Decentración: Moises

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad. 

 

 

La experiencia individual de Israel se convierte en experiencia colectiva.   

Guía espiritual del pueblo de Israel 

 Moisés comunica al pueblo de Israel la experiencia religiosa personal de los Patriarcas. Como los Patriarcas, Moisés recibe una llamada personal y confirmación de Dios. Como Abraham y Jacob, Moisés también es bendecido particularmente por Dios con quien habla cara a cara. Sin embargo su llamado es distinto. Moisés es invitado a ser el guía espiritual del pueblo de Israel para hacer de ellos una nación. Moisés les comunicará ya colectivamente su propia experiencia religiosa.

Moisés vivió alrededor de los años 1225 A.C. Ya conocemos las circunstancias de su nacimiento y temprana edad (Éxodo 2). Para nosotros es más relevante ahora estudiar su vida de joven adulto.

En tiempos de Moisés miles de esclavos judíos trabajaban para los egipcios. Moisés aunque había crecido como egipcio, era judío y se identificaba con los judíos como lo vemos por el hecho de que mató a un capataz egipcio que maltrataba a un esclavo judío (Ex. 2: 11-15). Moisés tiene que huir a esconderse en el desierto. Es ahí donde le viene esa profunda experiencia religiosa que lo hará despertar espiritualmente. Él conoce el sufrimiento de su pueblo, a pesar de que estaba beneficiado por el sistema. Empieza a conocer ahora los valores más profundos que hay en su vida.

Es entonces cuando Moisés recibe la llamada de Dios (Ex. 3: 15). Lo encuentra cara a cara en el monte santo de Madián, un lugar sagrado como lo había sido Betel para Jacob. La gráfica y llamativa imagen de la zarza ardiendo expresa viva y simbólicamente la interna realidad de ese formidable encuentro con Dios. Dios se le revela en un fuego que nunca se consume. El diálogo siguiente es uno de los más ricos entre Dios y el ser humano que se registra en toda la historia del pueblo de Israel. Dios le dice a Moisés: 

«He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos, yo conozco sus sufrimientos» (Ex. 3: 7). 

Yahweh se preocupa por los israelitas, y los llama «su pueblo» por primera vez en la historia. Por Abraham ya sabían que Dios era justo, pero en Moisés el pueblo de Israel conoce una nueva realidad de ese Dios. Yahweh es el Dios de Justicia, de la justicia humana, de la justicia social. Este entendimiento de Dios es indudablemente insólito entre todas las otras civilizaciones antiguas, en donde los dioses arbitrarios oprimían a los seres humanos indefensos.

«Y por esta razón estoy bajando para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel» (Ex. 3: 8). 

Pocas civilizaciones de entonces representaban a sus dioses justos y amables. Usualmente los dioses de esos pueblos eran caracterizados por su arbitrariedad y capricho, al igual que son los seres humanos. Esta idea del Dios de Justicia prevalecerá desde ese momento en toda la historia de Israel. Más tarde la ley de Moisés mostrará la importancia de esta preocupación social como un tema directamente inspirado por Dios.

Sin embargo, Dios no rescatará él mismo a Israel. Le pide a Moisés que sea su emisario ante el Faraón. Dios quiere que Moisés sea el líder de su pueblo, que los lleve a la libertad, y que los dirija a través del mayor proceso educativo a gran escala que registra la historia: la experiencia del desierto.

Con Moisés comienza en la Biblia esta tradición de que Dios invita al ser humano a llevar a cabo sus designios. Le pide su cooperación, consulta a los humanos y nunca los fuerza a cooperar con sus planes, aunque los persuade ofreciéndoles siempre su apoyo. Dios estará siempre presente, aunque casi oculto. El ser humano solo es el que aparecerá haciendo historia.

Primero Moisés y después los Profetas reciben el llamado de Dios a una misión. Todos ellos parecen tener una excusa al principio. Moisés dijo que era tartamudo, por lo tanto no podría expresarse bien ante el Faraón. Dios quiere una decisión libre. Persuasivo, le dice que no tema, «Yo estoy contigo» (Ex. 3: 12). Todavía discute con Dios buscando excusas y hasta le pide su nombre. Y aquí Dios le da la más asombrosa revelación y le da su nombre: «Yo soy el que soy» que en el lenguaje metafísico significa causalidad, el que causa el ser a todo lo que existe. Algunos autores descubren en el segundo «soy» la forma verbal de futuro. Yo soy el que será. Con esta afirmación Dios enfatiza la permanencia de su presencia.

En este contexto esta definición que Dios da de sí mismo aparece una y otra vez en las subsiguientes «llamadas» con apoyo y reafirmción, a los profetas en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento estas palabras vuelven a aparecer en la anunciación a María y después en la despedida a los apóstoles: Yo estoy contigo, Yo estaré contigo.

Yahweh se revela como el fiel Dios de Vida, siempre presente ante su pueblo, y más todavía, el Dios que cuida y se preocupa y le duele el sufrimiento de su pueblo: el Dios de Justicia.

Moisés se convierte en el líder espiritual del pueblo de Israel. Al salir de Egipto son una desorganizada masa de gente. Casi a regañadientes siguen a Moisés por largos años a través del desierto. Muchos protestan. Otros llanamente se enfrentan a Moisés y con desfachatez le dicen que quieren volver a Egipto, que prefieren ser esclavos allá que morir de hambre en el desierto. La comunidad, sin embargo no muere, sino que los judíos empiezan a entender que ahora son una comunidad y están empezando a convertirse en una nación. En el desierto el pueblo de Israel se ha educado, organizado, y civilizado. Ya no son más esclavos y no serán más nómadas al llegar a la Tierra de Promisión.