Conclusion Parte III

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

Una espiritualidad para el mundo de hoy 

Al analizar el desarrollo de la versión judeo-cristiana en el mundo nos encontramos con la figura controversial de Jesús, el Cristo. Estudiando a Cristo integralmente con su mensaje, nos hemos encontrado con una actitud de vida que sus evangelistas y seguidores nos dan como la fórmula para encontrar la felicidad. Esa espiritualidad, manera de vivir, parece que tiene valor universal, para toda la humanidad y para todos los tiempos. La actitud de vida que nos trae el mensaje de Cristo está prácticamente basada en el misterio de la «encarnación» de Dios. De ahí se deriva que la figura de Cristo se ofrece como modelo para todo los seres humanos. El propósito de la vida para el ser humano es propuesto como íntimamente relacionado con el propósito de vida del mismo Cristo. Cuando Cristo se convierte en hombre, el ser humano universal es elevado a una nueva dimensión en la vida. Viene elevado entonces a una nueva visión de la esperanza y aparece inmediatamente incorporado al activo amor de Dios.

Es a través de Cristo que el misterio de Dios se abre a los ojos de los humanos. Cristo desenvuelve tres aspectos de Dios a través de un audaz «proyecto» de salvación. Dios se ha revelado en tres personas o aspectos durante el proceso evolutivo de esa historia de la salvación. Cristo nos presenta al Padre y al Espíritu en lo que parecen ser las tres etapas cronológicas en la revelación de Dios a la humanidad entera. En estos términos, el ser humano, encerrado en la dimensión del tiempo y limitado en su entendimiento, pudiera quizás entender el sentido del misterio de Dios. Al ser niño y tratar de encontrar su propia identidad y su mundo (centración), el ser humano percibe a Dios como Padre, protector, y hasta como figura de autoridad. En la adolescencia (de­centración) el ser humano se vuelve más consciente de la persona de Cristo y todo lo que significa de su relación con los demás.

Durante este período de la adolescencia y la juventud adulta, el ser humano se preocupa mayormente por los demás, la sociedad y los problemas del mundo. Cristo es «el otro» ideal, con su mensaje social, su relación personal de amigo, y hasta con una intimidad con el ser humano por quien él ha dado su propia vida: «No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos» (Jn. 15: 13). En Cristo el ser humano descubre sus responsabilidades sociales. «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí... siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí» (Mt. 25: 40, 45).

Finalmente, como persona madura y adulta, el ser humano es capaz de hacer una síntesis de los dos aspectos anteriores, el Padre y Cristo, y puede apreciar el tercer aspecto de nuestra relación con Dios: el Espíritu que mueve, ilumina, e inspira al universo y a su gente. Es la súpercentración, la tercera y suprema etapa de nuestro proceso de personalización. Por esa más sensible apreciación el ser humano es invitado a «vivir» en el Espíritu y a ayudar a completar su propia plenitud y la plenitud de toda la creación en activo servicio al Reino de Dios. El ser humano puede enfrentarse valientemente a esa ambigüedad que le espera entre el «ya» de una liberación que es definitivamente una realidad, y el «todavía» de la evolución presente y futura que queda por realizar con su propia y activa colaboración a la realización del Reino.

Así el corazón y centro de la espiritualidad propuesta por el cristianismo, según el Antiguo y el Nuevo Testamento, se puede encontrar en la idea de un encuentro personal e interacción activa con ese Ser Supremo. Dicho encuentro incluye un efectivo envolverse con los demás, «los otros», en amor en servicio al mismo tiempo que se está activamente conciente de la evolución hacia la plenitud de la creación. Esta Espiritualidad cristiana, por lo tanto, se vuelve una relación personal con Dios en sus tres personas, en esos tres aspectos por los cuales el ser humano ha podido percibir a Dios. La Nueva Alianza, el pacto de sangre que Dios ha hecho con los seres humanos por la persona de Cristo, puede ser entendido ahora como una real, verdadera y creciente relación mutua. El contacto con Dios, el Padre, debe ayudar al individuo a crecer en su propio conocerse a sí mismo. Al mismo tiempo, el ser humano va desarrollando una confianza sólida en Aquél que está siempre presente y que le llega vivamente con su cuidado personal y amoroso.

Una constante y creciente relación de amistad con Cristo ayuda vigorosamente a la persona a encontrar a sus hermanas y hermanos, su propio lugar en la sociedad, y su responsabilidad en el triunfo universal de la justicia. Esa responsabilidad se traduce en trabajar con ánimo y alegría por el Reino de Dios aceptando su propia cruz.

