La civilización babilónica

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad. 

 

 

El ser humano víctima de los dioses. 

Antes que los griegos, los babilonios habían estado ya expresándose con los mitos en forma literaria durante varios siglos. En el período justo antes de la invención del lenguaje escrito, declara Thomas Cahill, en los sumerios de los cuales descienden los babilonios, ocurre una explosión tecnológica comparable a la de los siglos diecinueve y veinte de nuestra era. En este período histórico hubo una expansión de comunidades agrícolas con innovaciones tanto en agricultura como en pastoreo en una vasta región verde regada por los ríos Tigres y Éufrates. Esto causa el desarrollo del transporte por medio de la rueda y la navegación a vela. Se inventa el horno por el que se desarrolla la metalurgia y la alfarería que aparecen en poco tiempo una de otra. El barro cocido da origen a las tablas que servirán para la escritura. Los sumerios son los primeros que elaboran métodos de construcción por los cuales el ser humano se aventura a construir más allá de las simples viviendas a erigir vastos edificios para sus empresas y ritos. Por primera vez aparece la escultura monumental en piedra, los relieves, el molde para ladrillos, el arco, la bóveda y el domo. Esta serie de expresiones y creaciones hacen posible por primera vez el intercambio comercial y por lo tanto la gran concentración de habitantes, posesiones y riquezas. El almacenamiento casi gigantesco de productos y mercancía, donde se necesitaba hacer inventarios y calcular cantidades, quizás animan a nuestro anónimo descubridor a soñar con la escritura.

En el tiempo en que la primera palabra escrita fue labrada en una pequeña tableta de barro, los sumerios fueron capaces de dominar toda la Mesopotamia. Desde allí llegan con fuertes tratados comerciales y ocasionalmente influencias políticas que llegaron tan lejos como al valle del Nilo al norte del Africa y el valle del Indus en el lejano oriente.

Gracias a la arqueología hemos podido encontrar el grado de refinamiento a que llegaron los sumerios en sus veinte y cinco ciudades-estados a lo largo de esos dos ríos. Una de ellas, la primitiva Babilonia. Desde allí los sumerios descubrieron las matemáticas y la medicina. Desde allí escribieron sus mitos y dieron forma a su religión y creencias. En esas tablas de barro encontradas aparecen registradas transacciones comerciales e inventarios mercantiles, pero también nos ha llegado el poema de Gilgamesh, héroe mitológico, el más poderoso de los reyes, gran guerrero y modelo de todos los hombres de la tierra, que sufrió a lo largo de su vida bajo los designios de los dioses.

Las historias sobre Gilgamesh eran ya populares entre los sumerios en el tercer milenio A.C. Cientos de años más tarde escribas babilonios alrededor de los años 1750 A.C. repiten y revisan esas historias que se convierten en el poema épico «Gilgamesh» que se descubre y se conserva en la biblioteca de Asurbanipal.

El poema épico de Gilgamesh canta el aventurero impulso del ser humano (Gilgamesh) y su trágica búsqueda de una inmortalidad que finalmente le es inalcanzable. El protagonista busca una respuesta que le lleve a la victoria sobre en sufrimiento y la muerte. Gilgamesh termina frustrado y vacío. Hasta en un momento se pregunta si los dioses no habrían estado celosos de su profunda amistad con Enkidú, cuya muerte él llora desconsoladamente. Al final del poema, Gilgamesh aparece sentado desnudo y frustrado al lado del río. La corriente del río le había arrebatado la ramita de oro que le hubiera devuelto la vida a Enkidú. Gilgamesh, después de esa incesante búsqueda de la felicidad y la inmortalidad, llora y se queja a los dioses. Les echa en cara que ellos son los únicos que «bajo el sol» pueden vivir la felicidad. Para la humanidad sólo existe la muerte. Todo aquello que se ha logrado en la vida no se convierte más que en viento

La conclusión es que la humanidad tiene solamente un trágico destino. Gilgamesh ha representado todo lo positivo y de valor que el ser humano «cultiva» durante su vida con espíritu de esperanza. Esa esperanza se contradice con su inevitable y trágico destino.

Otro antiguo poema babilónico, «Enuma-Elish», que fue encontrado también en la biblioteca de Asurbanipal, y posiblemente escrito en el siglo diecinueve A.C. alude también a las preguntas del ser humano sobre la vida.

El Enuma-Elish recuenta el principio de la creación que está sometida a dos fuerzas contradictorias. Seiscientos dioses que defienden el bien se enfrentan a otros seiscientos dioses que defienden el mal. Este combate de gigantes mantiene al mundo en constante zozobra y agonía. La vida es una constante lucha sin sentido ni razón. La batalla entre las fuerzas del bien y del mal sólo llega a envolver al ser humano como víctima.

Mardouk, el dios supremo que parece dominar desde lo alto, no puede hacer nada contra las fuerzas del mal, enemigas de los seres humanos. Este dios que se considera superior a los demás tiene, sin embargo, las manos amarradas a su espalda y aunque quiere ayudar no puede salvar a los seres humanos del mal, del sufrimiento, y de la muerte. Los seres humanos cantarán a Mardouk sus improbables victorias y ofrecerán sus hijos y vírgenes en sacrificio para aplacar a los dioses malos, quienes los siguen castigando y haciéndolos sufrir.

Tanto en el Gilgamesh como en el Enuma-Elish el ser humano aparece siempre como el perdedor. No importa si es bueno, fuerte, hermoso, justo y amable, si está entregado a luchar por liberar al oprimido en contra del más cruel y monstruoso de los dioses. Gilgamesh, el ser humano común, encuentra que la vida es un desilusionante desierto. El ser humano sobrevive tenuemente, víctima de esos dioses crueles; oprimido e impotente por todas las desgracias de la vida, con pocas esperanzas de un futuro trascendente.

Quizás, el único consuelo sacado como moraleja, sea la amistad y fraternidad de los seres humanos sugerida en la íntima amistad entre Gilgamesh y Enkidú, que inclusive había sido cortada por los dioses.

 En conclusión, según el pensamiento de estas civilizaciones como la griega y la babilónica que influyeron marcadamente nuestra historia, los seres humanos tienen pocos elementos de consuelo que esperar en la vida. Sólo la fraterna solidaridad humana y las pocas y efímeras victorias concedidas por alguno que otro dios amigo pueden traer alguna esperanza de felicidad y ésta, también efímera.

A pesar de estas pequeñas consolaciones se levanta la dolorosa y enorme realidad del trágico destino de la humanidad: su progresiva e inevitable destrucción que termina en la corrupción de la muerte.

 

Como hemos observado, la mayoría de las civilizaciones antiguas presentan una poco esperanzadora visión de la vida y un no muy claro propósito de para qué vivimos. El problema del sufrimiento y la muerte se convierte en bloque irrebasable para encontrar ninguna teoría sobre un positivo propósito en la vida. Sin embargo, todas las civilizaciones concuerdan en que existe algo positivo en la vida. Hay siempre un básico deseo de llegar a una sabiduría humana que implica transformación interior y que lleva a los seres humanos a convivir más integrados a la vida y al universo.