En plenitud de los tiempos

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

 

Cómo entra el cristianismo en el Imperio Romano

Los historiadores comúnmente concuerdan en que el imperio Romano fue el más avanzado estructuralmente de los imperios que se han conocido en el mundo en todos los tiempos. Las ruinas romanas a través de toda Europa, el cercano Oriente y el medio Oriente, todavía testifican de una extraordinaria y creativa fusión de elementos sin paralelo en la historia. Puentes, carreteras, acueductos, teatros, templos, y otros monumentos, nos hablan del Imperio Romano que durante 350 años en el culmen de su poder sin rival, tuvo su mayor impacto en el mundo.

Paul Tillich declara que el Imperio Romano produjo una definitiva conciencia de la historia universal en contraste de las historias nacionales meramente accidentales. El universalismo del Imperio Romano tuvo su parte negativa como al mismo tiempo tuvo su parte positiva. Negativamente significó el colapso de las religiones y las culturas nacionales. Positivamente significó la idea de que era posible concebir una humanidad completa y universal. A pesar de sus tantos puntos negativos los romanos crearon la idea de una comunidad universal en sus territorios. Alejandro Magno ya había previsto esta universalidad algún tiempo antes pero sin llegar a realizarlo plenamente. La política tuvo con los romanos realmente un contenido «mundial». No solamente la aristocracia, sino también sus comunidades rurales, la gente de sus colonias, y hasta sus esclavos, influyeron en los destinos del Imperio.

Todos los caminos conducían a Roma Por esos caminos llegó Cleopatra con una cultura egipcia de siglos. Por esos caminos los romanos conquistaron y colonizaron todos los países que rodeaban el Mediterráneo. Por esas carreteras y puentes, que todavía se conservan, los romanos trajeron a Roma el botín de los tesoros de muchos países. Ese botín incluyó el pensamiento griego, una cultura que los romanos siempre habían admirado tanto. El pensamiento helenístico permeó y hasta le dio forma a la cultura Romana, su filosofía, su religión, su literatura, y sus artes plásticas.

A través de esos mismos caminos vinieron miles de inmigrantes y esclavos de todos los países conquistados por las legiones romanas. Los esclavos literalmente construyeron e hicieron funcionar la maravillosa ciudad y el imperio que gobernó al mundo por muchos siglos. Todos estos extranjeros contribuyeron a darle el carácter cosmopolita que tenía Roma.

Por una de esas carreteras vinieron también los inmigrantes judíos de una colonia pobre al Este del Mediterráneo. Pedro y Pablo entraron caminando a Roma en el tiempo de mayor desarrollo del Imperio, llevando consigo un extraño mensaje de un hombre controversial que acababa de ser ejecutado en Jerusalén como un criminal en una cruz, Jesús de Nazaret. Este mensaje nos hablaba de algo extraordinario: un suceso trascendental para toda la humanidad. De acuerdo con el testi­monio de Pablo, nos dice Tillich, la aparición de Jesús, el Cristo, ocurre en este preciso momento de la historia, cuando el mundo estaba listo para que esto ocurriera. Pablo habla del «kairos», al referirse a ese momento histórico maduro y preparado para que este fenómeno aconteciera. 

Ahora nos ha dado a conocer,

mediante dones de sabiduría en inteligencia,

este proyecto misterioso suyo,

fruto de su absoluta complacencia en Cristo.

Pues Dios quiso reunir en él,

cuando llegara la plenitud de los tiempos,

tanto a los seres celestiales como a los terrenales.

 Efesios 1: 9-10)

En la plenitud de los tiempos, en Roma, una nueva fe hizo su aparición. Primero llegó como un mero susurro, que después se fue haciendo más y más sonoro en los paradójicamente alegres cantos de los cristianos martirizados en el circo. Hasta entonces no había una fe que llegara a la sublime simplicidad de asegurar, con la propia vida de sus primeros creyentes, que como habían declarado las escrituras hebreas, Jesús murió para salvar a la humanidad. Estas escrituras, en aquel momento, estaban ya compiladas y traducidas a la lengua griega. Jesús, el Cristo había venido como el pleno cumplimiento de esas escrituras. Este concepto de inmolación y sufrimiento – vida dada al ser humano, perdida por su egoísmo, y reencontrada por la redención era completamente desconocido en los misterios paganos de entonces. También la promesa de «vida eterna», que aparecía en tantos mitos paganos, carecía de la urgencia de un más alto, más divino, y más glorioso destino, la vida misma de Dios, que le era prometida al creyente cristiano. El Salvador anunciado tampoco era una mera deidad subordinada, no un ser «creado» dotado de forma humana como intermediario entre Dios y el ser humano, sino Dios mismo encarnado.

