El misterio del amor de Dios vivido físicamente

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Al terminar la primera parte de su encíclica, el Papa Benedicto XVI trata dos temas centrales de nuestra fe cristiana. El primero es el de la Eucaristía. El segundo, el del amor a Dios junto al amor al prójimo.

La Eucaristía parece que no ha sido entendida en su verdadera profundidad, tanto por muchas de las denominaciones protestantes como tampoco por muchos católicos. Quizás los protestantes reaccionaron justamente a devociones exageradas que se inculcaron en tiempos de terrible confusión en la Iglesia. También muchos católicos se han quedado con un sentido bastante superficial de la Eucaristía. Para recuperar el sentido verdadero de la Eucaristía en los Evangelios, tenemos que irnos por arriba de esas diferencias y desviaciones, tanto en la Iglesia católica como en las protestantes. La Eucaristía viene como conclusión principal de la encarnación de Cristo en la humanidad. Por lo tanto todos los cristianos debemos darle la importancia y solemnidad que presupone.

Benedicto nos aclara el profundo sentido teológico de la Eucaristía:  «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la última cena Si el mundo antiguo (griego) había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre –aquello por lo que el hombre vive– era el ‘Logos’ –la sabiduría eterna– ahora este ‘Logos’ se ha hecho para nosotros verdadera comida: ‘como amor’ No recibimos solamente de modo pasivo el ‘Logos’, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega».

La presencia de Cristo en la Eucaristía no puede estar más claramente definida en los recuentos de la última cena de los tres Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas. Juan, el cuarto evangelista, no cesa de referirse solemnemente a los discursos de Cristo sobre el «comer» su carne y «beber» su sangre. En la Eucaristía es Él verdaderamente quien se da a nosotros por amor. Esto no es una simple devoción ni una especulación piadosa. Se trata de una unión con Dios por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y en su sangre. Benedicto nos habla de este sacramento que nos lleva a otra dimensión mucho más alta que cualquier elevación mística alcanzada por el hombre.

Sin embargo, dice el Papa, «la ‘mística’ del sacramento tiene un carácter social. Porque en la comunión sacramental, yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega». No se puede entender la comunión con un sentido egoísta como a veces muchos católicos la han interpretado. Dice Benedicto: «La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos».

El sacramento de la Eucaristía nos hace poner en práctica nuestra unión con Dios y con el prójimo. Nos dice el Papa que esto «requiere mi compromiso práctico aquí y ahora». Y por si nos quedan dudas, el Papa nos aclara que «Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y a quien yo pueda ayudar».

Benedicto nos cita la primera carta de Juan el evangelista quien subraya la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Son un único mandamiento: «ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un ‘mandamiento’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida de dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros».