La idea de Dios evoluciona en la historia de un pueblo

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad.

 

La relación incomprensible entre Dios y el ser humano.

Habiendo seguido en la Biblia el desarrollo en conciencia del pueblo de Israel a través de su historia, podemos ahora también seguir el proceso de una relación de Dios y el ser humano. Esta relación se va convirtiendo, poco a poco, en una amistad íntima. El pueblo de Israel descubre a un Dios que se ha estado revelando al mismo tiempo. Pero esta revelación parece haber sido proporcionalmente «respetuosa» de la mentalidad del ser humano en su proceso histórico. No se produjo de pronto. Fue explicándose a través de un crecimiento en conciencia. Como un niño que va descubriendo la vida paso a paso, así el pueblo de Israel, el ser humano en la Biblia, va descubriendo esa misteriosa realidad a través de las distintas etapas de su vida. A través de su proceso de «personalización», identificación individual, identificación social, e integración espiritual, el niño se vuelve adulto.

Y es a través de ese desarrollo individual, social, y universal, como el ser humano en la Biblia ha ido descubriendo a Dios gradualmente en diferentes y sucesivas dimensiones cada vez más profundas. Descubre a Dios por la síntesis de esos dos polos de lo objetivo y lo subjetivo. El polo objetivo que significa su propia historia, sus experiencias y vivencias en su propio crecimiento. El polo subjetivo significa su paulatina y creciente reflexión sobre él mismo y todo lo que lo rodea. Y como notamos anteriormente, al mismo tiempo que el ser humano en la Biblia gradualmente descubre a Dios se da cuenta también de otro increíble descubrimiento: ese Dios se le ha estado revelando en una mutua dinámica a través de su propia historia humana. Es bajo esa misma luz que el ser humano se va conociendo a sí mismo, su vida, su propósito en la vida, y hasta la manera como debe actuar ante ella y sus problemas. El ser humano se puede formar su propia espiritualidad a través de esa continua «conscientización» al darse cuenta de la realidad total que lo circunda.

Abraham descubre al Dios Viviente, su amigo y protector, con quien hace un pacto, La Alianza. Este Dios se le revela llamándolo al riesgo, dejar atrás las formas y maneras «seguras» antiguas, y coger nuevos caminos. Paso a paso Abraham descubre que su Dios amigo es poderoso, todopoderoso, el mayor de todos los dioses. Es el Dios de la Vida y no de la muerte, hecho comprobado por el episodio y la prueba de su hijo Isaac. Abraham, padre de la fe, ha respondido con una entrega incondicional a Yahweh. Abraham es bendecido por Dios y es constantemente reafirmado como recipiente de la Promesa.

Jacob encuentra al Dios de sus padres primero en un sueño, luego cara a cara al luchar con el ángel. Jacob entiende la primera revelación: existe la comunicación abierta con Dios. La segunda revelación le muestra y le hace entender con qué clase de Dios él está luchando: el Dios que lo desafía hacia su destino en la vida. Y Jacob responde al desafío. Decide arriesgarse, avanzar hacia el amenazante y desconocido futuro. Por esa decisión Jacob será la figura principal y padre de las doce tribus de Israel. La Promesa de la salvación universal vendrá por ese sí de la decisión de Jacob.

En Moisés el pueblo de Israel se da cuenta (revelación a través de la reflexión comunitaria) de un nuevo aspecto de ese Dios Viviente. Dios se revela como Dios de Justicia. Yahweh ha puesto su tienda en medio de ellos (Ex. 33: 7) y los guía a través del desierto día y noche. Dios es finalmente entendido por el pueblo de Israel como grupo, comunidad. Él es el Dios de Israel que ha hecho una Alianza y que exige amor como respuesta: dos clases de amor, amor a Dios y amor mutuo entre ellos. Dios les ha dejado su Ley de vida y respeto mutuo.

Los Profetas aclaran la clase de amor íntimo que Dios quiere y que parece que el pueblo ha olvidado. Dios es descubierto entonces como «amante», el Dios que quiere dar y recibir amor. Los Profetas tienen la osadía de decir que a Dios no le importan los ritos ni los sacrificios. Dios quiere entrega personal en amor. Los Profetas vuelven a aclarar la doble clase de amor a que Dios se refiere.

En la adultez y edad madura de Israel, los Profetas, los Sacerdotes, y los Sabios, integran todos esos aspectos de Dios en una sola imagen. Ellos escribirán la historia de Israel como una historia de amor entre Dios y los seres humanos como una sola historia sagrada. A través de un proceso de cuestionar y reflexionar sobre su propia historia, Israel ya maduro recopila todas las historias, los poemas, y las oraciones del ser humano de la Biblia al ir creciendo en conciencia. La Biblia escrita, entonces, recoge el proceso de ese ser humano al descubrir a Dios, su propósito en la vida y su destino final: la felicidad.

