El miedo a arriesgarse

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más

 

 

Al hacernos adolescentes tenemos dentro ansias de crecer, conocer, entender, tomar nuevas decisiones, e independizarnos. Muchas veces ese deseo nos hace caer en muchos errores por falta de reflexión previa o por dejarnos llevar por la emoción solamente. Por supuesto la emoción es importante, pero sólo si se equilibra con la razón. Quizás los latinoamericanos pecamos de ser demasiado emotivos y muchas veces nos falta una dosis de razón.

En nuestra tradición judeocristiana -en contraste con otras culturas– tenemos una dirección bien marcada en contra del estancamiento. Esta actitud de riesgo, se remonta a los albores de la civilización occidental en sus orígenes mesopotámicos. Abraham es llamado por un Dios amigo, a dejar la seguridad de su pasado y emprender una aventura nueva en su vida que lo hará padre de un gran pueblo. Abraham arriesga todo por seguir ese llamado. Llamamos a Abraham padre de nuestra fe... ¡Y con mucha razón!... Porque con él comienza una nueva actitud de vida, una visión positiva que nos hará más humanos, más creativos, más sociables para vivir en grupo y capaces de trascender a las más altas dimensiones.

Abraham recibe su llamado escuchando en la noche. Como pastor cuidando sus rebaños, hablando con las estrellas, ha oído la voz de Dios escuchando en el silencio. Y Dios lo llama a arriesgarse y seguir un camino nuevo, lejos de achantarse y estancarse en la vida.

De seguro que Abraham tuvo que haber sido víctima del miedo. Abraham, adulto, pudo presentir los peligros del arries­garse. Sin embargo, se dejó llevar por aquel Dios y cambió la historia. Abraham fue conociendo a ese Dios, paso a paso, a través de su vida. ¡Y ese Dios se le fue descubriendo, poco a poco!... Le promete un hijo y cumple su promesa cuando Sara, su mujer estéril, le da un hijo suyo, Isaac.

Abraham se da cuenta de que su Dios era más fuerte que los otros dioses de las civilizaciones vecinas. Su Dios se le revela como Dios de vida, no de muerte, y se lo ratifica cuando Abraham parece creer que le debe ofrecer en sacrificio a su propio hijo. Esto se explica en la Biblia simbólicamente en el episodio de Isaac, en el que se narra como si fuera el mismo Dios quien se lo pide, pero quizá fue sólo su apreciación al estar rodeado de otros pueblos que ofrecían sus hijos para aplacar la ira de los dioses.

Abraham no le niega nada a su Dios. Sin embargo éste le aclara que él no necesita de sacrificios humanos como era creencia de tantas civilizaciones antiguas. Por ese gesto de generosidad, Dios premia a Abraham con una amistad íntima, insólita en la historia de aquellos pueblos, y Abraham marca una nueva dimensión en la relación del ser humano con el Dios de vida que nos pide arriesgarnos y nunca estan­carnos ni acobardarnos.

Nos referíamos anteriormente a que para vencer el miedo necesitamos tener fe. En este mundo de hoy en que parece que dudamos de todo, hasta de nosotros mismos, somos fácilmente presas del miedo. Nos engañan haciéndonos creer que el dinero nos protege, que compra la seguridad. Por otra parte, hoy en día todavía nos llegan civilizaciones y religiones que creen en «dioses de miedo» que parecen no tener respeto a los seres humanos. Proponen «dioses crueles» que odian y mueven a la violencia. Sólo esa fe en el Dios amigo y de misericordia revelado a Abraham, puede salvar al mundo de hoy.

Y Benedicto XVI, un Papa para el Tercer Milenio, nos invita a reflexionar y a vencer ese miedo que nos anquilosa. Nos invita a revisar nuestra fe y a vivir con la libertad de los hijos de Dios; a continuar la actitud de vida de Abraham: todos somos invitados –como Abraham– a vivir en activa fidelidad a Dios, fidelidad a los demás en nuestras responsabilidades sociales, y a nosotros mismos en nuestro afán por trascender. Sólo ese camino nos llevará a la felicidad.