La gran contradicción: morir para encontrar la vida

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

El misterio de la felicidad según el cristianismo

Aunque la vida oculta y la vida pública de Jesús ofrecen material abundante para una espiritualidad basada en la imitación de Cristo, en su pasión, muerte y resurrección marcan el centro de la espiritualidad cristiana. Esto que se denomina el Misterio Pascual ofrece una expliación al misterio de la vida y el amor, y del propósito de la vida y la felicidad misma.

En las palabras de Cristo en la última cena Jesús parece revelar el misterio de la redención y la realización plena de la Promesa de tantos siglos. «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados». Por medio de estas palabras, que se han usado en la consagración de la Eucaristía durante 2000 años, aparece sellado realmente, no simbólicamente, el Nuevo Pacto de la Alianza. Cuando Dios hace el pacto con Abraham, es un pacto de sangre con la circuncisión de cada varón. En la Nueva Alianza es la misma sangre de Cristo, derramada profusamente en su pasión y muerte, y hasta la última gota, como se destaca en los evangelios (Jn. 19: 35). La sangre de Cristo sellará esa eterna relación de amor entre Dios y el ser humano universal.

Es en este Misterio Pascual donde se puede comprender la plena revelación de la vida, su propósito, y de la espiritualidad cristiana a seguir. A la luz del Misterio Pascual se puede entender entonces el verdadero sentido del Sermón del Monte y el valor trascendental de las Bienaventuranzas.

Nunca se podrá entender a plenitud el profundo misterio del propósito de vida de Cristo. Pero a través de una mirada a su vida puede ser que podamos entender nuestro propio propósito de vida tanto individual como social. Gilles Cusson explica que al morir Jesús, siendo juzgado, condenado, por ese mismo mundo que él venía a salvar, y resucitar a la vida por el poder de Dios, se coloca a la cabeza de esa Nueva Creación.

Cristo es presentado ahora en la misma línea trazada por el Antiguo Testamento en el culmen de la madurez del pueblo de Israel. A través de siglos de evolución, el deseo por la realización de la Promesa viene a su fin con un nuevo empezar. Esta nueva dimensión amplía la visión a unas consecuencias ya anunciadas por los escritores judíos, los profetas, y los sabios.

La Nueva Alianza abre una nueva dimensión, una nueva creación, pero sigue el mismo patrón y direcciones ya vividas por el pueblo de Israel. La muerte que parece ser la negación completa de la vida es ahora, transformada en Cristo, en un camino de vida ilimitada y eterna. Lo negativo se ha transformado en la fuente de todo lo positivo. A través de todo el proceso de crecimiento en conciencia del pueblo de Israel ellos han creído en un Dios de la Vida que finalmente puede vencer a la muerte. Pero nunca aparece en su historia que el pueblo de Israel comprendiera realmente el significado pleno de esta creencia.

Por encima de todo, la victoria sobre la muerte no se ha logrado con una fórmula mágica, ni negando a la muerte y lo negativo de la vida, ni ignorando las consecuencias del mal y el sufrimiento. No ha venido como en las tragedias griegas, «Deus ex machina», que de pronto aparece detrás de bastidores con una esperada y fácil solución. La victoria de Cristo es afirmada por la sufrida aceptación de la condición humana con sus diarias demandas. El triunfo de Cristo está basado en su aceptación humilde, y mejor todavía, su fidelidad al misterioso diseño de Dios en su creación. Su confianza en Dios lo llevará a través del sufrimiento y de la muerte misma.

Por eso insiste Pablo en que solamente Cristo, y él crucificado, puede ser el verdadero fundamento de su mensaje de vida. El Cristo crucificado es piedra de escándalo para los judíos y completo absurdo para los gentiles (1Cor 1: 22-25), pero es definitivamente la fuente de vida, el poder y la sabiduría de Dios para todos los que son llamados. Y definitivamente, ésta puede ser la respuesta liberadora para todos los sufrimientos de la humanidad, ayer, hoy y siempre.

