¡Queremos paz y seguimos viviendo en guerra!

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Y entonces, ¿por qué, siendo Dios amor, y Cristo vino anun­ciado como «príncipe de paz», el mundo y los hombres viven en violencia y guerra?

Quizás en esta vida nunca podremos tener respuesta a esta contradicción. Nunca sabremos el porqué de las cosas de Dios. Sin embargo podemos sacar de todo esto algo en claro: primero, entender que somos libres y que podemos usar nuestras fuerzas y talentos tanto para el bien como para el mal; segundo, que todos y cada uno de nosotros, según nuestra capacidad individual, tenemos que estar siempre dinámicamente activos en contribuir a un desarrollo armónico de nuestro mundo.

En cuanto a lo primero, la libertad humana es un misterio sin explicación. Sin embargo, vemos sus efectos en los demás y en nosotros mismos. Sí, podemos crear, construir, desarrollar nuestro mundo, pero también podemos libremente destruir y aniquilar nuestro universo. Podemos amar, tener amigos, crear familias, comunidades de trabajo y de cultura. Sin embargo, si nos dejamos llevar por el egoísmo, podemos también dividir, crear envidia, opresión, guerras y violencias. Nuestra historia en Latinoamérica y en todo el mundo ha dado tristes ejemplos de ese poder destructivo que poseemos... Lo peor es que parece que seguimos igual, que no aprendemos.

Al mirar el mundo de hoy donde se ‘crean guerras para mantener alta la economía’, valga decir, una economía que beneficia sólo a unos pocos nos preguntamos: ¿Cómo puede existir tanta gente sin conciencia?... Sabemos bien que nuestro libre albedrío nos puede conducir al mal uso de nuestro talento e inteligencia. Unos son culpables de usar sus talentos para enriquecerse y pisotear a los demás sin mayor escrúpulo. Otros son también culpables por ignorar o no querer ver las injusticias que provocan nuestros sistemas económicos y sociales. Y es por eso que nuestras ‘masas’, desesperadas, se vuelven pasto de dictadores megalómanos y de líderes demagogos que siguen manipulándolas pero tarde o temprano se olvidan del pueblo. ¡Qué bonito sería conocer líderes que se preocupen de veras por las necesidades del pueblo y busquen soluciones, sin odio y división sino con la contribu­ción armónica de todas las clases sociales! ¡Qué maravilloso sería educar a esos pueblos para hacer que se respeten sus derechos y que con dignidad, unos y otros cumplan sus deberes!

Y ahí viene el segundo punto de nuestra reflexión. Lo repetimos otra vez: tenemos que contribuir todos y cada uno de nosotros, según nuestra capacidad, al desarrollo de un mundo en justicia y paz ... ¿Una utopía?... Los primeros cristianos llegaron a conquistar el imperio romano, no con la espada sino proclamando el amor y la comprensión. Fueron perseguidos y tirados a los leones en el circo. Y morían cantando con una convicción que confundía a aquellos espectadores romanos sumidos en hedonistas placeres y vida materialista. Algunos de esos espectadores, quizás asqueados de aquella vida suya vacía y sin rumbo, saltaron la barrera y se unieron a los mártires que hacían de la muerte vida.

¡Aquello sí era una utopía! ... Sin embargo, poco a poco, el cristianismo fue calando de tal manera que llegó a convertir después a los bárbaros del norte que arrasaron con el imperio.

Hoy tenemos el mundo occidental, un «imperio romano» tan hedonista y materialista como aquel de antaño. Tenemos también bárbaros que amenazan y quieren destruir nuestra civilización, no sólo lo malo sino también lo bueno... ¿Podremos cantar con alegría frente a esos leones?... ¿Podremos amar, perdonar, no ser egoístas, llevar comprensión y compasión a nuestro mundo?... Aquél por quien murieron los mártires nos sigue diciendo: «No tengan miedo, yo estaré con ustedes, con cada uno de ustedes, hasta el fin de los tiempos».