El Pan de tu Palabra

Lc 9,51-62

Autor: Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

 

"Jesús, que se dirige con valor a Jerusalén, expresa su decisión total de hacer la voluntad del Padre, muriendo por amor en la cruz. El verbo “habría sido despreciado por el mundo”, indica el cumplimiento del designio de Dios. Jesús es despreciado del mundo por los hombres y elevado al cielo por Dios. La misma palabra expresa las dos caras de la única realidad, vista respectivamente como acción del hombre y como acción de Dios. El hombre cumple el mal sumo quitando de en medio al Hijo de Dios y Dios cumple el sumo bien ensalzándolo en la gloria.
Jesús es el enviado del Padre que acoge a todos y por eso no es escuchado casi por nadie. El pecado de todos es no acoger la pequeñez de Dios en Jesús; es esta pequeñez su verdadera grandeza.
Santiago y Juan se sienten asociados con Jesús, pero no entienden que su único poder es la impotencia de uno que se entrega por amor.


No lleva fuego que queme a los enemigos, sino el amor que los perdona. El celo sin discernimiento, principio de todos los roles de todos los tiempos, es exactamente el contrario del Espíritu de Cristo.


Juan, más tarde (Hch 8,15-17), volverá a Samaria con Pedro, e invocará sobre los mismo samaritanos el Amor del Padre y del Hijo: el fuego del Espíritu, el único que Dios conoce y que el discípulo debe invocar sobre los enemigos.
Jesús es la misericordia que vence al mal no sólo de los samaritanos, sino también y en primer lugar, de los discípulos. Revela a Dios de compasión y de ternura, desconocido por todos, los cercanos y lejanos. A la larga, la impotencia de un Dios que ama tendrá la última palabra, porque la última palabra es el Amor.


Lucas quiere recordar el fracaso con el que se abre este último viaje de Jesús. El trabajo de Jesús comenzó con el rechazo de los galileos, sus compaisanos de Nazaret (4,30), y esto con la hostilidad y la falta de hospitalidad por parte de los samaritanos. Estos dos hechos anticipan el rechazo de los hebreos de Jerusalén.


La reacción de los apóstoles refleja una mentalidad belicosa que Jesús contradice sin dejar la más mínima posibilidad de excepciones. Los samaritanos rechazan su invitación, pero él no los rechaza y mucho menos hacerles reivindicaciones. Combate de modo enérgico la opinión de sus discípulos que se obstinan pensando en el Mesías poderoso, victorioso e imbatible, que dispone de fuego y fulmina para destruir todo y todos.


Un tal modo de pensar es propio del diablo, que invitó a Jesús a recorrer los prodigios para imponer su credibilidad (cfr Lc 4,1-13).

Pero no ha secundado su instigación del demonio, ni secunda la de los discípulos porque provienen de la misma matriz, la de imponer el bien con la fuerza, que es siempre una forma de violencia. Un sistema misionero de Jesús no adopta y no aprueba, pero que florecerá frecuentemente en el curso de los siglos. El evangelio es una propuesta que debe hacerse camino con la fuerza de su contenido, y no con imposiciones externas físicas o morales.
El tal del v. 57 es una persona indeterminada que representa a cualquiera que quiera seguir a Jesús que está caminando hacia Jerusalén para cumplir su éxodo (vv. 31-51). Ha entendido que el sentido de la vida es seguir a Jesús, pero seguir a Jesús no es un pretexto humano.
El hombre pone su seguridad en los bienes materiales necesarios para vivir. El hombre religioso en vez pone la propia seguridad en Dios y hace depender de él su subsistencia.
Jesús nació pobre, vivió más pobre todavía y murió pobrísimo en la cruz. El apóstol Pablo escribe: "Conoced la gracia del Señor Jesucristo: de rico que era se ha hecho pobre para que vosotros seáis ricos por medio de su pobreza" (2Cor 8,9).
El llamado del v. 59 no cuestiona la llamada, pero exige sólo una prórroga en el tiempo. Pide hacer “primero” su voluntad y la de Dios. Jesús había enseñado: "buscad primero el reino de Dios" (Mt 6, 33). Diversamente hay siempre algo antes que el Señor y el Señor no es ya el Señor.

Sepultar al padre es un deber de piedad filial (Es 20,12; Lv 19,3). Pero también un deber, prioritario, aleja del reino de Dios. Es el drama de la fe de Abrahán: ¿primero el amor para el hijo prometido por Dios o el amor por Dios que lo ha prometido? ¿Primero el don o el Donador?
También Jesús, sometido a José y a María que angustiados lo buscan, antepone a su necesidad ocuparse de las cosas del Padre (Lc 2, 48-49). La elección es difícil y dura y veremos que Dios sigue nuestra voluntad. Lo que ocupa el primer puesto en nuestro tiempo y en nuestros programas es el objeto principal de nuestro amor, es nuestro Dios. Para este tal, el padre muerto era más importante que el Dios vivo
El discípulo del v. 61 asume la dificultad de las dos primeras. Es él el que se propone y es él quien antepone la prioridad. Este hecho recuerda la vocación de Eliseo por parte de Elías que concede al discípulo que se despida de los suyos (1Re 1919 ss). Pero ahora aquí hay uno que es más que Elías (cfr Lc 11,31-32): es el Hijo al que se le escucha (v.35). Su presencia exige obediencia inmediata.
La respuesta de Jesús parte una vez más de una imagen sugerida por la vocación de Eliseo, llamado mientras estaba arando con dice bueyes: quemará su arado y sacrificará sus bueyes en otra semana: la de la palabra de Dios.
Volverse a atrás es señal de duda. La elección por Cristo exige una ruptura con el pasado. Quien ara y mira atrás para continuar derecho el surco trazado ya, no es apto para el reino de Dios.
La obediencia a Jesús exige’ que dejemos el surco trazado hasta aquel momento. Quien es apegado a las cosas, a personas o al propio yo, y busca otras seguridades que no sean la obediencia a la Palabra (v. 35), es decididamente puesto mal para el reino de Dios.
Solo quien supera estas tres tentaciones verá al enviado (Lc 10,1 ss), y vencerá al demonio (Lc 10,17 ss), será depositario de la revelación del Hijo de Dios y entrará en la misma relación de amor con el Padre (Lc 10,21ss).
La raíz común de todas las tentaciones es apego al propio yo. Quien supera esta tentación ha superado también todas las demás luchas. Por esto Jesús dijo: "Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo." (Lc 9,23).