El Señor de los fracasos

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

El redentor y liberador que muere como un fracasado

La más extraordinaria característica de la tradición cristiana es la creencia en un Dios crucificado. Otras tradiciones han descrito sus dioses en una gran variedad de mitos e ingeniosas formas. Los seres humanos en la búsqueda de su creador y ser supremo han venerado a Mardouk, a Zeus, y a otras grandiosas imágenes de dioses. Esta multitud de dioses usualmente muestran características «man-made», hechas por el hombre, que expresan los dos extremos de la naturaleza humana: o la perfección que se añora, o las fuerzas destructivas del mal que el ser humano reconoce en sí mismo. La mente humana puede crear a ese dios absoluto e infinito a quien se le atribuyen orden y autoridad. Ese dios supremo que está descrito usualmente como un dios que carece de comprensión para la debilidad humana y como remoto y apartado de sus criaturas. Por eso esas criaturas luchan, sufren, y mueren, casi ignoradas por Aquél que vive allá arriba, complacido en su propia magnificencia. Mardouk y Zeus se identifican con esas características.

Por otra parte, la mente humana puede fácilmente concebir dioses de maldad, a los cuales se les puede culpar de todas las cosas negativas de la vida y hasta las malas inclinaciones de la naturaleza humana. Hoy en día en muchos países se extienden las creencias espiritistas en dioses que juegan con los seres humanos y a quienes hay que «tener de su parte» con sacrificios y prácticas que no tienen sentido ni conducen a un mejoramiento del individuo, y menos de la sociedad. Es muy explicable que la causa de estas creencias esté en esos seres humanos que no pueden o no quieren aceptar su responsabilidad en la vida y que estén buscando soluciones fáciles a su complejo de culpabilidad, como para justificarse. En otras palabras, un escape por su conducta reprochable o irresponsable. Por otra parte también el ser humano puede inventar dioses «mitad y mitad», como en la cultura griega. A estos dioses se les atribuyen pasiones humanas demasiado similares a las de los humanos en sus debilidades. Es comprensible que al explicar así a esos dioses, muchas personas confundidas se sientan menos culpables y más seguras en medio de las contradicciones de la vida.

Hoy, en su materialismo, todavía los seres humanos siguen creando nuevos dioses «artificiales» y «hechos a la medida». Existe la tendencia a imaginar a un dios que es absolutamente bello, rico, exitoso y activo. A este dios se puede identificar, desgraciadamente, el usualmente deshumanizado «exitoso» hombre de hoy. Pero de ninguna manera se podrían identificar los millones de seres humanos que viven privados de las necesidades más básicas de la vida Sin embargo, muy adentro, el ser humano sabe que no puede ignorar el sufrimiento, el fracaso, la injusticia, las tantas formas de pobreza, y la muerte. Ante la guerra, la avaricia devoradora, los crímenes masivos, el genocidio, el ser humano de hoy no puede ignorar su propia debilidad y vulnerabilidad, ya sea como víctima, o como victimario. El ser humano necesita creer seriamente, como se necesitaba en los tiempos de Roma decadente, y como en todos los tiempos, en un ser superior, en que se pueda explicar esta realidad tan ambigua y confusa en que vive. Un Dios Absoluto nos haría indiferentes, declara Jürgen Moltman. El Dios de acción y el éxito nos haría olvidarnos de los muertos (se refiere a las guerras), que no podemos olvidar. No podemos ignorar los presentes y actuales abusos de violencia. Dios como la Nada, enfatiza Moltman, haría de nuestro mundo un campo de concentración.

Por encima de todas estas concepciones e invenciones humanas de dioses, destaca la figura del Dios del cristianismo, el Dios crucificado. Este es un Dios que no ignora el sufrimiento, ni el fracaso, ni la injusticia ni la pobreza, porque es un Dios que vivió todo eso en su propia carne. El concepto de este Dios del cristianismo tiene un apabullante sentido en la realidad del mundo de hoy. Este concepto no pudo ni puede haber sido inventado por los seres humanos porque aparentemente niega todos y cada uno de los instintos humanos, y el deseo de autorrealización humana que todos tenemos en el mundo. El Dios del cristianismo, paradójicamente, ante toda la historia, todavía tiene sentido. Tal parece que el ser humano jamás podía haber inventado un Dios que se hace hombre y que comparte la miseria humana. Sin una inspiración especial de ese mismo Ser Supremo, nadie hubiera podido concebir un redentor a la miseria humana que hubiera venido como fracasado y perdedor y escogiera él mismo ser víctima.

El Dios judeo-cristiano se revela a los seres humanos como el Cordero de Dios, el Siervo Sufriente de Yahweh, el Dios crucificado. Como dice Moltman, él no se vuelve Espíritu para que el ser humano tuviera que ascender al Espíritu para encontrar a Dios. Él no se vuelve simplemente una parte del pacto con un pueblo elegido, para que así tuviéramos que hacernos todos miembros de ese pueblo como condición de poder gozar de esa comunidad con él. Él se humilla y asume todo y completo al ser humano, para que todos y cada uno de nosotros podamos compartir con él en su misma existencia humana. El Dios encarnado está presente y accesible a la humanidad de cada uno de los seres humanos. «Yo soy el que soy», vivo y presente, como se presentó a Moisés. Yo estoy presente con ustedes para siempre, como les aseguró a sus discípulos en su despedida.