La oveja perdida

Autor:  H. Francisco Javier Carrión, L.C.,

 

 

Josafat tenía cien ovejas. Y una se le perdió. Josafat se quedó con noventa y nueve. ¿Qué más le daba una más o una menos? Pero a este joven pastor de Belén le importaban mucho todas sus ovejas, y esa, la número cien, no sería una excepción.

Le dijo a su padre que se iba. Se abrigó con su zamarra, empuñó el cayado y partió cruzando valles y montañas. Salió a la caída de la tarde. De un tronco que ardía en la fogata hizo una tea y al amparo de aquella titilante luz cruzó la puerta de la cabaña. Los demás pastores dormían. Sólo dos estaban despiertos, un muchacho que hacía la guardia, y el padre de Josafat:
- Hijo, ¿te vas ahora? Mira que ya anochece.

Josafat apenas le escuchó.

Al poco rato, sobre el encino, retoñó una luz. Los pastores se despertaron a causa de su hiriente resplandor. Todos vieron al ángel y escucharon con asombro su mensaje:
-Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador. Id a verle. Esto os servirá de señal: lo encontraréis en una cueva como la vuestra, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Pero Josafat andaba en lo suyo: la búsqueda de su ovejilla. Y pensó que quizás su padre tendría razón, que quizás sería demasiado aventurado buscar la oveja a esas horas. Después del bosque de encinos pasó por un breñal y se clavó algunas espinas, luego cruzó un riachuelo. No se oía ningún balido y lo que veía con aquella pobre antorcha sólo eran sombras confusas.

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Llevaba ya varias horas perseguido por el frío de la noche. Y cansado de una búsqueda infructuosa se sentó sobre una piedra en el descampado. Y comenzó a orar:
- Oh, Dios, ¿qué es una oveja? ¿Valdrá la pena seguir buscándola? No sé por qué pero pienso que todo esto... ¿Y si a ti se te perdiera un alma? ¿No la buscarías día y noche, hasta encontrarla? ¿No la desatarías de la maleza, no la cargarías en hombros? ¿No la llevarías al aprisco y la cuidarías? Dime, Señor, si se te perdiera un alma...

Y cuando miraba el cielo de aquella noche estrellada vio un resplandor en la altura que palpitaba. Y como si alguien le empujara, se levantó y siguió la extraña luz

Los pastores y gañanes habían improvisado regalos: Unos llevaban queso fresco, otros leche y cuajada, otros un corderillo.
-Si Josafat hubiera recibido el anuncio -pensaba su padre- le llevaría la mejor oveja del rebaño. Y suspirando cruzó la valla y se alejó del redil.


Del hueco de una colina salía un resplandor dorado. Encima, la estrella, revoloteaba nerviosa como una mariposa de plata. Josafat, por ver más de cerca aquella luz, o para calentarse con la lumbre que allí había, se adentró en la gruta. Y lo que vio fue maravilloso. Un hombre robusto y joven, una hermosa doncella; sobre una cuna improvisada, un niño. ¡Y qué niño! Tenía en la cara el resplandor de la estrella y el color del fuego. Y alrededor, sus compañeros, ofreciendo a la Señora sus regalos para el Niño. Y junto a la cuna -¡oh sorpresa!-, calentando la piel del recién nacido, su ovejilla traviesa, que dormía, tranquila, como ajena a todo aquello.

Josafat sintió como el brotar de un enfado, quiso despertar a la oveja pero los ojos de la doncella le detuvieron. Y muy dentro del alma oyó una voz que le decía:
-No la riñas, ¿no ves que mi hijo la ha encontrado? Que para buscar las perdidas ha venido.