A partir de este punto es necesario entender que la teología de la esperanza, en que toda la tradición judía está basada, necesita indudablemente de una interpretación más profunda. John Navone, S.J., declara que la teología de la esperanza, que se ha basado en la promesa de un glorioso futuro, requiere la teología del fracaso como complemento. Bajo los niveles humanos, e inclusive, los niveles bíblicos judíos, Jesús fue un completo fracaso en su vida. Sin embargo, esta aparente contradicción contiene el más profundo misterio en la encarnación de Cristo. Navone subraya que el fracaso histórico de Cristo es un dato teológico de vital importancia para la fe cristiana que destaca la resurrección de Cristo como un hecho extraordinario y decisivo porque implica su carácter trascendente y extratemporal. Solamente la fe puede sostener que un hombre que murió como un fracaso a los ojos de los hombres, fue un triunfo a los ojos de Dios.

Al morir Jesús, abandonado hasta por sus discípulos, él no veía ninguna evidencia del fruto humano logrado en su misión. Su predicación del Reino, su mensaje, el entrenamiento a sus discípulos, todo le parecía estéril. Le parecía que su idea no tenía futuro. Esta ansiedad, unida al miedo del fracaso, aparece en su agonía del huerto de Getsemaní. Como todos los seres humanos, Jesús tuvo que contemplar el rechazo al aterrador fracaso. Él no quería morir. Sin embargo, al aceptar lo inevitable del fracaso como parte esencial del plan divino, le viene a Jesús paz interior que lo fortalece y conforta. La poderosa realización del amor de su Padre, lo anima y le da fuerzas para trascender su miedo humano de fracaso y muerte. Por este entender y experimentar este amor, Jesús nos revela que el logro de una verdadera libertad humana es incompatible con la ansiedad y el paralizante miedo al fracaso.

Para Jesús, indudablemente, aquella era la hora de las tinieblas. Él estaba abandonado, como dice Lucas, al triunfo de las tinieblas (Lc. 22: 53). Jesús sufre en agonía, solidario con todo ser humano que con angustia se ve tentado a echarse para atrás, dejar el camino comenzado. Él sabe que no existe un camino fácil ¿Habrá recordado entonces la presentación que le hizo Juan el Bautista al llegar al río Jordán a bautizarse? «¡Miren, aquí viene el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo_»

Tomó entonces consigo a Pedro, a Santiago y a Juan,

y comenzó a sentir tristeza y angustia.

Y les dijo: «Siento una tristeza de muerte».

(Mt. 26: 37). 

Y a pesar de la infidelidad de la humanidad, por encima de la frustración, soledad, abandono y sufrimiento, Jesús decide seguir a su Padre con confianza y fidelidad. Al contrario de la figura de Adán, Jesús humildemente acepta el diseño de Dios, el llamado al riesgo y a confiar. Como Abraham ofrece a su propio hijo y su futuro, Jesús ofrece su propia vida y su futuro. Como Jacob que lucha toda la noche con el ángel sin prevaricar, Cristo no retrocede ante la prueba. «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lc 22: 42).

Jesús, el Cristo, sale victorioso de su prueba con la fuerza de Dios, cargando en silencio el juicio de un mundo que condena a Dios a muerte una y mil veces en cada época. Él es el verdadero Siervo Sufriente descrito por el profeta Isaías. Él irá a la cruz con una paz interior que exasperará por siempre a los que lo condenan. La sábana de Turín nos muestra a un crucificado cuyas torturas y muerte están marcadas en todo su cuerpo. Sin embargo, el rostro de aquel hombre, paradójica y sorprendentemente, es de serenidad y paz.

