La Iglesia orienta el amor de Dios a los hombres

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

En esta segunda parte de la encíclica sobre el amor de Dios y a Dios, el Papa nos explica cómo la Iglesia tiene el deber de enseñarnos cómo poner en práctica ese amor en el mundo de hoy.

La Iglesia tiene el deber de «formarnos el corazón» y guiar nuestra conciencia personal y la de nuestras sociedades. Esta formación «ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento, por así decir, impuesto desde fuera sino una conse­cuencia que se desprende de su fe»

Ya hemos dicho desde el principio de estas reflexiones lo sorprendente de esta encíclica que con un tono comprensivo, no de imposición, nos invita a reflexionar y a aprender. En el mundo de hoy tan confuso, a muchos les es más fácil obedecer y no pensar, como para escapar de tener responsabilidad El Papa Benedicto, siguiendo el estilo pedagógico del mismo Cristo a quien él mismo representa, nos hace pensar y reflexionar.

Pero frente a aquellos que buscan veladamente en el cristianismo una forma de poder y de manipulación, el Papa nos aclara: 

«La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita». 

Volvemos a destacar esa actitud de vida que Jesús nunca se cansó de predicarnos en parábolas y con hechos durante su vida testimoniada en los Evangelios.

Y como para callar tanto fundamentalismo fariseo de hoy, Benedicto nos aclara: 

«El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor». 

Y nos cita a nuestra Madre Teresa de Calcuta, quien es un ejemplo de predicación con los hechos ante otras religiones y culturas; un ejemplo también para muchos cristianos y católicos que quieren imponer el cristianismo a la fuerza ignorando las necesidades de millones de sufridores en el mundo de hoy.

Pero esta claridad para ejercer el amor y la comprensión en las necesidades presentes sólo se consigue con la unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana: 

«Y ¿cómo podemos conseguirla?... A través de la oración Obviamente, el cristiano que hace oración busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo. La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la escla­vitud de doctrinas fanáticas y terroristas». 

Y termina Benedicto XVI su primera encíclica con ideas y palabras alentadoras para el cristiano de hoy: 

«Fe, esperanza y caridad están unidas. La esperanza se relaciona prácticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad. La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor».

«El amor es una luz –en el fondo la única– que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar». 

Y nuestro Papa Benedicto XVI pone el broche final a su encíclica con este pensamiento que resume y da el motivo de esta maravillosa primera expresión escrita de su pontificado: 

«Vivir el amor y así llevar la luz de Dios al mundo: ‘a esto quisiera invitar con esta encíclica’.