Luchando con Dios, no contra Dios

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más

 

 

Uno de los pasajes más fascinantes de la Biblia que parece marcar toda nuestra civilización occidental, es el de Jacob luchando con el ángel. Jacob, después que ha luchado toda la noche con aquel extraño que le reta, se da cuenta, primero, que aquel ángel no era un enemigo y segundo que era el mismo Dios en forma de ángel.

Dios mismo viene a desafiar a Jacob, que acobardado ante la persecución de su hermano Esaú, huía del destino glorioso a que había sido llamado. Jacob había heredado, como patriarca, ser padre de un gran pueblo y ser bendición para toda la humanidad. Sin embargo huía por miedo.

Este episodio es insólito para la mentalidad de las civilizaciones antiguas que siempre representaban a sus dioses ya como implacables y crueles o débiles frente al mal que sufrían los seres humanos. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob se revela como un Dios bueno y protector pero que a la vez reta, desafía, a los seres humanos a que ejerciten su responsabilidad. Hoy que tenemos tantas versiones de Dios, con tantas religiones escapistas o religiones que nos presentan a Dios como cruel y déspota, conviene reflexionar en ese Dios de Jacob.

Quizás no hemos reparado la importancia que tiene para la civilización occidental esta imagen de Dios como desafío al ser humano. Ahora que podemos comparar las civilizaciones en los distintos continentes, nos damos cuenta de que esa actitud de vida es la única que tiene sentido en el presente y para el futuro. El ser humano tiene una responsabilidad con su vida, con la sociedad y con su mundo. Tal parece que cualquier religión que no enfatice estos tres puntos, no tiene sentido en el mundo de hoy.

Las religiones escapistas que sólo hablan de sentirse bien individualmente y olvidan las responsabilidades sociales, nos llegan como absurdas ante los álgidos problemas que nos acosan. Por el contrario, las religiones o filosofías que olvidan «el ser personal», son obsoletas en un mundo que nos deshumaniza cada vez más. Las filosofías de vida que no dan importancia al deseo de trascendencia y creatividad, tanto de los individuos como de las sociedades, no tienen futuro en nuestras comunidades globales.

Sólo el cristianismo, que se basa en las enseñanzas del Antiguo Testamento y en el Evangelio de Jesucristo ha rebasado las pruebas de los tiempos históricos.

El Dios de Jacob, desafío y reto, nos llega hoy más que nunca como respuesta al miedo que es nuestro mayor enemigo. El Dios de Jacob nos hace despertar a nuestra responsabilidad social y universal, nos apremia a encontrarnos con nosotros mismos y con nuestro destino. Cuando somos esclavizados por el miedo, nos ayuda a liberarnos y a tomar decisiones valientes y realistas. Cuando el miedo se manifiesta como apatía o cinismo –cuando creemos que nada que hagamos va a producir diferencia alguna en los destinos del mundo– el Dios de Jacob nos invita a luchar y a darnos cuenta de que en realidad podemos cambiar el mundo.

Y este Dios real, verdadero y práctico, tenemos que anun­ciarlo hoy a todas las naciones, religiones y culturas, hoy que todo lo humano parece estar en peligro... El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de vida que es amor, nos tiene que quitar el miedo a buscar la justicia y la paz entre los pueblos.

Jesús vino a enseñarnos en su propia carne quién era ese Dios, Padre de la humanidad y de todo lo creado. Jesús mismo sintió miedo en Getsemaní. Sin embargo, entregándose –al igual que su madre María– le contestó a Dios: «Hágase en mí según tu palabra»... ¡Y aceptó el reto!