Cuando las historias de la creación fueron compuestas, Dios es descrito como el Dios Todopoderoso, el Creador de cielos y tierra. Él crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza y les da la tierra para trabajar y dominar sobre todas las otras criaturas. Dios se les aparece todas las tardes y pasea con ellos como amigo por el jardín del Edén (Gen. 3: 8-9). En lo máximo de su etapa de integración el pueblo de Israel usa las mismas historias antiguas de las civilizaciones vecinas. Por ejemplo, en el Enuma Elish aparece una historia similar de la creación y una descripción del paraíso terrenal muy parecida a la del Génesis. Los autores judíos, sin embargo, le dan a esas historias «prestadas» un significado nuevo a la luz de su propia experiencia e historia. Dios creó todo de la nada, todos son criaturas, hasta las luminarias del cielo, y vio que todo era bueno¼

Este conocimiento de Dios ha estado creciendo lentamente desde los tiempos de Abraham en ese proceso de convertirse en civilización. Tal parece que a cada paso de ese proceso el ser humano ha ido descubriendo un nuevo aspecto de Dios y un sentido más profundo de su presencia. Al mismo tiempo el ser humano ha ido entendiendo que Dios ha estado comunicándose activamente con el ser humano, sin forzarlo ni entorpecer su libertad. Dios siempre ha tratado de inspirar como el murmullo de una suave brisa como se revela a Elías (I Reyes 19: 12).

Dios ha estado mandando señales y «pistas» de sí mismo a lo largo de toda la historia de la manera en que el ser humano sea capaz de entender estas señales, poco a poco, según la mentalidad histórica del momento. Mientras más crezca en edad y sabiduría, el ser humano va necesitando más señales y más aspectos de ese Dios para reflexionar e irlo conociendo mejor.

Como «niño», el ser humano necesita un protector amable en el que pueda confiar. Más todavía necesita de una figura de autoridad que lo guíe y hasta lo castigue un poco cuando no se porte bien. Es el niño representado en algunos de los Salmos quien grita llorando a Dios cuando un vecino grande y abusador lo ataca. 

¡Levántate, Señor, alza tu mano_

¡No te olvides de los desdichados_

Quiebra el poder del impío y del malvado,

castiga su maldad y que no sobrevivan.

 (Salmo 10: 12; 15). 

Si mi Dios viene a mí en su bondad,

me hará ver la caída de mis enemigos.

Oh Dios, ordena su masacre¼

Persíguelos y mátalos, Oh Señor, nuestro escudo.

(Salmo 59: 11-12). 

El «adolescente» ser humano de la Biblia le pide a Dios ayuda para vencer a sus enemigos: 

«Ataca, Señor, a los que me atacan».

 (Salmo 35) 

Pero cuando el ser humano en la Biblia va llegando a la madurez, la oración del «adulto» se vuelve más profunda: «A ti, Señor, elevo mi alma, a ti que eres mi Dios, en ti confío» (S. 25). El ser humano ya adulto pide ayuda, y también perdón cuando ha cometido una falta, o reconoce su pecado (S. 51). Pide orientación cuando está confuso (S. 25) y fuerzas cuando está sufriendo y desesperado (S. 102). Su oración de acción de gracias se eleva al Señor cuando ha pasado una crisis y se siente feliz (S. 41:30).

Mientras más encuentra sabiduría en la vida, el ser humano de la Biblia se vuelve más profundo y su oración más espiritual: «El Señor es mi Pastor, nada me falta» (S. 23). «Como la cierva anhela las fuentes de agua, así mi alma desea, Señor, estar contigo» (S. 42). En su sabiduría el ser humano puede ya entonces alabar a Dios, libre, lleno de alegría y gratitud (S. 63). El ser maduro exclama maravillado en el Salmo 8, que ha debido de inspirar a los autores que después escribieron la Creación del Génesis: 

¡Oh Señor, nuestro Dios,

qué grande es tu nombre en toda la tierra_

Y tu gloria por encima de lo cielos.

¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes?

Lo hiciste poco menos que los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor.

Has hecho que domine las obras de tus manos,

tú lo has puesto todo bajo sus pies¼

(S. 8). 

¡Es ya el universo entero quien recibe la constante bendición del Señor_ ¡Alaben al Señor todos los cielos y tierra_ (S. 148).