Los 72 discípulos la han encontrado yendo a misión,

Echando al demonio, llegando a ser realmente hijos de Dios de nombre y de hecho. ¿Y dónde la buscamos?

El cristianismo reconoce el mal que estaba en el hombre y que permanece en todos  como posibilidad y tentaciones. Pero proclama con fuerza que Dios “nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha transferido al reino de su Hijo predilecto" (Col 1,13) y nos ha "librado de las manos enemigas para servirlo sin temor en santidad y justicia" (Lc 1,75). La fe de la palabra de Dios nos sustrae del poder de la mentira diabólica. El anuncio del evangelio nos hace libres y responsables.

Esta caída del demonio de lo alto da al hombre la posibilidad de ver finalmente el verdadero rostro de Dios. El demonio se interpuso entre Dios y nosotros y había buscado sobreponer su imagen a la de Dios. Esta mentira, que presenta a Dios con el rostro del maligno está en el origen de todo pecado. En la predicación de la palabra de Dios, el diablo cae del cielo y Dios vuelve a aparecer al hombre con su verdadero rostro, el del amor (cfr 1Jn 4,8.16).