Un proceso humanizante a través de la vida

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: En la búsqueda de la felicidad. 

 

 

Pierre Teilhard de Chardin, S.J. nos iluminó el camino para la búsqueda de la felicidad a través del proceso de volverse «persona». Teilhard nos explica que el ser humano se hace consciente a través de sus etapas en la vida. A este proceso de volverse persona él lo llama: «hominización». En este mundo al parecer tan deshumanizado las reflexiones de Teilhard pueden iluminarnos el camino.

El propósito del ser humano en la vida, Teilhard declara simple y llanamente, es: encontrar y obtener la felicidad. Aquí ya tenemos una declaración que nos puede guiar a respuestas personales. Indica Teilhard que esa felicidad no se encuentra «a lo animal» satisfaciendo los apetitos de los instintos. La felicidad en el ser humano envuelve un intrincado diseño de elementos que lo tienen que conducir a una plenitud propia dentro de sus tres niveles de existencia: el personal, el social, y el universal.

La hominización de que nos habla Teilhard va creciendo hasta alturas ilimitadas y termina en espiritualización, o sea en una trascen­dencia sobrenatural que nos une a un movimiento universal hacia el futuro. El individuo, creciente en conciencia, se va realizando personalmente uniéndose a una evolución universal que termina en Dios, la suprema conciencia de todo ese movimiento universal.

Necesariamente el ser humano debe pasar por las distintas etapas o movimientos en su proceso de personalización que lo dirigirán a descubrir la felicidad. Teilhard llama a estas tres etapas: «Centración», «Decentración», y «Super-centración». 

Centración: El individuo debe centrarse en sí mismo, conocerse, aceptarse, como racional y emotivo, con sus positivos y negati­vos, sus potencialidades y sus limitaciones, independiente, pero dependiente de un orden mayor universal. En resumen, en la primera etapa de la vida el ser humano está llamado a una identificación personal propia. Esta etapa de la vida puede conformarse con la niñez a través de la cual el individuo se va conociendo y encontrándose a sí mismo. En esta etapa hay un marcado e infantil egoísmo que es claramente necesario en esa primera etapa del crecimiento. 

Decentración: La «centración» se va produciendo en conjunción con otra fuerza dialéctica: la «decentración». Esta identificación social puede definirse como la integración del individuo con los demás que son sus iguales. El individuo «descubre» a los demás y se da cuenta de que no está solo en la vida, que pertenece a un grupo. Teilhard insiste que el individuo debe aceptar y «amar» a los demás para «hominizarse» y por lo tanto encontrar la felicidad. La decentración supone el darse, incluso sacrificarse por los demás. Paradójicamente, mientras más se dé el individuo a los demás más se encontrará consigo mismo.

En nuestra temprana adolescencia empezamos a encontrar a los demás, a necesitar de los demás, gustar de los demás. Nos gusta ser aceptados, queridos, trabajar en grupo. Necesitamos también que se nos incluya, tener la aprobación de los demás, conquistar y hasta ser admirados. Es un proceso que se caracteriza también por su aspecto utilitario o «económico»: hay que dar para poder recibir. Sin embargo, muchas de estas formas de «identificación social» pueden tener visos abiertamente egoístas. A veces se quiere recibir más de lo que se da. Debemos de reaccionar, dice Teilhard, contra el egoísmo que nos hace encerrarnos en nosotros mismos, o peor, a forzar nuestra dominación sobre los demás. Hay también una manera estéril de amar, la de tratar de «poseer» en vez de darse. Sólo el amor de entrega verdadera es el que llena a plenitud a la persona y lleva a la felicidad. 

Super-centración: La Centración y la Decentración llevan dialécticamente a una nueva etapa superior de concientizacion: la Supercentración. Al individuo llegar y crecer en la adultez se va dando cuenta de que tiene que funcionar en un nivel más alto, si no se podría quedar atrofiado a medio camino. El desarrollarse y conocerse personalmente, el darse a los demás, nuestros iguales, nos lleva a un nivel superior que nos espera: el darnos a algo o al­guien más grande que nosotros mismos.

La Super-Centración implica el más alto entendimiento del amor: la entrega personal al universo, a la humanidad, o a un ser supremo, quien lo debe incluir todo.

Este nuevo objeto de nuestra entrega lo incluye todo, lo abarca todo. Teilhard propone que el individuo transfiera el interés máximo de su vida al desarrollo y el éxito total del movimiento evolutivo de nuestro mundo. El centro de nuestras vidas se supercentra en una causa superior unificadora, que respeta nuestra individualidad, sin embargo nos eleva a dimensiones universales. Teilhard identifica este centro supremo con Dios. Afirma que nuestro proceso de conscientización y personalización nos lleva hasta el mismo Dios.