La vida en el Espíritu, el tercer aspecto de esta relación personal e íntima con Dios, debe poner al individuo en solidaridad verdadera con toda la humanidad en el papel de co-creador y colaborador con el mismo Dios. La Vida en el Espíritu significa compartir la creatividad de Dios en el flujo universal hacia la salvación y la plenitud de la felicidad.

El común denominador de esta relación con Dios en sus tres personas es una actitud de positivo y activo abandono en ese Dios que es Padre, Cristo, y Espíritu Santo. Esta actitud ya la habíamos descubierto y estudiado en el Antiguo Testamento. El ser humano debe libremente desarrollar una propia confianza en Dios que es lo único que está siempre presente en su vida, con amor y cuidado. Ese Dios, que está por encima del mal, triunfó sobre el sufrimiento y la muerte. Este constituye el meollo del realismo cristiano: vida en esperanza de más vida.

El mensaje de Cristo está dirigido directamente al ser humano maduro que con esfuerzo y coraje busca una sabiduría centrada en sí mismo, decentrada en los demás, y abierta y añorante a súper-centrarse en Cristo en esa nueva dimensión del amor.

Hemos propuesto al cristianismo como una respuesta a la búsqueda del propósito de la vida, y por consecuencia, como un camino realista para encontrar la felicidad. Hemos tratado de explicar cómo el cristianismo ofrece una teoría de la vida que sigue teniendo sentido en el mundo de hoy. El cristianismo tiene más sentido todavía desde la aparición de las ciencias humanas. Sin embargo, la mejor prueba para el cristianismo, ha sido la misma historia. Solamente el cristianismo ha sobrevivido a los embates del tiempo y la historia. Ha sobrevivido, sobre todo, los movimientos culturales tan estrechos de mente a los que el cristianismo ha estado sujeto.

Cuando el cristianismo se vuelve «institución» en los tiempos del emperador Constantino, en la decadencia del Imperio Romano, se vuelve la «religión oficial» y por lo tanto, identificado con una civilización particular. A pesar de que el cristianismo, de tiempo en tiempo ha defendido su carácter universal y transcultural, esta inicial identificación con el mundo greco-romano entibió su poderoso impacto. Además, como hemos visto, el cristianismo perdió mucho del «carácter oriental» del judaísmo. A lo largo de toda la historia europea se ha estado sufriendo aquel hecho de identificar el cristianismo con el poder político temporal desde Constantino.

De ahí en adelante el cristianismo tenía que seguir desarrollándose a través de la historia de la humanidad. Cada época tendría que seguir interpretando y aplicando la actitud del evangelio en ese mundo cambiante.

Jesús había sido la semilla plantada por el Padre. El Espíritu haría entender el mensaje a cada uno y a toda la humanidad a través de los tiempos.

Durante estos 2000 años, grandes profetas, santos hombres y mujeres han llevado esta misión al mundo. Entre tantos de ellos, se destacan personajes claves como un Francisco de Asís, quien con su pobreza evangélica y su amor a la naturaleza, inspiró el Renacimiento después de siglos de oscurantismo en la Edad Media. Ignacio de Loyola con sus Ejercicios Espirituales ofreció al ser humano moderno un volver a encontrarse con Cristo personalmente y comprometerse a esa actitud que Cristo nos había enseñado en el evangelio. Y ya en nuestros tiempos una Teresa de Calcuta que ha dado testimonio de ese espíritu evangélico ante todas las religiones y todas las naciones con su amorosa entrega a los sufridos y desamparados. Todos esos profetas de los que está plagada nuestra historia han rescatado y rescatan el espíritu del evangelio y redescubren a Cristo como centro de la vida en momentos borrascosos de la historia.

El cristianismo, como «religión», puede ser comparada con las otras principales religiones en el mundo. Hans Küng comenta que no solamente el cristianismo, sino también las religiones del mundo son conscientes del aislamiento del hombre, su esclavitud, su necesidad de redención. Esas religiones también conocen su abandono, falta de libertad, su miedo aterrador, su angustia y ansiedad, y sus maneras egoístas con sus máscaras. Esas religiones también se preocupan activamente con el sufrimiento y las tragedias humanas, la miseria de este mundo, y la necedad de la muerte. También esas religiones esperan algo nuevo en la transfiguración, re-nacimiento, redención, y liberación del ser humano y su mundo.

