La encíclica en su momento histórico

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más

 

 

La encíclica del Papa realmente nos ha sorprendido al dirigirse al mundo de hoy hablando del Amor, «Dios es Amor». En un mundo que parece no entender el amor, ni las responsabilidades que implica ese misterioso sentimiento innato que tenemos todos los seres humanos, el Papa nos aclara lo que significa el amor.

En la primera parte, estudiamos cómo el Papa nos explica lo que es esa poderosa fuerza que mueve nuestras vidas: necesitamos tanto amar como ser amados. Pero no podemos concebir como válido el amor egoísta que sólo busca el propio placer, como hoy en día se nos quiere hacer creer. El amor egoísta nos encierra, nos separa de los demás, y eventualmente nos destruye... El odio, la venganza y la incomprensión están ya destruyendo nuestro mundo.

El amor tiene que convertirse en un «darse» al ser amado y a los demás: familia, amigos, comunidad social, patria, humani­dad. Ese es el amor que nos enseñó Jesucristo y es el ideal de los que nos llamamos cristianos. A la luz de estos conceptos tenemos que revisar y ordenar nuestras vidas y todas nuestras actividades para así encontrar soluciones a los problemas del mundo de hoy.

En la segunda parte de la encíclica, el Papa se refiere a las repercusiones políticas y sociales de este amor como obligación para el cristiano, amor que no debemos considerar negativamente. El mandamiento del amor viene realmente como una fuerza liberadora que pone al individuo en camino a la felicidad humana y espiritual.

Y el Papa define el papel de la Iglesia como orientadora del Estado. La Iglesia, en tanto que organización, participa «apasionadamente» en la batalla por la justicia. También, con igual importancia, aclara el papel del laico comprometido con la responsabilidad pública y más activo en el ámbito político y social para buscar soluciones a los problemas. El practicar la caridad, amar ocupándose de los demás especialmente de las víctimas de nuestras injusticias, es responsabilidad de todos como Iglesia. Siempre la Iglesia durante toda su historia se ha responsabilizado con la práctica de la caridad: los grandes santos atestiguan ese amor en sacrificio por los demás. Todavía hoy en día tenemos mártires que están dando su vida por amor en servicio de los demás.

Así, el corazón y centro de esta encíclica está en la declaración de que la justicia jamás puede considerarse como algo superfluo al amor. Más allá de la justicia, el ser humano siempre tendrá necesidad del amor que, como dice Benedicto, le dará un alma a la justicia. En un mundo tan herido como el que tenemos hoy en día, no hace falta explicar mucho lo que se ha dicho, el mundo espera el testimonio del amor cristiano que viene inspirado por la fe... En este mundo tan infiltrado en las tinieblas, tiene que brillar la luz de Dios que viene con el amor.