El hombre: tanto cuerpo como alma

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Continuamos con nuestro estudio de la sorprendente primera encíclica del Papa Benedicto XVI. Llamamos ‘sorprendente’ a esta encíclica pues el Papa parece comunicarnos el principio y fundamento de nuestra fe con un estilo y enfoque muy dife­rente a lo que hemos estado acostumbrados por largo tiempo. El Papa no nos impone dogmas ni regulaciones. Usando el mismo estilo pedagógico que usaba Jesús en los Evangelios, Benedicto nos invita a pensar y reflexionar sobre la vida, nuestra humanidad y nuestra fe, con un respeto poco frecuente en nuestros guías espirituales.

Después de la clara explicación de las tres clases de amor –como lo entendemos en nuestra civilización occidental– el Papa nos recuerda cómo somos los seres humanos: alma y cuerpo. Para sanear el concepto `eros` y que alcance su verdadera grandeza, se debe entender «ante todo la constitución del ser humano, que está compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del ‘eros’ puede considerarse superado cuando se logra esta unificación».  

La encíclica nos explica cómo Nietzsche y algunos filósofos del siglo pasado, acusaban al cristianismo de haber envenenado el ‘eros’ al enfatizar el ‘ágape’ como el verdadero amor cristiano de darse a los demás. Pero el Papa Benedicto ahora aclara que el cristianismo no excluye el ‘eros’ sino que critica la ‘falsa divinización’ con que el mundo de hoy idolatra el ‘eros’, la visión meramente egoísta de un ‘eros’ indisciplinado que des­humaniza. El Papa nos habla de la integración o unificación del cuerpo y el alma.

«Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu, y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal (¡evolución!), espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando am­bos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor –el ‘eros’– puede madurar hasta su verdadera grandeza». 

Con estas clarísimas declaraciones tal parece que el Papa Benedicto XVI pone fin a siglos de tendencias maniqueístas que hasta llegaban a negar que Cristo fuera verdaderamente hombre pues el cuerpo, lo físico y material, se interpretaban como algo negativo. Esa tendencia, que se declaró herética ya en tiempos de San Agustín en el siglo IV, ha vuelto a surgir varias veces en nuestra historia. 

«Hoy se reprocha, a veces, al cristianismo del pasado de haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos, resulta engañoso. El ‘eros’ degradado a puro sexo se convierte en mercancía, en simple ‘objeto’ que se puede comprar y vender. Más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad éste no es el gran sí del hombre a su cuerpo».