Respuesta del cristiano al mundo de hoy

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Cuando salió a la publicidad esta primera encíclica del Papa Benedicto XVI, quizás tuvimos una reacción desanimada. Pudiéramos habernos creído que este Papa teólogo se había lanzado por un tema tan elevado y teológico que no aterrizaría a los gravísimos problemas que nos presenta el mundo de hoy. Pero al leer sólo unas líneas, no tardamos en convencernos de la genialidad de ese tema y de su autor.

Y en primera, nos explicó lo que significa el amor desde el punto de vista universal e histórico. Con la confusión de hoy en día –en especial en los jóvenes– no nos percatamos de lo que significa el amor, de las distintas clases de amor y de la progresión o evolución del amor en la humanidad.

Ya en la segunda parte de la encíclica, Benedicto nos habla de nuestro deber de cristianos, ya sea individual o institucional. Todos somos Iglesia y debemos de responder a ese llamado de Cristo, que para eso vino al mundo, murió por nosotros y resucitó a la vida eterna.

El Papa nos sigue explicando, con una comprensión y una humildad extraordinarias, que el amor humano debe evolucionar poco a poco hacia un amor de entrega en servicio a los demás. ¡Con qué genialidad Jesús nos dejó esa enseñanza en los Evangelios!

El Papa que no ha dejado de formarnos –en especial a nuestra juventud– nos invita ahora a responder con las miles de formas de acción apostólica y social que aparecen en el mundo. Y no sólo por medio de organizaciones religiosas y cristianas, sino también otras organizaciones civiles que se dedican a resolver los problemas sociales, políticos y económicos que nos afectan a todos.

«Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los jóvenes que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no sólo algo, sino darse a sí mismos. De este modo, frente a la anticultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en las drogas, se contrapone el amor que no se busca a sí mismo sino que, precisamente en la disponibilidad a `perderse a sí mismo´ en favor del otro (cf Lucas 17, 33), se manifiesta como cultura de la vida». 

Pero ¡ojo!, que nuestra actividad social en ayuda a los demás no se convierta solamente en una mera asistencia social sin fondo ni espiritualidad. 

«Por tanto, es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica». 

Y el Papa aclara que esa ayuda a los demás necesita preparación y profesionalidad, aunque éstas solas no bastan. La ayuda se hace a seres humanos, «y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial una atención que sale del corazón Por eso dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una `formación del corazón´: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro¼».

Nunca debemos olvidar el pasaje de San Mateo (Mt 25) donde Jesús nos declara el patrón por el cual, al final, seremos juzgados¼ Porque me viste enfermo, con hambre y sufriendo¼ y te compadeciste de mí¼ ¡Y muchos actuarán sorprendidos!

Esta primera encíclica del Papa Benedicto XVI indudablemente nos ha ayudado a revitalizar la fe y a vivir en esperanza a través de este «valle de lágrimas» al que ya podremos sonreír con amor en acción.