Epílogo

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

Buscando la felicidad, hemos encontrado un propósito a la vida, que parece tener tanto sentido cuando hizo su aparición en la historia antigua como lo tiene ahora. La visión positiva de la vida del pueblo judío desplazó a todas las otras interpretaciones de las civilizaciones antiguas. Esta visión insólita, dado el pensamiento de la época de entonces, ponía al ser humano como agente de un destino futuro incomprensible pero a la vez tremendamente grandioso y esperanzador para toda una misteriosa creación universal. Hoy podemos reconocer ese propósito de la vida como el más universal y válido para todas las culturas que tienen proyección hacia el futuro

Buscando la felicidad, hemos encontrado también un camino a través de la historia que tiene sentido para el ser humano. En este camino el ser humano aparece en busca de la libertad de lo que parecía un destino de constante opresión bajo los mismos dioses y bajo su propio egoísmo. Este camino, hoy en día nos sirve para liberarnos de las opresiones que el ser humano, ciego al creerse dios, trata de imponer a los demás y a sí mismo.

Buscando un camino hacia la felicidad, hemos encontrado a un Dios distinto a todos aquellos dioses que hacían al ser humano víctima del sufrimiento y de la muerte. Este Dios, comprendido poco a poco a través de una evolución de conciencia, es un Dios de Vida que desafía al ser humano a tomar responsabilidad y afrontar su destino con valentía y serenidad. Es un Dios de Justicia pero, a la vez, un Dios personal y amigo, que se presenta siempre inspirando a los seres humanos sin coartar esa libertad ni su capacidad creativa. Este Dios definitivamente no pudo haber nunca sido inventado por los humanos. Este Dios ha revelado desde el principio una promesa que irá haciéndose cada vez más completa y sorprendentemente esperanzadora para el individuo, la sociedad, y la creación universal.

Sin embargo, según las revelaciones de ese Dios, y por la experiencia de la historia, nos damos cuenta de que seguimos siempre atados a nuestro propio egoísmo. Todo esto parece tener un sentido universal para todos los tiempos y para toda la humanidad. La ambigüedad del ser humano está basada en su libertad. El ser humano puede escoger o decidir entre el bien y el mal, que ante él nunca se presentan en las situaciones como «en blanco y negro». Si fuera así, sería fácil tomar decisiones, siempre que haya una conciencia educada y madura. Sin embargo, todo en la realidad se le presenta «de color gris». Y el ser humano tiene que esforzarse constantemente en desarrollar su conciencia integrando su educación y conocimiento a la experiencia real y diaria de su vida.

Ya hemos experimentado muchos sistemas sociales y políticos en nuestra historia del mundo. Cada uno ha tratado de dar soluciones universales casi siempre con tonos arrogantes y absolutistas que pronto se derrumban. Todos ellos quedan muy cortos de la verdadera solución, quizás porque han olvidado a su principal sujeto: el ser humano creado por Dios para trascender. No se podrá nunca encontrar un sistema ideal, y menos todavía, si ese sistema no atiende las necesidades trascendentales del ser humano individual. Solamente desde ese punto de partida se podrían buscar sistemas sociales y políticos que resuelvan los problemas universales. Muchas religiones han cometido el mismo error al considerar al ser humano como una mera pieza o como una ovejita que busca donde pastar. El mismo cristianismo se ha querido imponer muchas veces en la historia como un sistema más de opresión a los seres humanos en contra de la libertad que proclamó el mismo Dios y la actitud de vida predicada por el mismo Jesús de Nazaret.

En la evolución que hemos seguido a través de la historia hemos llegado a esta figura increíblemente fascinante para todos los tiempos. La Promesa anunciada al pueblo judío para toda la humanidad se realiza en la entrada de ese Cristo en cierto momento decisivo de la historia. Entró con un impacto único y nos llega hoy también como una respuesta, la respuesta que tiene mejor sentido en un mundo tan lleno de deshumanización, soledad y angustia Esta autodestrucción sigue y seguirá presente en la naturaleza humana. Y ahí está la clave de la figura de Cristo: el proclamar la grandeza del ser humano como principio. Más todavía, cuando él, Cristo mismo, es el fin de una increíble evolución de la que él mismo también ha sido el principio.

