El amor debe promover la justicia

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

El Papa Benedicto XVI en su primera encíclica «Deus Caritas Est», nos destaca el papel de la Iglesia en este mundo confuso e injusto de hoy. La Iglesia no puede ni debe sustituir al Estado en su función política de estructurar una sociedad lo más justa posible... «Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia»... ¡La Iglesia tiene el deber de crear conciencia!

Ya había aclarado el Papa al principio de la encíclica la preponderancia del amor en todas las manifestaciones del cristiano, ya sea individualmente o como Iglesia institucional. Al centrar nuestra fe en ese Dios que es amor, todo se desenvuelve alrededor de ello. Dice el Papa: 

«El amor (‘caritas’) siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor¼ Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo». 

Aunque el establecer estructuras justas pertenece a la esfera política, a la Iglesia «le corresponde contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales, sin lo cual no se instauran estructuras justas, ni éstas pueden ser operativas a largo plazo». Y nos vuelve a insistir el Papa en la labor de la Iglesia como «concientizadora» de la sociedad humana universal.

Aquí Benedicto XVI aclara la labor personal e individual de todos los cristianos laicos como Iglesia:

«El deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad». 

Después de estas declaraciones de nuestro Papa, no podemos evitar comparar las enseñanzas de la Iglesia Católica con las de otras creencias y religiones. Hoy, que en nombre de Dios algunos incitan al odio, la violencia, la intransigencia, amparados en sus religiones, vemos la diferencia con nuestra fe que proclama el amor, la comprensión, el perdón, el respeto entre razas, culturas y nacionalidades. Con humildad nos damos cuenta de la terrible responsabilidad que todos los cristianos tenemos hoy de anunciar la única fe que puede salvar a este mundo de la desintegración y destrucción.

El Papa escribe preocupado: 

«Vemos cada día lo mucho que se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria material o espiritual, no obstante los grandes progresos en el campo de la ciencia y de la técnica». 

Y es deber de la Iglesia anunciar la esperanza que Cristo nos trae el mundo de hoy. Una esperanza que todos tenemos que llevar como luz que nuestro Dios quiere que seamos.