Navone nos ofrece un comentario clave que relaciona el misterio de la cruz con la búsqueda del trascender hasta el más alto sentido de la felicidad. A través del misterio de la cruz, Navone explica, Jesús ha creado una nueva perspectiva que nos libera de la dominación del mundo que nos promete falsamente ser la fuente más sofisticada de la felicidad humana. Este mundo parece arrastrarnos hacia la animalidad y nos hace esclavos de nuestros instintos y de nuestro egoísmo. Esta nueva perspectiva es la de un amor que todo lo ve positivo y que nos capacita para aceptar nuestras limitaciones con la más amplia visión que ese mismo amor que va por encima de todas esas limitaciones. ¡Ahí está la verdadera trascendencia

El misterio de la cruz nos revela que no puede haber trascendencia a menos que sea a través del sufrimiento, un sufrimiento que compartido con el mismo Cristo tiene dimensiones infinitas. El camino está marcado ahora con un profundo realismo, nos dice Cusson, el realismo cristiano. Tal parece que nadie puede alcanzar este destino final del «Jardín del Edén» trascendental a no ser que sea a través del «Jardín de Getsemaní», y la aceptación personal de la cruz individualmente y socialmente. El camino abierto por Cristo no elimina el trágico obstáculo del mal y el sufrimiento. Jesús ha triunfado sobre la muerte y el poder del mal. El Reino de Dios ciertamente está cerca, se está produciendo. La humanidad entera vive en esperanza, una esperanza realista. Cristo es la respuesta a la felicidad más trascendente que no puede ni imaginar el ser humano.

Paradójicamente, el misterio de la cruz revela que la clave para una auténtica libertad humana está en el darse completamente en amor activo y responsable a Dios y a los demás. Sólo esa entrega producirá el triunfo del bien sobre el mal.

Si el propósito de la vida ha sido encontrado en la realización personal y trascendente a lo más alto de esas dimensiones, los seres humanos tenemos que aceptar el sufrimiento, nuestras cruces, para llegar a ese ideal.

Según el pensamiento cristiano, la Resurrección debe venir después de la prueba de la muerte. El individuo no se puede encontrar consigo mismo, ni con el propósito del universo a menos que sea a través de la prueba. Cuando desaparece todo sentido de seguridad, cuando uno tiene que enfrentarse con la soledad, el abandono y la muerte, entonces, el ser humano llega a entender. Como Cristo, todo ser humano debe pasar, de una manera u otra, esa prueba final. Como Cristo, tiene que confiar. Cristo mismo es la confirmación de la vida llena de pruebas continuas que el ser humano debe rebasar. Cada prueba, o «pequeña muerte» resulta en una nueva y más profunda visión que nos lleva a nuevas dimensiones.

Todos hemos experimentado estas «pequeñas muertes» o pruebas a lo largo de nuestras vidas. Y siempre hemos recibido después la «sorpresa» de una nueva vida, un nuevo amanecer. La Resurrección se ve entonces como una consecuencia lógica de la muerte. Tiene que haber ciertamente vida después de la muerte al igual que ha habido «nuevas vidas» y nuevas dimensiones después de cada una de las pruebas que experimenta el ser humano. Todo parece seguir un patrón lógico. Abierta y claramente, en Cristo, la promesa de vida se convierte en salvación y resurrección. Cristo se convierte para el ser humano en plenitud y realización total en la vida eterna. Por lo tanto, el propósito de la vida para el ser humano, como ya hemos dicho anteriormente, sobrepasa la «hominización», y es realmente una «divinización» en Cristo en una plena y final unión con Dios.

Cuando Cristo, después de su resurrección, desaparece del mundo, nos descubre la tercera realidad de la presencia de Dios entre los seres humanos. Cristo ha reintroducido al Padre, con nuevos aspectos sugeridos pero no explicados en el Antiguo Testamento. En Cristo se pone más al descubierto el misterio de los aspectos (personas) de Dios. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Cristo es el eje central para poder entender el plan de salvación de Dios para la humanidad y la creación entera. Ahora la tercera persona viene presentada. El Espíritu llevará al ser humano y a la creación a la plenitud de la felicidad. 

Aún tengo muchas cosas que decirles,

Pero es demasiado para ustedes por ahora.

Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad,

Los guiará en todos los caminos de la verdad

¼ y les anunciará lo que ha de venir.

(Jn. 16: 13). 

La despedida de Cristo después de la Resurrección tiene las mismas características de la reafirmación dada por Yahweh de su presencia a través de todo el Antiguo Testamento: «y sepan que yo estaré con ustedes hasta el final de la historia» (Mt. 28: 20).