Nos declara Michael Grant, en sus estudios de la historia clásica, que la verdadera fuerza del cristianismo, su verdadero acierto y característica única, que causó desplazar a todas las otras religiones, fue el mensaje de amor de su fundador. Este mensaje era completamente original en su énfasis, más allá de la propia fuente de los escritos hebreos anteriores. Esta nueva doctrina estaba basada en un total, revolucionario amor y caridad sin restricciones, que no excluía a la mujer, puesto que Jesús mismo había nacido de mujer, extendido hasta los niños, que abrazaba a los totalmente abandonados y destituidos, rechazados por la sociedad. Esta nueva doctrina venía proclamada por un Hijo de Dios que había vivido entre la humanidad, que fue rechazado por los suyos, y cuya promesa de inmortalidad estaba basada firmemente en el amor.

Esa promesa de inmortalidad nunca había sido presentada tan vivamente gloriosa por ninguna de las religiones anteriores. Porque para los cristianos era una promesa concreta que inclusive ofrecía la resurrección del cuerpo y nadie era considerado tan pecador como para estar excluido de ella. Por la extensión universal de este mensaje misterioso los cristianos trascendieron más allá que ninguno de sus pensadores contemporáneos. El atractivo entusiasmo de unirse bajo ese desconocido amor (para toda la humanidad) los hacía hasta dar la propia vida por su fe cantando con alegría al ser arrojados a los leones.

La idea cristiana entró en Roma con extraordinaria simplicidad llevada por un grupo de hombres y mujeres de poca educación, pero con un verdadero y humano sentido común y una profunda convicción. Sin embargo su mensaje cargaba una riqueza y profundidad que sacudió violentamente el pensamiento romano. Quizás estos apóstoles del cristianismo nunca se dieron verdaderamente cuenta del impacto revolucionario que iban a tener en la historia.

El cristianismo apareció en un mundo fuertemente influido por la filosofía griega. Venía también de una mentalidad oriental y judía. Lo sorprendente del Nuevo Testamento es que usaba palabras, conceptos, y símbolos que se habían desarrollado en la historia de las religiones, y sin embargo mantienen la imagen y figura de Cristo como era interpretada por esos apóstoles. La fuerza espiritual del Nuevo Testamento era tal que pudo llevar todos esos conceptos al cristianismo, con todas esas connotaciones paganas y judías, sin perder nada de su realidad básica que era el evento de Jesús como el Cristo.

Dos figuras claves del Nuevo Testamento fueron Juan, con su evangelio y sus cartas, y Pablo, con sus cartas y su predicación al mundo (gentil) pagano. Juan habla y escribe en griego desde la misma Grecia. Usa el concepto de «Logos», término griego que significa el principio cósmico de la creación, la manifestación de Dios en todas las formas de la realidad. Sin embargo, el «Logos» griego era un principio universal abstracto, en cuanto Jesús era una realidad concreta. El cristianismo trajo la gran paradoja al mundo greco-romano de sus tiempos: el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros. Con ese comienzo de su evangelio, Juan reconcilia el pensamiento griego con un concepto que jamás hubiera podido derivarse de dicho pensamiento. Jesús, el Cristo, era el «Logos», el Dios eterno e incomprensible, que se había hecho hombre para salvarnos.

Por otra parte, es importantísimo el testimonio de Pablo de Tarso, escriba y miembro de la alta clase intelectual judía, discípulo de Gamaliel, y perseguidor de los primeros cristianos. Al aparecérsele Cristo en el camino a Damasco y caerse del caballo (aunque el caballo nunca aparece en ningún texto, sino solamente la caída) Pablo experimenta una conversión. De perseguidor de los cristianos pasa a ser el apóstol de los «gentiles» y pasa por encima de muchos de los apóstoles, inclu­sive de Pedro, quienes, con mente no tan amplia, creían que el mensaje de Cristo sólo se podía recibir a través del judaísmo. Pablo, el fariseo y estudioso de la ley judía, que bien podía haber sido el intransigente, es quien lleva este mensaje a los «paganos» de todo el mundo greco-romano. En la Acrópolis de Atenas todavía se puede ver el lugar desde donde Pablo les habló a los griegos de este Dios desconocido por ellos.

Sin embargo, estos apóstoles judeo-cristianos no venían anunciando una nueva secta o ideología filosófica y definitivamente tampoco una nueva religión. Ellos anunciaban audazmente en aquel mismo momento histórico, en la plenitud de los tiempos, algo que había estado pasando desde el principio de los tiempos. Declara Tillich que Pablo parece decir que hay un poder de revelación universal a través de toda la historia de la humanidad que nos ha venido preparando para aquello que el cristianismo considera como lo último y más importante de toda la revelación. Esa trascendental revelación está centrada en la figura de Jesús, el Cristo.

Pablo fue la figura clave para que el mensaje cristiano llegara a «inculturarse» en el mundo helenístico-romano . Solamente de esta manera una pequeña secta judía pudo convertirse en la religión mundial que unió el Oriente con el Occidente. El judaísmo, a pesar de su monoteísmo universal que también incluía la misión a los gentiles, nunca pudo convertirse en la religión universal para toda la humanidad. Fue solamente el cristianismo el que más se ha acercado a ese ideal. La idea de establecer una comunidad universal basada en el amor en servicio fue la que conquistó el mundo romano.

