No puede haber paz si no hay justicia

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Y volvemos a insistir, para que haya paz tiene que haber justicia primero. Una justicia tiene que empezar por casa, como decimos vulgarmente. El ser humano tiene que vivir en justicia, respetado por los demás y respetando a los demás... De ahí nace la justicia social. Aunque la justicia verdadera sea un ideal inalcanzable, ya el estar «encaminados» en ese equilibrio de nuestros deberes y derechos, nos produce paz interior.

En nuestros países latinoamericanos, desarrollados a imagen y semejanza de los países europeos que nos colonizaron, damos importancia vital a los derechos humanos. Hoy, que constantemente podemos compararnos con países de otros continentes, podemos verificar lo avanzado que estamos en los derechos de expresión, los derechos de la mujer, los derechos a la vida en general. Y aunque muchas veces se violan esos derechos en la práctica, por lo menos siguen constituyendo un ideal para seguir creciendo y desarrollándonos. En otros continentes, ya sea por cultura o religión, ni siquiera se plantean esos derechos.

Sin embargo, hoy tenemos que estar mucho más conscientes de los peligros. Hablamos de educación y notamos que nuestras ‘masas’ dejan mucho que desear en la educación que reciben. Por eso es muy fácil que el demagogo de turno las manipule y utilice para satisfacer sus ansias de poder. Absurdamente, todavía el marxismo arcaico y fracasado en Europa– parece ser un horizonte de esperanza para esas ‘masas’ a quienes la justicia social no les llega y los poderes económi­cos abusan de ellas. Las ‘masas’ poco educadas son carne propicia a la violencia. Sólo tienen esperanza de abandonar y emigrar hacia países supuestamente desarrollados con las consabidas tragedias y nuevos peligros de injusticias. Al llegar a esos nuevos países tampoco encuentran paz ni justicia porque la adaptación es extremadamente difícil.

En Latinoamérica nos decimos cristianos y sin embargo llevamos un cristianismo más de palabras que de hechos. Nuestra religiosidad popular casi siempre ignora los problemas de justicia y menos aún de interesarse en la paz. Las devociones se reducen muchas veces a prácticas superficiales que, tal vez, ayuden a algunos pero que no le dicen nada a la mayoría, especialmente a los jóvenes. El cristianismo basado en Cristo y los Evangelios está, desgraciadamente, fuera tanto de nuestro ámbito personal interior como de nuestro ambiente social. Cristo, príncipe de la paz, centro de nuestra fe, aparece como una leyenda olvidada.

Nuestros últimos Papas han querido abrirnos los ojos de nuevo. Insisten en que seamos responsables en nuestra fe. El Papa Benedicto XVI nos recuerda, por activa y por pasiva, nuestra responsabilidad de vivir una actitud cristiana. Nos recuerda constantemente nuestros derechos pero también nuestros deberes. Nos habla de justicia, pero sobre todo nos renueva la fe en un Dios que es amor, que quiere nuestro bien, nuestra felicidad, y sobre todo la paz. No puede haber paz si no hay justicia, nos decía el Papa Juan Pablo II. Y tal parece que no le hicimos caso, pues siguen las guerras, los terrorismos y las violencias de todo tipo, producidas como siempre por la injusticia.

El Papa Benedicto acusa al occidente de ser materialista y racionalista, con gobernantes cínicos y estructuras socio–económicas que se han apartado de Dios. Se ha relativizado la moralidad, y tal parece que el fin justifica los medios. Los fines, desviados y desvirtuados, justifi­can los ‘medios’ que parecen animalizar a las masas, más que humanizarlas.

Busquemos la paz, trabajemos por hacer justicia basándonos en los Evangelios. Encontremos a Cristo cada día.