Y Cristo vino sorpresivamente. A pesar de que había sido anunciado así, con esas características, los suyos lo esperaban de otra manera, a la humana, en el sentido más estrecho, como poder. Así los suyos, representando aquí a toda la humanidad estrecha de mente, no lo recibieron. Cristo vino humilde y vino a dar en vez de a recibir. Vino a perdonar, en vez de a juzgar. La historia lo integró muchas veces a sus maneras humanas, pero la figura de Cristo siempre ha quedado como esa semilla germinando tanto en cada uno de los seres humanos como en la búsqueda de sus sistemas sociales y políticos ideales.

El Renacimiento, que según los historiadores, comienza con la inspiración de Francisco de Asís, alrededor del 1200 de nuestra era y termina con el saqueo de Roma en 1527, representa uno de esos raros momentos de clímax de la cultura humana. El Renacimiento no sólo fue entendido como un movimiento histórico del arte, sino como un período histórico cultural en que se vieron renacer los valores humanistas. El ser humano, la obra más perfecta de Dios, se vuelve centro del universo. La ciencia, el arte, los sistemas políticos, la fe y la religión toman como punto de partida al ser humano y su universo. Guttenberg acababa de inventar la imprenta. Ya el hombre renacentista podía leer la historia y la Biblia por primera vez. Se volvieron a descubrir los valores de la cultura greco-romana con Platón como inspirador de una filosofía basada en las preguntas fundamentales del hombre. Ya esta humanización había empezado a despertar en la edad media cuando las invasiones bárbaras se habían calmado y los mismos bárbaros se convirtieron al cristianismo. El Renacimiento fue un vuelco en el proceso de la historia.

Hace poco más de 450 años, en aquella época del Renacimiento, un hombre de visión, nos trajo un método para encontrar la felicidad. Ignacio de Loyola, noble español, valiente guerrero, caballero lleno de vanidad y ambiciones, tuvo una conversión y un cambio de vida radical. Dejó todo atrás y se dedicó a entregarse a Dios y a los demás. Durante este cambio de vida nos dejó uno de los más importantes documentos que se han escrito sobre el ser humano en su relación con Dios. Los Ejercicios Espirituales de Ignacio nos portaron una espiritualidad personal basada en la Biblia pero integrando, por primera vez en la historia, los movimientos psicológicos interiores del ser humano. Ignacio experimentó el fracaso y la persecución, como profeta al fin. Estuvo prisionero por la Inquisición y luchó contra la apatía de la época. Sin embargo, con todo el realista conocimiento de una Europa política, social, y religiosamente convulsa, logró comprender el papel importantísimo del hombre como agente de Dios y colaborador suyo en la creación.

Ignacio experimentó en su propia vida la transición de la Edad Media hacia el Renacimiento. De caballero medieval pasó a ser hombre renacentista, a través de su propia conversión, sus estudios en las principales universidades de la época, Salamanca, Alcalá, la Sorbona de París, cuna del humanismo renacentista. Ignacio vivió y sufrió la corrupción y división de la Iglesia de entonces, los movimientos políticos trascendentales de la época, el descubrimiento del nuevo mundo. Fue contemporáneo del Emperador más poderoso del mundo conocido, Carlos V, en cuyo reino no se ponía el sol. Ignacio leyó los escritos de Savonarola y Erasmo. Conoció y vivió las quejas de Lutero, y sin embargo siguió fiel a la Iglesia con una reforma desde dentro. Ya en Roma donde fundó la Compañía de Jesús, los Jesuitas, Ignacio escribió las Constituciones que le dieron cuerpo a ese espíritu, a una nueva y dinámica orden religiosa, única en su enfoque y fuerza en aquellos tiempos tempestuosos. De ahí salieron los jesuitas a anunciar el Evangelio a todos los territorios de misión, siempre respetando las culturas y creencias.

En la humilde casa donde vivía en Roma, Ignacio recibía a príncipes y cardenales, que iban a conocer el Evangelio, quizás por primera vez, y a conversar con él de cosas espirituales, valga decir tristemente, temas tan desconocidos en aquella realidad de entonces. Muchos de aquellos inconformes con la situación reinante, hacían los Ejercicios Espirituales con Ignacio para encontrar a Dios, siguiendo aquel librito que él había elaborado con tanta sangre, sudor, y lágrimas.