Las primeras comunidades cristianas se desarrollaron bajo esta idea. Las primeras iglesias compuestas de apóstoles, profetas, profesores, hombres y mujeres con distintos carismas fueron fundadas por Pablo bajo la idea de un «cuerpo» donde todas las partes eran importantes, cada una con su función. Todas esas partes funcionaban como diakonia, o sea un verdadero servicio de amor entre todas las partes con verdadero amor y humildad. Después aparecieron los obispos y los presbíteros, no tanto como autoridad, sino siempre orientados hacia esa diakonia o servicio a la comunidad. Las palabras de Cristo sobre el ideal de ser servidores se entendían muy claras. Así apareció la ecclesia, Iglesia.

Lo que atraía a muchos desde el principio era la solidaridad con los pobres y sufridos. También era tremendamente atractiva la cohesión de todos los cristianos, especialmente en sus expresiones litúrgicas de alabanza comunitaria a Dios. Todos juntos, hermanas y hermanos, sin distinción de clases sociales, razas, ni educación, podían tomar parte en la Eucaristía, punto central de sus reuniones. Los cristianos compartían todo, no por obligación ni imposición, sino por un sincero amor entre hermanos. Los que tenían más ayudaban a los que tenían menos.

Henry Chadwick llama a este fenómeno la «paradoja cristiana», esa pacífica y suave revolución que se extendió por todo el Imperio Romano. Fue un movimiento religioso venido desde abajo sin ninguna conciente ideología política que conquistó a toda una sociedad completamente adversa donde el poder, el hedonismo, y los bienes materiales eran el ideal común. La espiritualidad práctica que enseñaba el cristianismo dejaba en ridículo las viejas formas de sacrificios sangrientos a los dioses, el incienso, los templos y a las estatuas de los dioses. Todo eso fue atrayendo a las clases intelectuales y pudientes económicamente, incluso a gente de la corte imperial y hasta a los oficiales de la armada romana.El cristianismo fue realmente una revolución en la historia de la humanidad.

En los primeros tiempos, bajo las persecuciones que se sucedieron por largo tiempo, las primeras comunidades cristianas vivían bajo un verdadero fervor de la fe encontrada. Los llamados «padres de la Iglesia», para defenderse de tantos ataques, se preocuparon entonces de presentar el cristianismo al mundo entero. Escribiendo en griego, usaban términos helenísticos con conceptos y formas entendibles dentro de aquella filosofía. Era la sofisticada filosofía que había llegado a su clímax en el pueblo griego y había sido adoptada por el Imperio Romano. Los Padres de la Iglesia aplicaron inteligentemente las teorías metafísicas de Platón. Hasta se proclamaron filósofos como Heráclito y Sócrates como «cristianos antes de Cristo».

El cristianismo fue presentado como la verdadera filosofía. Juan, el evangelista, escribiendo también en griego, había puesto de su parte, como dijimos, trayendo el concepto del Logos, aquella Palabra o expresión eterna implantada en cada uno de los seres humanos como la «semilla de la verdad». Este Logos, semilla de verdad, había iluminado tanto a los profetas de Israel como a los sabios de Grecia, y finalmente tomó forma humana en Jesús, el Cristo.

Entre esos Padres de la Iglesia, fue Orígenes de Alejandría quien inventó la Teología como ciencia, y luchó con pasión por una definitiva reconciliación entre el cristianismo y el mundo Griego. De esta manera el cristianismo fue presentado como la más perfecta de todas las religiones. La imagen de Dios, oscurecida por la culpabilidad y el pecado en el hombre, volvía a restaurarse en Cristo. La encarnación de Dios llevaba hacia la divinización de todos los seres humanos.

Este pensar, sin embargo, cambió el énfasis original del cristianismo centrado en la cruz y la resurrección de Jesús, hacia la encarnación y la pre-existencia del Logos y el Hijo de Dios. Los efectos negativos de esta interpretación helenística ya los sabemos. En sus raíces hebreas el cristianismo no era sólo teoría, sino práctica, una actitud de vida. El pensamiento griego, en cambio, era el de aceptar la verdad y el misterio de Jesús, y no tanto el de imitar a Cristo en sus actitudes y enseñanzas. 

 

 

Esta explicación de cómo entró el cristianismo al mundo greco-romano es de vital importancia para estudiar la misteriosa figura de Jesús el Cristo. Aunque siguiendo la misma insólita visión positiva del pueblo de Israel, Jesús parece traernos un mensaje de salvación y promesa de felicidad que se va por encima de su propia tradición judía y que llega a ser anunciado a todas las naciones. Dejémonos llevar, pues, por este desarrollo que nos promete, al parecer, la felicidad universalmente añorada.