No sólo el cristianismo, sino también las religiones del mundo, perciben la bondad, misericordia, y amabilidad de la divinidad. Sin embargo, Küng declara que es injusto comparar el cristianismo con las demás religiones del mundo. La mayor parte de ellas han parado su desarrollo y se han quedado sin poder adaptarse a los tiempos cambiantes. Hay unas diferencias abismales entre el cristianismo y las otras religiones del mundo. De aquí se sigue, que aunque se debe reconocer la verdad en otras religiones, no hay discusión en cuanto a las diferencias sustanciales entre los aterrorizantes dioses de Bali la maravillosa isla de los dioses y una pared llena de iconos de santos Ortodoxos en Zagorsk ; entre sagrados templos dedicados a la prostitución y la cristiana consagración de vírgenes; entre una religión cuyo símbolo es la lingam (falo de piedra), reproducido miles de veces en el mismo templo, y otra cuyo símbolo es la cruz; entre religiones que proclaman guerra santa en contra del enemigo, y otra religión que hace del amor a los enemigos parte esencial de su programa; entre una religión que ofrece sacrificios humanos (al menos 20,000 seres humanos fueron sacrificados en cuatro días en la consagración del mayor templo en México en 1487) y una religión que proclama el sacrificio diario por los demás.

Ni siquiera las crueldades de los conquistadores españoles ni los llamados herejes quemados en Roma – abusos que no fueron cometidos siguiendo la doctrina de los evangelios, sino flagrantemente contradiciéndola, no doctrina cristiana, sino completamente anti-cristiana – nada de esto puede hacer cancelar esas diferencias.

Las mayores religiones orientales poseen una profundidad filosófica espiritual verdaderamente admirable. Su introspección hacia lo más íntimo del alma deja empequeñecidos a tantos cristianos superficiales que se dejan llevar por el pragmatismo y el materialismo. Sin embargo, la mayor parte de las religiones orientales están basadas en fatalismo, huida del mundo, pesimismo, pasividad, discriminación de castas, desinterés social.

Muchas de las religiones orientales se basan en la creencia de sucesivas reencarnaciones en las que el ser va encontrando niveles más espirituales hasta llegar a la felicidad completa. En contra de estas creencias se agolpan una serie de elementos desconcertantes a la luz de las ciencias humanas, en especial, de la psicología y la sociología. En primera, ese «ser puramente espiritual» que explican, va tomando constantemente figuras o cuerpos, los cuales tienen distintas historias y características de genes, familia, relaciones humanas, y posiblemente razas y culturas diferentes. Sus relaciones humanas en cada una de sus vidas, familia, amistades, no pasan de ser sino «sombras pasajeras» a las que no hay necesidad de esforzarse en amar ni comprender. Esposas, hijos, amigos, y relaciones son sólo sombras que pasan en la vida. Solamente la virtud y las buenas obras tienen valor El resto es cambiante como las olas del mar. –de Garuda Purana.

Además, ese ser reencarnado no posee memoria de las reencarnaciones anteriores (a menos que, como algunos en nuestro mundo de hoy acudan a algún psiquiatra especialista en esas múltiples vidas, algo que en la India, por ejemplo, muy pocos podrían costear económicamente). El ser se va purificando, pero nunca se acuerda de los errores anteriores. Por lo tanto, ese ser, desprovisto de características personales, nunca se encontraría consigo mismo a lo largo de sus vidas, a menos que sea en un nivel etéreo y desconectado de su propia realidad. Pero lo más peligroso de esta teoría de la reencarnación es la despreocupación social. Indudablemente el individuo que sabe que todos van hacia unas formas superiores, no se siente interesado en las necesidades de los demás ni en la propia responsabilidad en la vida trabajando por la justicia y el desarrollo de la humanidad. El individuo no se siente responsable por los demás. Si acaso hace el bien, como es verdaderamente recomendado por su religión, es puramente por lograr una perfección personal que lo hace sentir bien, pero una actitud que puede translucir egoísmo y orgullo personal, no un verdadero sentido de amor en servicio a los demás.

Para estas religiones es muy difícil, casi imposible, aceptar la realidad del mundo de hoy, tal como es, con las necesidades personales del individuo, las necesidades sociales, y las inquietantes demandas de toda la humanidad.