Al llegar a la adultez, el ser humano, se supone, ya está identificado consigo mismo, ha encontrado a los demás y su puesto en la sociedad, es capaz de entender la vida con cierta sabiduría y comprensión. Justamente orientado y maduro, el ser humano empieza ya a actuar, no como el adolescente que busca usualmente aprobación y admiración de los demás, sino fuera de esos límites «económicos» a un nivel superior de libertad verdadera. El individuo super-centrado actúa siguiendo lo que le da satisfacción interior, paz espiritual, y una plenitud que no se puede confundir con el gozo superficial y pasajero. El ser humano supercentrado se da a los demás porque le llena el alma sin esperar aplausos ni alabanzas, por encima de premio o castigo.

Teilhard de Chardin pone al Amor como la fuerza viva de la evolución universal. El Amor mueve al individuo y a la sociedad. El Amor ha movido siempre a la historia de la humanidad con efectos transformantes, capaces de elevar al ser humano a dimensiones superiores e infinitas.

Solamente a lo largo del período histórico del Renacimiento que formó lo que llamamos hoy nuestra cultura occidental encontramos grandes personajes que han dejado huella por su entrega y creatividad. Grandes santos que se negaron a sí mismos por el bien de los demás y mejorar al mundo. En tiempos de grandes crisis Teresa de Ávila, Ignacio de Loyola, Felipe de Neri, sufrieron hasta persecución de la misma Iglesia para encontrar una espiritualidad en un mundo que nacía de nuevo después de la casi destrucción de la civilización occidental por las invasiones bárbaras. Pintores, escultores, arquitectos y científicos renacentistas pusieron al ser humano como designado por Dios a ser el rey del universo.

Mozart, Beethoven, Bach y Hendel nos donaron las más maravillosas composiciones musicales de todos los tiempos que han trascendido todos los límites humanos. Más tarde, científicos como los esposos Curie, amigos personales de Teilhard, que aunque se decían ateos, dieron literalmente sus vidas por la humanidad, supercentrados en algo superior a ellos mismos.

Las huellas de estos grandes nos llegan hoy como señales vivas para seguir en nuestra búsqueda de la felicidad. Aunque también nos llegan desgraciadamente los malos ejemplos de aquellos que se quedaron en el egoísmo de la primera etapa, que si han contado con los demás ha sido para usarlos, esclavizarlos dictatorialmente sin contar con nada ni con nadie: los grandes opresores políticos y sociales de todos los tiempos.

En conclusión, según Teilhard de Chardin, el ser humano es la forma más desarrollada de conciencia en la evolución univer­sal. Y tal parece ser que sólo el ser humano es capaz de entender y expresar el amor en su máxima expresión de sensibilidad, liberalidad y visión interior. El amor es la dirección en la que se mueve la evolución. El amor lleva hacia la unión y la felicidad universal en una más alta dimensión de la realidad. Al evolucionar de la naturaleza a una conciencia espiritual, como aclaraba Carl Jung, el universo descubre el amor como el elemento aglutinador que en su tiempo producirá armonía en la pluralidad de  todos los individuos sobre la tierra.

El amor es entonces la dirección personal, social y universal de la evolución. Aunque el amor no se puede medir humanamente, sin embargo, como es una tremenda fuerza espiritual, se puede claramente percibir por sus efectos y resultados. En nuestra vida personal el amor se manifiesta en la compasión. La compasión significa sentir e identificarse con los demás, en especial en sus problemas y sufrimientos. La compasión es el efecto del verdadero amor.

La persona que vive la compasión es sensible y humilde. Está activa y amorosamente presente a los demás en sus necesidades. Esta sensibilidad es producto de la síntesis de un conocimiento propio personal y de la experiencia. El individuo se vuelve humilde porque está conciente de sus propias debilidades y limitaciones. La persona compasiva se acepta a sí mismo y sabe que necesita también de los demás. Se siente unida a los demás, unas veces dando, otras recibiendo.

El ser compasivo puede entender los tres niveles del amor que se van descubriendo en la vida uno después del otro: el amor a sí mismo (centración), el amor a los demás (decentración), y el amor al Dios y al universo (super-centración).

La compasión, al estar basada en el amor, implica un conocimiento interior auque práctico de la justicia. No puede haber amor si no hay justicia. La justicia debe lograrse primero como actitud básica. Después viene el amor. Sin embargo, parece ser que la justicia debe aparecer como la consecuencia del amor bien entendido y a su máxima expresión: la compasión.

 

Pierre Teilhard de Chardin parece habernos dado ya una respuesta a nuestra búsqueda a la felicidad a través de un proceso de personalización. Nos ha señalado un propósito de la vida que nos aclara sus tres niveles, el personal, el social y el universal. Nos ha incluido a todos y a cada uno en un movimiento evolutivo y fascinante hacia una trascendencia más allá de nuestra propia imaginación. Sin embargo, entendemos que el pensamiento de Teilhard viene de una toma de conciencia venida desde los orígenes del ser humano en el mundo. La visión de Teilhard se puede encontrar en la historia del pensamiento occidental desarrollándose por miles de años.

Conviene, entonces, seguir remontándonos más al pasado, y estudiar cómo las civilizaciones antiguas indagaron sobre las preguntas fundamentales del ser humano. Puede ser que sus respuestas nos enseñen por dónde lanzarnos en la búsqueda de la felicidad.