La «venganza» de Dios es la Cruz: El «no» a la violencia

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Así aparecía hace unos días el titular del periódico oficial del Vaticano L’OSSERVATO­RE ROMANO, en primera página de lado a lado. Se enfatizaba lo que expuso el Papa en una de sus homilías en Baviera, Alemania.

Las palabras de Jesús en la cruz, «Señor, perdónalos, que no saben lo que hacen», nos llegan todavía como algo humana­mente incomprensible: ¡Un verdadero escándalo! ... Si todavía tuviéramos dudas de que Jesucristo es Dios, solamente esa frase nos confirmaría el más grande misterio de la historia. A ningún hombre se le hubiera ocurrido algo a la vez tan absurdo, como enormemente profundo.

Sin embargo, esta frase de perdón contiene la formula para la liberación humana y la felicidad tan ansiada por siglos de pensamiento y reflexión. El perdón nos libera de nuestros opresivos instintos que compartimos con los animales. El perdón da al traste con el egoísmo que sólo nos lleva a la destrucción de todo lo que aparentemente o realmente se nos oponga. El egoísmo nos lleva a la venganza, a la eliminación del enemigo, a hacer justicia por nuestra propia mano.

Y ahí tenemos un gran conflicto en nuestras conciencias, ¡el perdón nos puede aparecer contrario a la justicia!. El «ojo por ojo y diente por diente» por muy feo que nos parezca hoy, no es injusto en sí, implica reparación proporcional a la ofensa. Pero se queda ahí, en el plano humano, quizás adolescente. Sin embargo, el perdón asciende a dimensiones sobrehumanas, sobrenaturales. El perdón llega a lo que decíamos antes, a liberarnos de nuestras propias limitaciones humanas y anima­les.

Sólo el perdón nos llevará a la plenitud del ser persona, ser espiritual, con una misión grandiosa ante toda la creación... ¡Ser colabora­dores de Dios!. En el perdón en el resistirnos a actuar como animales estaría la fórmula del vivir en paz y hasta en el amor los unos para con los otros.

Hoy que podemos revisar los daños de la violencia, de las guerras, de los abusos de fuerza a lo largo de la historia; en estos momentos que seguimos viviendo en violencia por causa de las injusticias, la estrechez de mente de unos y el egoísmo social de todos, nos vuelven a intrigar esas palabras de Cristo y nos tienen que zarandear. El «no» a la violencia de Cristo en la Cruz, es realmente su «dulce venganza», mostrándola a la humanidad que tiende siempre a reaccionar distinto, con infantil mezquindad. La venganza de Cristo en la cruz no fue fulminar ni eliminar de un cuajo a aquellos que lo crucificaban. El dio la otra mejilla, y nos perdonó a todos.

Y volvamos a la violencia de hoy día, de la que tenemos que curarnos. Y empecemos por casa: por nuestros matrimonios que no se aguantan ni la más mínima falta; padres e hijos que no se escuchan y la menor cosa provoca una verdadera guerra entre ellos; peleas de familia y entre familias. Esa violencia siempre tiene origen en uno mismo, por inconformidad, exceso de trabajo y estrés. En fin, por falta de paz interior. , empecemos por casa. Esta paz sólo la puede dar Dios.

Pero si hemos sacado a Dios de nuestra vida práctica, la violencia seguirá causando estragos: en cada uno de nosotros, en nuestras familias, en nuestra sociedad, y en todo el mundo. Volvamos a poner a Dios en nuestras vidas, empecemos con nosotros mismos y sigamos inmediatamente con nuestras sociedades antes que la violencia nos animalice y nos destruya a todos. A esto nos ha invitado nuestro Papa Benedicto XVI durante su reciente visita a Baviera.

Cristo fue anunciado por los profetas como «Príncipe de la Paz» y la voz de Dios Padre se oyó en su bautis­mo: «Escúchenlo». Ahí tenemos señalado el camino a la Paz.