Teilhard de Chardin va mucho más lejos en su defensa del cristianismo. Hoy en día muchas de las antiguas religiones se ven inertes ante el obstáculo de un universo que se ha vuelto tan orgánico y desafiante que deja atrás a la mayor parte de las intuiciones místicas del pasado. Sin embargo, el cristianismo se incorpora sin esfuerzo por encima de esa situación, llevada hacia arriba por las mismas condiciones que han cambiado tan profundamente de pensamiento y de acción. Las demás teorías parece que han sucumbido tratando de acomodarse a las nuevas situaciones. Según el pensamiento de Teilhard, el cristianismo tiene más sentido en el mundo de hoy y lo tendrá siempre porque es más que una religión. Y es en verdad transcultural y universal. El cristianismo va más allá de lo nacional y del patrimonio de cualquier cultura particular. Ha trascendido el tiempo. Es un proceso y una actitud de vida para todos los tiempos. Es de esta manera que el cristianismo fue anunciado y predicado por los primeros apóstoles. Y sigue anunciándoe por los apóstoles y profetas que siguen sucediéndose en el presente y el futuro.

La «cristianización» ha tomado y quizás tomará diferentes movimientos históricos y cambios a través del largo proceso de integración universal que no ha terminado. El cristianismo es la interpretación de la total evolución universal. Teilhard nos enfatiza el valor del cristianismo en virtud de su esencia fundamental. El cristianismo es mucho más que un sistema fijo, que se nos ha presentado como un hecho ya acaecido de verdades que han sido aceptadas y preservadas literalmente. Está fundamentado en una «revelación» de Dios en tiempo y, sobre todo, explicado como una espiritual actitud de vida en constante desarrollo. Y este desarrollo no es nada menos que el desarrollo mismo de Cristo creciendo en la conciencia de los seres humanos y la creación universal.

En conclusión, el cristianismo nos ofrece un método de vida, una verdadera espiritualidad, un camino para llegar al propósito de la vida. Este método es, indudablemente, transcultural y universal, válido para todos los tiempos, por las distintas razones que ya hemos delineado. Está enraizado en actitudes básicas y comunes que a través de los siglos se ha probado que son universales. Este método va más allá de sistemas sociológicos y morales. Puede ser aceptado por cualquier individuo, cualquiera que sea la naturaleza de su «llamada». Es una llamada a la vida, y cada ser humano comparte esta llamada a realizarse totalmente, a la felicidad.

Esta teoría no parece contradecir, sino que está apoyada por las ciencias humanas: la psicología, la sociología, la filosofía, y la historia, y está basada en una teología sólida y realista.

La espiritualidad cristiana es un método de vida a través de actitudes positivas de fe, esperanza y amor hacia una total plenitud. Esa total plenitud no es más ni menos que nuestra real y verdadera felicidad tanto personal y propia, como la felicidad social, la culminación del Reino de Dios para toda la humanidad universal. Su clave es la relación del ser humano con Dios en sus tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu, mientras este ser humano crece en la vida a través de un proceso de personalización. Esta espiritualidad podría definitivamente dar sentido y significado al mundo de hoy.

Moltman nos ofrece una conclusión radical en su estudio sobre el Dios Crucificado. Nuestra «oficialmente optimista sociedad», nos dice Moltman, «cree en los ídolos de la acción y el éxito, a través de su inhumanidad compulsiva, lleva a muchas personas a caer en la apatía y el desencanto total. Muchas de nuestras instituciones religiosas, por desgracia, se han convertido en meros establecimientos cuidadores de los ídolos y las leyes de esta sociedad. Estas instituciones se deberían de volcar otra vez hacia el desesperado y hambriento de espíritu ser humano de hoy, volviendo a ser, como fuego, señal de salvación y luz del mundo. Deberían de destruir esos ídolos tanto de la acción como de la apatía, del éxito y también de la ansiedad y la angustia (estrés); proclamar al Dios humano, sacrificado, al Dios Crucificado; y aprender a vivir en esta situación. Deberían descubrir el sentido del sufrimiento y el dolor, y llevar por todas partes el espíritu de compasión y amor. Deberían de confrontar al exitoso y a la vez desesperado ser humano con la verdad de la cruz en su situación personal y social, y hacer que se convierta en realmente vivo, compasivo, alegre, y por consecuencia un ser libre.

El realismo cristiano está basado en la esperanza, pero una esperanza en la vida tal como ella se presenta con sus problemas, durezas y trabajos. El cristianismo apunta hacia el futuro como una verdadera teoría de vida que invita a ponerse en práctica.

El Cristo Universal se irá conociendo más y más como la única respuesta, el único camino para encontrar la felicidad. El Cristo Crucificado, pero triunfante llegará finalmente a ser conocido por todos los pueblos, por todas las razas y culturas. El Cristo será reconocido por todos y cada uno de aquellos que lo siguen, y los que lo buscan con sincero corazón. Cristo como fuerza interior y personal, pero también fuerza social de justicia y armonía. Cristo como la fuerza interior y exterior de toda la evolución universal hacia la felicidad plena y eterna.