El cristianismo no destruyo el «EROS»

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

En la sorprendente encíclica DEUS CARITAS EST, que muchos reconocen como el documento más importante que se haya escrito en la Iglesia en los últimos años, el Papa Benedicto XVI nos aclara los conceptos de amor que nos llegan hoy en día. Nos da la diferencia entre las diversas concepciones del amor. El más reconocido, el «eros­», es el amor mutuo que se manifiesta en el ser amado y en el amante; el amor «philia», que es amor de familia, de amigos y hermanos; y por último, el amor «ágape» que siempre se ha identificado con el cristianismo por su énfasis en el darse a los demás sin esperar nada a cambio.

El Papa cita entonces a Frederich Nietzsche quien acusa al cristianismo de convertir el amor ‘eros’ en amargo y de envene­nar así una de las pocas y hermosas alegrías que pueden disfrutar los seres humanos en esta vida. Benedicto se pregunta, «¿Es realmente así?... El cristianismo, ¿ha destruido verdaderamente el ‘eros’ ?». Y remontándose al mundo griego nos recuerda cómo «los griegos consideraban el eros ante todo como un arrebato, ‘una locura divina’ que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y que en este quedar estremecido por una potencia divina le hace experimentar la dicha más alta. De este modo, todas las demás potencias entre cielo y tierra parecen de segunda importancia. El ‘eros’ se celebraba pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad».

Pero esa forma de religión se plasmó en cultos de fertilidad y hasta en la prostitución `sagrada’, prácticas que contrastan con la fe en el único Dios y que en el Antiguo Testamento son denunciadas como perversión de la religiosidad. «No obstante, continúa el Papa, en modo alguno se rechazó con ello el ‘eros’ como tal, sino que se declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del ‘eros’, que se produce en esos casos, lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza. En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos, sino sirven sólo como instrumentos para suscitar la `locura divina’, no son diosas sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el ‘eros’ ebrio e indisciplinado no es elevación, `éxtasis’ hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el ‘eros’ necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino el modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser».

«En estas consideraciones, sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el ‘amor’ y lo divino existe una cierta relación: El amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande, y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Esto no es rechazar el ‘eros’ ni ‘envenenarlo’ sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza».

Este valiente y clarificador análisis sobre el amor, en la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, no creo que se haya encontrado nunca en la historia de las encíclicas papales de los veinte siglos de cristianismo. En el mundo de hoy que, confuso, todavía se debate dentro de la ‘revolución sexual’ de los últimos treinta años, esta encíclica de un Papa teólogo con los pies en la tierra nos llena de esperanza.